Por Ing. Maria Carolina Rivoir Vivacqua.
Consultora en Ingenieria Ambiental.
mcrivoir@gmail.com

El sistema sanguíneo está constituido por la sangre, la médula ósea, el bazo, el timo, los vasos y los ganglios linfáticos. El sistema hematopoyético es formado por el conjunto, sangre y médula ósea.

La médula ósea es el lugar en el que se producen las células para reponer constantemente los elementos celulares de la sangre (eritrocitos, neutrófilos y plaquetas). Los neutrófilos y las plaquetas se consumen a medida que realizan sus funciones fisiológicas, mientras que los eritrocitos acaban por envejecer y tienen una supervivencia superior a su período de utilidad. Para cumplir adecuadamente sus funciones, los elementos celulares de la sangre deben circular en las cantidades apropiadas y mantener su integridad estructural y fisiológica.

Los eritrocitos contienen hemoglobina, que les permite captar oxígeno y suministrarlo a los tejidos para mantener el metabolismo celular. Normalmente, los eritrocitos sobreviven en la circulación unos 120 días cumpliendo estas funciones. Los neutrófilos aparecen en la sangre cuando se dirigen a los tejidos para participar en la respuesta inflamatoria a los microbios y otros agentes. Las plaquetas circulantes actúan significativamente en la hemostasia.

La médula ósea tiene una gran capacidad de producción, sustituye diariamente 3.000 millones de eritrocitos por cada kilogramo de peso corporal, 1.600 millones de neutrófilos por kg de peso corporal. Las plaquetas deben renovarse completamente cada 9,9 días. Debido a esta necesidad de producción, la médula ósea es muy sensible a cualquier agresión infecciosa, química, metabólica o ambiental que altere la síntesis del ADN o interrumpa la formación de la maquinaria subcelular vital de los eritrocitos, los leucocitos o las plaquetas. Además, como las células hemáticas derivan de la médula ósea, la sangre periférica constituye un indicador sensible y muy exacto de la actividad medular. Colectas de muestras de sangre mediante venopunción para su análisis, y estudio puede proporcionar indicios de la existencia de enfermedades de etiología ambiental.

Puede considerarse al sistema hematológico como un conducto para las sustancias que penetran en el organismo y como un sistema en el que puede influir negativamente la exposición a agentes potencialmente nocivos. Las muestras de sangre pueden servir como control biológico de la exposición y ofrecer un medio de valorar los efectos de la exposición sobre el sistema linfohematopoyético y otros órganos del cuerpo.

Los agentes ambientales interfieren en el sistema hematopoyético de varias formas: inhibición de la síntesis de la hemoglobina, inhibición de la producción o la función celular, leucemogénesis y aumento de la destrucción de los eritrocitos.

Las anomalías del número o la función de las células sanguíneas causadas directamente por riesgos ambientales o laborales pueden dividirse en aquéllas en las que el problema hematológico es el efecto más importante, como la anemia aplásica inducida por el benceno, y aquellas otras en las que se observa un efecto hematológico directo pero de menor importancia que los efectos sobre otros sistemas u órganos, como la anemia inducida por el plomo. En ocasiones, las alteraciones hematológicas son un efecto secundario de un riesgo ambiental. Algunos de los riesgos provocados por los agentes relacionados con la metahemoglobinemia de etiología ambiental y profesional son:

· Agua de pozo contaminada por nitratos

· Gases nitrosos (en soldadura y silos)

· Tintes de anilina

· Alimentos ricos en nitratos o nitritos

· Bolitas matapolillas (que contienen naftaleno)

· Clorato potásico

Nitrobencenos

· Fenilendiamina

· Toluenodiamina

BIBLIOGRAFÍA

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