Hay evidencias que hace 3.000 años A.C. el fruto de la palma Butiá integraba la dieta de los grupos prehistóricos que habitaron al este de nuestro país. En el siglo XIX los vastos palmares sufrieron el impacto de la ganadería intensiva. Hoy, el envejecimiento de los ejemplares y su escasa regeneración impulsó a que los actores involucrados aborden estrategias de conservación y el manejo integrado de los recursos naturales.

La palmera Butia capitata (Butiá) es una de las palmeras más australes del mundo. Se distribuye en el sur de Brasil en los estados de Santa Catarina y Río Grande del Sur, y en el este de Uruguay, en los departamentos de Cerro Largo, Treinta y Tres, Lavalleja, Maldonado y Rocha. Los palmares de butiá se encuentran en densidades que van desde 50 a 600 palmas por hectárea que se concentran sobre las llanuras medias de Rocha. Ocupan aproximadamente 70.000 hectáreas, distribuidas en dos áreas principales, los palmares de Castillos y los de San Luis.

«La ausencia de palmas en fase de establecimiento y en fase adulta vegetativa es casi total. Esta falta de regeneración con el transcurso del tiempo ha provocado un envejecimiento en las poblaciones de butiá, conformadas únicamente por poblaciones de individuos adultos con edades aproximadas a los 200-300 años (según estimaciones de Jorge Chebataroff en 1974)». «De no generarse alternativas para la regeneración de la especie, los ejemplares adultos continuarán muriendo, con la inevitable extinción de los palmares», advirtió el documento «Diversidad, potencial productivo y reproductivo de los palmares de Butia capitata», de los investigadores Mercedes Rivas y Andrés Barilani. El envejecimiento del palmar se ve amenazado debido al consumo de las plantas jóvenes (renuevos) por el pastoreo vacuno y ovino, a la cría de cerdos a campo, y a la producción arrocera, en particular, en el área de palmares de San Luis, sostuvo el informe.

Entre las estrategias de conservación in situ propuestas para la Butia capitata se destacan el manejo del pastoreo que permita la regeneración del palmar, el desarrollo del ecoturismo, la reintroducción de individuos y la valorización de los productos derivados.

En nuestro país, además de la Butia capitata, la Butia yatay, es la otra especie que forma palmares, los que se distribuyen en la zona del litoral (Río Negro y Paysandú), aunque la mayoría de los palmares de esta especie se encuentran en Argentina (Entre Ríos). Otras dos especies del género Butia que viven en nuestro territorio aparecen en menor número, la Butia paraguayensis y la Butia lallemantii.

Conservación y regeneración

El butiá es una palmera de entre tres y diez metros de altura, de tronco de 50 a 60 centímetros de diámetro, sin ramificaciones, con follaje de color verde grisáceo, con hojas de dos y tres metros de largo, que aparecen con cierta densidad en el extremo superior de la palma. Éstas son utilizadas como forraje para el ganado en épocas críticas. El desprendimiento de hojas deja cicatrices lo que determina la rugosidad del tronco. Al no contar con anillos en su madera, la edad de los ejemplares se puede estimar -aunque no es exacto- por la cantidad de cicatrices que dejan las hojas en el tronco, a razón de una nueva corona de hojas por año. Una palma de 1.70 metros de alto tiene una edad estimada entre los 40 y 50 años, ejemplificó Rivas.

El fruto de la Butia capitata es una drupa de color amarillo – anaranjado (aunque se encuentra una gama de colores que va desde el amarillo ciruela hasta el rojo oscuro) de 2 a 2.5 centímetros de diámetro y que aparece arracimada. De sabor agridulce, madura entre los meses de marzo y abril. Se puede consumir crudo una vez maduro y se lo utiliza en la preparación de licores, dulces y salsas. La semilla molida y torrada es utilizada por los pobladores locales como un sucedáneo del café, e inclusive lo usan en el mate.

Los relatos existentes que describen el palmar se remontan a principios del siglo pasado. «Nuestros colonizadores escribieron muy poco», se lamentó Rivas. «El palmar fue mencionado apenas por algunos naturalistas que recalaron en Uruguay pero no hicieron descripción de lo que vieron, no dijeron si habían palmas de distintas edades, no se refirieron a su altura o si lo que vieron fue lo que vemos nosotros hoy». A Rivas le hubiera interesado saber si previo a la introducción de la ganadería en el siglo XVII había palmas de todas las edades en el palmar a diferencia de hoy que son todas coetáneas. En ese sentido, la autora señaló que «decimos que los ejemplares del palmar tienen 300 años pero en realidad pueden ser mucho más antiguos».