La primera vuelta de las elecciones generales en Brasil significaron el triunfo de Dilma Rousseff del PT (Partido de los Trabajadores) con 46,91% de los votos, contra 32,61% para José Serra del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña)y 19,33% para Marina del PV (Partido Verde). Esos resultados forzaron un balotaje, entre Rousseff y Serra.

Varias conclusiones se pueden extraer de los números de la primera ronda.

1) La sorpresa fue el éxito de Marina Silva, Senadora de Acre y evangélica, analfabeta hasta los 15 años, de raza negra y de origen más humilde aún que Lula, que logra casi el 20% del electorado, le quita el triunfo de primera a Rousseff y está en condiciones teóricas de definir el balotaje. Y si hay algo indiscutible es que Silva va a ser un factor preponderante en el futuro panorama político brasileño.

2) Extraña el 80% de popularidad que se le atribuye a Lula, cuando su candidata con la cual compartió todos los estrados y no era el caballo del comisario, era el propio comisario cabalgando en su caballo, no haya podido llegar al 50%, máxime cuando el Presidente se ha involucrado alarmantemente en la campaña, siendo pasible de una decena de multas de 5.000 reales del Tribunal Superior Electoral (TSE) por hacer caso omiso de la legislación brasileña en la materia. Multas que pagó y reincidió sin ningún pudor en el próximo acto político.

3) Otra vez más, fallaron las encuestas electorales: más o menos acertaron con Rousseff, aunque algunas la sobrevaluaron, pero todas erraron a la baja con Serra (le atribuían entre 23 a 28%) y con Silva (entre 9 y14%).

El balotaje

Con dos candidatos poco carismáticos y con una Marina Silva, disidente del PT y que dejó en libertad a sus votantes, sin definirse públicamente ella misma, se llegó al 31 de octubre y Dilma Rousseff con 56% de los votos, se convirtió a los 62 años en la primera mujer que accederá a la Jefatura del Estado brasileño. Es de señalar que en un país de voto obligatorio hubo 21,4% de abstención, frente a 18,1% de la primera vuelta del 3 de octubre.

Estas elecciones demostraron  la agudización del fenómeno Norte-Sur que divide a Brasil en dos: el Norte –pobre- de Dilma, con porcentajes espectaculares en el Noreste, en Bahía (72%), Pernambuco (75%), Maranhao (78%); y el Sur –rico- de Serra: San Pablo, Santa Catalina, Rio Grande.

Por otro lado, la candidata del PT contó con toda la maquinaria del gobierno y según se ha dicho, con unos 114 millones de dólares (unos 40 millones más que su adversario), a más del apoyo oficial y a veces ilegal del propio Lula, que recorrió Brasil a lo largo y ancho  junto con su candidata, hasta cinco veces por semana y clausurando la oratoria de los actos.

Sin embargo, Dilma tuvo que cambiar su discurso de defensa de la despenalización del aborto y del matrimonio gay, por la presión de los Obispos brasileños –respaldados por el Papa- que recomendaron elegir candidatos “comprometidos a favor del respeto incondicional de la vida”.

¿Quién es Dilma Rousseff? Graduada en Ciencias Económicas, Secretaria de Energía del Estado de Rio Grande do Sul; luego ocupa el mismo cargo a nivel nacional; Ministra de la Casa Civil (suerte de Jefe de Gabinete), reemplazando a José Dirceu, acusado de corrupción.

Tecnócrata, con pasado terrorista, pero de una guerrilla que realmente luchó contra la dictadura, la “Vanguardia Armada Revolucionaria Palmares” y no contra regímenes democráticos. Dilma garantizó durante su campaña la continuidad política, diplomática, económica y social del actual gobierno.

El Brasil que hereda Dilma

“Deus e brasileiro” suelen decir en el país del Norte y en éstas épocas parecería que Dios es realmente brasileño.  Con el 7% de crecimiento económico para este año, con la pobreza y la desocupación en baja, con ingresos récords de exportación gracias al precio de los productos básicos o materias primas, llamadas ahora como si el español no fuera suficiente, en su traducción inglesa: “commodities”; con una reserva de divisas de 250.000 millones de dólares; y con cuantiosos yacimientos de petróleo y de gas descubiertos en su plataforma continental atlántica; Dilma recibe una “herencia bendita”, como ella misma lo ha dicho y no necesitará culpar a sus antecesores con el tan manido verso en nuestra América Latina, de la “herencia maldita”.

Porque  Brasil que es actualmente la 8ª potencia mundial, aún tiene problemas sin resolver en plenitud, como los 30 millones de habitantes que viven en la miseria, en una población que pronto alcanzará los 200 millones; un déficit habitacional de 5 millones de viviendas; y un tercio de las disponibles sin saneamiento; una salud pública deficiente y cara; y una educación mediocre que impide formar más mano de obra calificada que el país necesita, en este período de crecimiento.

A eso hay que agregarle la inseguridad urbana en algunas de sus grandes ciudades, la incidencia creciente del narcotráfico, la corrupción, y el hecho que pese a los esfuerzos de Lula, Brasil sigue siendo una de las sociedades más desiguales del mundo.

Rousseff  tendrá también que abocarse a realizar importantes reformas de infraestructura para albergar los dos acontecimientos deportivos más importantes del planeta: el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

En materia de política exterior, está claro que Brasil es una potencia clave en el diálogo Norte-Sur. No obstante lo cual Lula ha cometido errores como el  apoyo irrestricto al ex Presidente hondureño Manuel Zelaya (que quiso jugar al Chávez) y ha dado algunas muestras de ambigüedad en su vocación internacional occidentalista.

Por ejemplo, su buen relacionamiento con el iraní Mahmoud Ajmadineyad, que lo llevó a la firma de un acuerdo entre Irán, Brasil y Turquía sobre intercambio de combustible nuclear, que mereció la censura de Hilary Clinton y el escepticismo de de la Unión Europea y otros Estados, preocupados por las ambiciones atómicas de la islámica fundamentalista República de Irán.

Ciertamente, si la aspiración de Rousseff es que Brasil cumpla cabalmente con su rol de potencia, deberá hacer algunos ajustes para superar esa ambigüedad y mostrar una conducta global coherente en el campo de las relaciones internacionales.

Pero la gran pregunta es la que se hace –desde la izquierda radical- el conocido teólogo de la Liberación, Leonardo Boff: “¿Profundizará la Presidenta la transición, desplazando el acento en favor de lo social, donde están las mayorías, o mantendrá el desequilibrio en favor de lo económico, de tipo monetarista, con las contradicciones denunciadas por los movimientos sociales y por lo mejor de la inteligencia brasileña?”

Es evidente, como lo supo pragmáticamente Lula, para repartir hay que crecer, para crecer hay que apoyar al pujante empresariado brasileño,  para ello hay que seguir “a favor de lo económico de tipo monetarista” y mal le pese a Boff, dejar de lado las aventureras tentaciones de salir de un sistema capitalista.

Rousseff, si se olvida de sus orígenes guerrilleros, en el régimen que le legó Lula tiene todo para triunfar: un país en constante ascenso y una mayoría legislativa que le permite no tener que tejer ni tantas alianzas ni utilizar otros métodos menos santos, como tuvo que hacer el actual Presidente, para llevar adelante sus proyectos.

¿Lo logrará? Así lo esperamos, por el bien del subcontinente y por el bienestar de los uruguayos, ya que se trata de nuestro mejor cliente comercial.

*Adolfo Castells Mendívil. Escritor, Periodista, Analista Internacional, Ex Embajador.

Fuente: Letras Internacionales. Publicación del Departamento de Estudios Internacionales, Facultad de Administración y Ciencias Sociales de la ORT. internacionales@ort.edu.uy

Fuente Imagen: crimendigital.com