Gerardo AmarillaLa Comisión Permanente, en representación del Parlamento de la República Oriental del Uruguay, se reunió en la mañana del jueves 25 de enero, adhiriéndose a la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 1º de noviembre de 2005, que establece el 27 de enero como “Día Internacional de la Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto”.

Según informó el Parlamento, la Asamblea instó a los Estados Miembros a que elaboren programas educativos que inculquen a las generaciones futuras las enseñanzas del Holocausto con el fin de ayudar a prevenir actos de genocidio en el futuro.

Hicieron uso de la palabra los Legisladores: Marcos Carámbula, Gerardo Amarilla, José Amorín, Iván Posada y Álvaro Delgado.

Concurrieron al homenaje: autoridades del Poder Ejecutivo, de las Fuerzas Armadas, de la Institución Nacional de Derechos Humanos, representantes del Cuerpo Diplomático acreditados en nuestro país; de la Asociación Israelita del Uruguay; del Centro Recordatorio del Holocausto Judío; miembros de la Comisión Honoraria contra el Racismo, Xenofobia y otras formas de discriminación; el Presidente de Honor de la Organización Sionista del Uruguay; integrantes de  la Nueva Congregación Israelita, y público en general.

Compartimos la exposición del legislador nacionalista Gerardo Amarilla, titulada “El Holocausto y los desafíos de este tiempo”.

“Cuando uno escucha el término Holocausto, por asociación nuestras mentes rápidamente nos trasladan a las imágenes de los campos de concentración, campos de exterminio, y las atrocidades encontradas por los Aliados tras la liberación de los territorios ocupados por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Realmente esas imágenes resumen lo más terrible que como conclusión a ese proceso supuso la muerte de un tercio de los judíos que vivían en toda Europa, es decir unos seis millones de personas.

Pero resulta importante efectuar un breve análisis de ese proceso que comenzó mucho antes y de una forma mucho más sutil y aparentemente inofensiva. En sus comienzos este veneno que se inoculaba en muy pequeñas dosis, primero en la población alemana y luego en otros territorios, suponía la conceptualización sobre el daño que determinados ciudadanos o sectores de la población le hacían al país o al pueblo. Con argumentos como “no haber colaborado en la Primera Guerra”, “ser responsables de derrotas o tragedias”, “tener prácticas referidas a sus negocios, cultura o su religión que afectaban al resto de la sociedad”,  esas semillas fueron germinando y alimentando ese odio que poco a poco iba creciendo e iba justificando la adopción de otras medidas.

La limitación de ciertos derechos, la identificación primero de sus negocios y luego el boicot, más tarde la destrucción y la confiscación de sus bienes. El señalamiento de docentes, intelectuales y funcionarios públicos como judíos y luego la limitación y más tarde la prohibición del ejercicio de sus profesiones.

Ese proceso en cascada que primero los identificó, luego puso limitaciones y tercero los excluyó de la vida económica y social recluyéndolos primero en guetos y luego en campos de concentración tendría su corolario final en la idea de eliminarlos de la faz de la tierra para terminar conjuntamente con sus vidas los males que aparentemente ellos habían traído a la sociedad.

En Alemania primero y luego en cada territorio conquistado se cumplía con este protocolo de identificarlos primero y luego concentrarlos, recluirlos y encaminarlos hacia esa trágica y terrible “solución final”.  Estas prácticas se llevaban a cabo con el activismo y participación directa de un grupo importante de personas, con la complacencia pasiva de muchos que compartían las ideas y con la complicidad también pasiva y de silenciosa cobardía de muchos otros que incluso fuera de esas fronteras no se animaban a levantar la voz para condenar lo que sucedía.

Tratando de analizar y profundizar en el origen mismo de estas ideas, o mejor dicho de esta concepción que comienza sutil e inocentemente atacando a un grupo y especialmente a este grupo de personas, por sus rasgos diferenciadores del resto de la sociedad es que nos encontramos que si bien por sus dimensiones y su proximidad en el tiempo el holocausto nos impacta, nos interpela, nos cuestiona de manera muy trascedente no ha sido esta la primera vez en la historia de la humanidad donde se ha querido impetrar este tipo de atrocidades contra el pueblo judío.

Como nos ilustra Gerardo Stuczynski en su reciente obra “Historia de Israel” cuando en la cena de Pésaj se inicia el relato de la liberación de los judíos de su esclavitud en Egipto, acertadamente se predice “Pues no es uno solo que se alzó contra nosotros para exterminarnos, sino que en cada generación se levantan contra nosotros para aniquilarnos, pero el Santo, bendito sea, nos salva de sus manos”. Y continúa el autor diciendo “el espíritu de la continuidad ha estado permanentemente amenazado. Los judíos fueron perseguidos en todas las épocas, en todos los puntos geográficos, por distintos tipos de sociedades y por todas las razones imaginables y opuestas entre sí. Este odio, que es el más antiguo de la historia, para mantenerse vigente debió mutar y adaptarse a las distintas etapas históricas”.

Tal vez podemos situarnos inicialmente en la época de la esclavitud en Egipto para advertir la primera intención de exterminio del pueblo judío a través de aquella advertencia al faraón de que dentro de su reino había un pueblo fuerte y que crecía mucho y por tal motivo había que limitarlo echando al río a todo hijo varón que naciere.

Quinientos años antes de Cristo en el reino de Media y Persia otro hecho histórico relatado en el Libro de Esther nos habla de la intención de exterminio de todo el pueblo judío por razón de su cultura y a sus creencias en un solo Dios.

Y así podemos seguir en el Imperio griego, el imperio romano, en la Masacre producida en Norwich, Inglaterra en el siglo XII y la posterior expulsión de todos los judíos del reino, en la persecuciones de varias regiones de Europa en la Edad Media acusándolos de ser motivo de pestes y enfermedades, la expulsión, persecución, tortura y muerte por parte de la Inquisición en el Reino de España, persecuciones en Bélgica, Alemania, Francia, Suiza, Austria, Hungría, Italia, Checoslovaquia, Polonia, en la Rusia zarista cuando se condena genéricamente a los judíos por deicidio por parte de la Iglesia Ortodoxa que les prohibía establecerse en el territorio del imperio a menos que renunciaran a su religión y luego por similares motivos en el régimen de la Unión Soviética de Stalin. En Oriente cuando las autoridades musulmanas decretaron que los judíos pasaban a ser ciudadanos de jerarquía inferior a los que el soberano podía dar el trato que quisiera y los obligaban a pagar impuestos especiales a cambio de que se les permitiera profesar su fe y desarrollar su vida civil.

¿Cuál es la constante? ¿Cuál es el porqué de estas persecuciones? El historiador británico Paul Johnson dice que “en el curso de los milenios, que los judíos provocasen un odio sin igual, incluso inexplicable, era lamentable pero de esperar. Sobre todo que los judíos sobreviviesen, cuando todos los restantes pueblos antiguos se habían transformado o desaparecido en los entresijos de la historia. Era completamente previsible. La providencia lo decretaba, los judíos obedecían”. Agrega, “los judíos ha creído que eran un pueblo especial, y lo han creído con tanta unanimidad y con tal pasión, y durante un período tan prolongado que han llegado a ser precisamente eso”.

El escritor alemán Heinrich Heine expresó: “Pueblos se elevaron y desaparecieron; Estados florecieron y marchitaron, revoluciones conmovieron la superficie de la Tierra; y ellos, los judíos, estaban encorvados sobre libros, y no notaron las tormentas del tiempo, que pasaron sobre sus cabezas sin conmoverlos”.

Mark Twain, escritor norteamericano decía “los egipcios, los babilonios y los persas ascendieron y cubrieron el mundo con bullicio, grandiosidad y excelencia, hasta que se apagó su iluminación…los griegos y los romanos siguieron sus huellas, conmovieron al mundo en tormenta, y se esfumaron…El judío los vio a todos, los derrotó a todos, y hoy es lo que fue desde el alba de las civilizaciones…..todos son mortales menos los judíos”.

León Tolstoi sostuvo de los judíos que “Un pueblo como este nunca puede desaparecer. El judío es eterno. Es la encarnación de la eternidad”.

Nos surge aquí junto con Stuczynski una pregunta ¿Qué valores pueden compartir los antiguos imperios, la Inquisición, el nazismo, el comunismo, el integrismo islámico? Simple: su férrea oposición a la libertad. En todos esos regímenes despóticos y absolutistas, la voluntad del “faraón” de turno es la ley suprema. Al despreciar la libertad, rechazan la justicia, el derecho, la paz y …..aborrecen a los judíos”.

Porque ese espíritu de continuidad de los judíos se retroalimenta de un ingrediente esencial que se llama Libertad. Ese concepto de libertad que está en la cúspide de los valores judíos desde el mismo Deuteronomio y de allí lo heredamos como civilización al Occidente y nos ilumina en nuestro andar.

Por ello recordar la Shoá nos establece como imperativo recorrer todo ese proceso desde los orígenes mismos de la historia. Y en esa memoria estar atentos al presente para erradicar la génesis de razonamientos sutiles y aparentemente inofensivos que pueden generar los horrores de ese holocausto.

Es por esto que la memoria resulta fundamental para que la historia no vuelva a repetirse.

No podemos negar que existe un riesgo actual y permanente de que esa  semilla del odio encuentre tierra fértil derivando en discriminación e intentos de eliminación.

El antisemtisimo o antijudaismo aparece muchas veces disfrazado de antisionismo, que no es otra cosa que negarle a una nación el derecho a tener su tierra, su hogar. Como dijera Martin Luther King “el antisemitismo, el odio a los judíos, permanece como una mancha en el espíritu de la humanidad. Entonces, entiende esto: el antisionismo es, en esencia, antisemitismo, el odio al pueblo judío y así siempre será”.

Este antisemitismo se disfraza otras veces siendo especialmente críticos o hiper-críticos con las decisiones de una democracia, de una república, de un sistema democrático que con su luz irradia una zona,  donde es escasa la libertad. Claro que se puede disentir, claro que se puede discrepar pero llama la atención la hipocresía de quienes levantan su voz con especial virulencia contra Israel pero guardan silencio ante los regímenes totalitarios y plagados de violaciones a los DDHH de la misma zona, que persiguen y matan por razones étnicas, culturales y religiosas a cristianos o aún a musulmanes  y que alimentan permanentemente el odio hacia Israel y hacia los judíos por su condición de tales.

En Uruguay no estamos ajenos a esta semilla del odio, pasó con el asesinato de David Frend hace dos años, las agresiones físicas a una empleada doméstica al grito de “sirvienta de los judíos”, la pintadas en el Memorial del Holocausto  y hace pocas semanas el triste y vergonzoso incidente del comerciante de Barra de Valizas que discriminó por su mera condición de ciudadanos israelíes a dos jóvenes.

Siento la necesidad de pararme firme ante aquellos que defienden estas posiciones, que justifican las mismas o que aún tiene posturas de complacencia, complicidad y comodidad ante lo políticamente correcto.

Me inspira la vida de Dietrich Bonhoeffer quien pudiendo tener estas posturas cómodas para mantener su status decidió sin embargo enfrentar desde temprano el odio y la persecución a los judíos, denunciando esta situación fuera de fronteras, persuadiendo y recriminando a sus conciudadanos y a líderes sociales y religiosos de la época, enfrentando al régimen de todas las maneras hasta que la cárcel y la muerte en la horca pocas semanas antes de la caída de Berlín pusieron fin a su vida pero elevaron su ejemplo de lucha como antorcha para futuras generaciones.

El pastor Luterano alemán Martin Niemöller nos legó el poema tan conocido que dice:

“Primero vinieron por los comunistas, y yo no dije nada,

Porque yo no era un comunista.

Luego vinieron por  los sindicalistas, y yo no dije nada,

Porque yo no era un sindicalista.

Luego vinieron a buscar a los judíos, y yo no dije nada,

Porque yo no era judío.

Luego vinieron a buscarme, y no quedó nadie para hablar por mí.»

Ojalá podamos tener la misma conciencia y  valentía de Bonhoeffer  en nuestro tiempo, de levantar la voz en contra de aquellos que con diferentes pretextos siembran esa semilla de odio contra los judíos pero que es en esencia un ataque a la libertad y la dignidad de todo ser humano”.

Dr. Gerardo Amarilla.