Compartimos la columna de la escritora mexicana Cecilia Durán Mena. En esta ocasión, la entrega para los lectores de Sociedad Uruguaya tiene como título “Realidad y verdad”.

“En la ficción estamos encontrado la verdad que no encontramos en la realidad”. Salman Rushdie.

Vivimos tiempos turbulentos que nacen del caos en un indescriptible trastorno cósmico. Abrimos los ojos por las mañanas y tenemos cierto temor de enterarnos de las noticias del mundo. A diario nos enteramos de revoluciones, de nuevos regímenes, de enfermedades novedosas, de otro fraude y miramos al cielo en busca de una intervención que organice mejor las aspiraciones del hombre. En el vértigo de la actualidad, es difícil valorar dónde se encuentra lo correcto, quién está del lado adecuado, qué es lo bueno y nos parece que es más fácil subirnos a una ráfaga de viento y volar que entender los acontecimientos actuales.

Pero la realidad nos ancla a la tierra y a nivel de piso tenemos que buscar la verdad. Los seres humanos tenemos herramientas para encontrarla, somos las únicas criaturas que contamos con la palabra. La palabra puede ser un agente útil para llegar a la verdad. Es curioso y, sin embargo es cierto, el planteamiento que esbozó Salman Rushdie el sábado pasado, en ocasión del Hay Festival en la ciudad de Jalapa: la ficción nos sirve de puente entre la realidad y la verdad. Ese es el poder de la palabra.

La palabra es un instrumento poderoso que, una vez plasmada adquiere impulso y mucho más fuerza que la de todos los esfuerzos por destruirla. Un texto adquiere potencia cuando hace conexión con el lector, cuando enciende algo en su mente o en su corazón. Es un misterio, el que escribe no sabe en qué momento se producirá el milagro, el lector desconoce el instante en que una palabra dejará huella. Si el texto conmueve, la magia está hecha.

En ese sentido, dijo Rusdie, la Literatura es poderosa, toca vidas y cambia pareceres, sin embargo, los escritores son débiles. Creo que débiles no es la palabra adecuada, somos, en todo caso, vulnerables. Es fácil amenazar al que escribe, torturarlo, meterlo a la cárcel, torturarlo y hasta asesinarlo. Eso no representa ninguna novedad, no todas las palabras son gratas, especialmente aquellas que denuncian una injusticia, las que señalan lo indebido, las que ponen acento en la desigualdad, las que hacen notar la irregularidad. Hay que proteger al escritor, pidió Rushdie en Jalapa.

Se necesita haber vivido en carne propia una persecución para elevar esas exigencias. Salman Rushdie sufrió por las letras escritas, que sin denunciar nada específico, sin pronunciar nombres en particular, encendió la furia de un hombre poderoso que emitió una fatwa, es decir, un pronunciamiento legal en el Islam que devino en una sentencia de muerte a petición del Ayatola Jomeini, quien decidió que Los versos satánicos eran sacrílegos. ¿Cómo no iban a serlo si está denunciando a los que cambian el amor de Dios por conveniencias políticas? ¿Cómo no iba a causar rabia si acusaba a los que torcían la ley de Dios para ajustarla a las ambiciones humanas? Jomeini y murió, Rushdie sigue vivo y podemos leer sus textos y juzgar sobre la potencia de la palabra.

Las palabras de Salman Rushdie toman sentido, a través de una ficción descorrió el telón de una realidad concreta. Un texto nos puede revelar valorar dónde se encuentra lo correcto, quién está del lado adecuado, qué es lo bueno… Las consecuencias lo convirtieron en un ser vulnerable por mucho tiempo, pero jamás en un hombre débil. Bastaron sus palabras al dirigirse a la prensa para darse cuenta.

Fuente: www.boxofficeindia.co.in