El diputado colorado Alberto Scavarelli, ex prosecretario de
la Presidencia
durante el mandato de Julio María Sanguinetti nos convoca a reflexionar en su
columna bajo el tema «El desborde y la violencia».

Los violentos incidentes producidos en un liceo de Montevideo, protagonizados
por adolescentes dentro y fuera del local liceal, debe ser abordado con
determinación, rapidez y en profundidad.

Todo procedimiento de análisis de la situación es importante, como también lo
es realizar encuentros donde se procure crear conciencia sobre la gravedad que
encierran estos procesos de violencia colectiva y de destrucción y
amedrantamiento, que pueden
-como de hecho ya ha sucedido antes- terminar en males mayores.

Pero también es cierto que identificados los autores de los hechos, con la debida
tramitación reglamentaria y con todas las garantías del caso, los autores
materiales e intelectuales de la agresión y la destrucción, deben ser
sancionados de acuerdo a las normas vigentes.

No es posible cumplir con el deber esencial y elemental de todo estado,
de garantizar la seguridad básica a la que tienen derecho los
estudiantes, los profesores, el personal del liceo, los padres y los
vecinos, sin que se apliquen las medidas sancionatorias que por derecho
corresponden.

Identificados plenamente los autores de los desmanes – que además están filmados- y determinadas con todas las garantías del debido procedimiento su
responsabilidad, se les debe además imponer a ellos y a sus responsables, la
carga de reparar lo destruido y de indemnizar por los medios que dispusieren,
los perjuicios causados. Si no se tiene bienes con que responder, en aplicación
de principios elementales de las normas vigentes aplicables a todo habitante de la República
que causa un daño a otro, deberán imponerse por vía judicial otras medidas
supletorias que en definitiva resulten en la indemnización debida,
independientemente de la sanción a recaer.

No es posible la permisividad, porque ese relajamiento de la responsabilidad de
vivir en sociedad, solo acarreara males mayores.

El desborde, la pérdida del respeto por los demás, la violencia y la prepotencia,
no puede ser administrada solamente desde el laboratorio social y el análisis
teórico. Hay una clara violación a las normas vigentes, y en consecuencia
resulta inevitable llamar a responsabilidad a sus autores y responsables
legales.

De seguirse así, terminarán estableciéndose las pandillas, el germen de las tribus
urbanas con códigos propios de violencia. La aparición de bandos formados por
quienes se agrupan para protegerse o vengarse, hasta que las cosas se salen de
su curso definitivamente.

Basta mirar a oca distancia para ver el proceso, la globalización y también debiera
servir para ver los resultados de los procesos de deterioro social librados
a su suerte.

Las expresiones de los docentes que estaban presentes durante le desarrollo de
los hechos, dentro y fuera del local liceal, fueron claras, públicas, dando el
rostro y terminantes. Su preocupación no podría ser mayor.

En ningún centro educativo de cualquier país con un desarrollo humano como el
nuestro, conductas de este tipo quedan impunes ni son minimizadas.
Sencillamente se trata de educar, también por la vía de exigir el respeto por
los demás y de las normas que nos rigen

Si la educación no educa para la vida y para convivencia social, es inútil dotarla
de todos los recursos materiales que con sacrificio la comunidad dispone
en cifras muy importantes. Los recursos son el combustible que impulsa en una
dirección dada a los procesos a los que se plica, pero resulta esencial tener
claro el norte y el propósito al que se aplican, sino se corre el riesgo que
devengan en absolutamente inútiles.

Se debe exigir un resultado académico y curricular, pero además se debe exigir
el acatamiento a reglas de conducta cuya violación resulta inadmisible. Esto no
se arregla con recursos solamente, sino con la resolución de cumplir con
el deber y hacerlo cumplir, como corresponde al ejercicio de la libertad, en
cualquier democracia, en un estado de derecho.

No es posible que padres, alumnos y docentes, asistan con temor a un centro de
estudios, porque un grupo de inadaptados toma el control de la situación para
destrozar, y agredir, queriendo imponer las reglas de su inconducta.

Si eso pasa en los centros de estudio, en los espectáculos deportivos, en los
lugares bailables, y se admite como algo natural, la consecuencia será que ya
no será posible tener vida en sociedad.

Sin tranquilidad básica no hay convivencia libre y pacífica posible. Sin seguridad
básica, la libertad se torna en un eufemismo.

Es deber de las autoridades, de los padres, de los docentes, de los medios y de
todos nosotros, hacer lo que corresponda para poner -de acuerdo a derecho- las
cosas en su justo lugar, antes que sea demasiado tarde.

Representante Nacional – Partido Colorado – Uruguay.

http://www.scavarelli.com

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