Compartimos Entrevista con imágenes proporcionadas por bilat.org para publicar en Sociedad Uruguaya.
En medio de un torrente de información y de innumerables debates sobre la situación en Oriente Medio, que redefinen el equilibrio moral y político, el politólogo alemán Volker Perthes, exdirector de la Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP), desde 2021 a 2023 representante especial del Secretario General de la ONU en Sudán y Jefe de la Misión UNITAMS, ofrece una lectura estructural y única para Sudamérica del conflicto entre Israel y Palestina.
En esta conversación exclusiva, Perthes analiza la naturaleza del conflicto, las limitaciones de la diplomacia multilateral y la posición singular de Alemania frente a Israel. Sus respuestas trazan una línea clara de su expertise y conocimiento profundo de la región. Más que interpretar el presente, Perthes plantea una pregunta estratégica: ¿puede existir aún un horizonte político para dos pueblos que no desean compartir un mismo Estado?
¿Cómo puede usted describir la situación actual en Gaza? ¿Estamos hablando de un conflicto o de una guerra?
Es definitivamente una guerra, si se siguen las definiciones utilizadas internacionalmente para distinguir entre lo que constituye un enfrentamiento, un conflicto y, precisamente, una guerra. Por lo general, se toma como referencia el número de víctimas mortales en un determinado período de tiempo. En ese sentido, no hay duda de que estamos ante una guerra, en el contexto de un conflicto que lleva décadas. Un conflicto entre israelíes y palestinos. Un conflicto por la tierra, por la seguridad, por la autodeterminación. En esencia, un conflicto territorial, pero con muchas variantes.
A ello pertenece, ante todo, la necesidad de seguridad de Israel. También forma parte de ello el deseo de los palestinos de autodeterminación y autonomía. Y ambos pueblos, el israelí y el palestino, reclaman, en el fondo, el mismo territorio: la franja de tierra comprendida entre el Jordán y el mar Mediterráneo.
Es una definición muy buena. Y las definiciones son importantes, porque si no podemos definir las cosas, no podemos clasificar adecuadamente aquello de lo que realmente estamos hablando. La organización terrorista Hamás no puede derrotar militarmente a Israel. Parece que Hamás está librando una guerra diferente contra Israel, una guerra moral, con el objetivo de deslegitimar a Israel en la escena mundial. ¿Qué opina al respecto?
Creo que el término »guerra moral« es extremadamente, extremadamente difícil, porque para ambos bandos, tanto para el Estado de Israel como para la organización Hamás, las consideraciones morales no son una prioridad. Sí se habla ocasionalmente en términos normativos, pero, en última instancia, se reduce a algo como la seguridad e integridad del Estado de Israel por un lado, y, por supuesto, a la seguridad de los palestinos y al derecho a la autodeterminación por el otro, así como al conflicto de décadas por el mismo territorio.
Creo que, lo que usted mencionó, que estaría en interés de Hamás deslegitimar a Israel a nivel mundial, es, como mucho, un objetivo secundario. El conflicto fundamental gira en torno al territorio. Si seguimos la ideología de Hamás, quieren destruir a Israel. Niegan el derecho de Israel a existir.
Y en lo que respecta al gobierno israelí, vemos que después de los ataques terroristas del 7 de octubre de 2023 describieron como objetivo de guerra la eliminación total de Hamás. Si hoy seguimos a generales israelíes, estos dicen que ese objetivo de guerra, la desarticulación militar de Hamás, se ha alcanzado hasta donde era posible militarmente. Lo que ahora haría falta sería una solución política, un horizonte político, de modo que tanto palestinos como israelíes sepan qué esperar en los próximos, no solo semanas y meses, sino años y décadas. O un horizonte político que garantice a ambos pueblos sus derechos legítimos o les ayude a hacerlos valer: seguridad, existencia, existencia estatal, con el objetivo político de hacer posible la convivencia de dos pueblos en dos Estados en este pequeño trozo de territorio.
Desde fuera, la solución de los dos Estados parece haber sido la solución deseada durante décadas. ¿Sigue siendo posible mantenerla o se ha convertido ya en una ilusión? ¿Cómo sería concretamente esa solución? Los dirigentes palestinos oficiales y Hamás son enemigos. ¿Quién es el socio político o quién podría serlo para encaminar estas negociaciones hacia un Estado político reconocido mundialmente?
Yo retrocedería un poco más. No se trata de preguntar si el liderazgo actual, palestino, israelí o cualquier liderazgo palestino, responde a lo que esperamos de él, sino de cuál es el interés de ambos pueblos. Y luego también puede preguntarse cuál es el interés internacional, pero eso es secundario. En primer lugar, se trata de los dos pueblos. Ambos quieren seguridad, ambos quieren libertad en el sentido de autodeterminación. Y si hay algo en lo que hoy ambos pueblos están de acuerdo, es en que no quieren vivir juntos en un mismo Estado.
Hay idealistas en ambos lados que consideran que palestinos e israelíes deberían vivir juntos en un Estado democrático. Pero los hechos han demostrado, a lo largo de guerras y conflictos, que esa idea es, por el momento, una ilusión: no contaría con mayoría en ninguno de los dos pueblos. Y si se llega forzosamente al punto en que uno tuviera que vivir bajo el otro, terminaríamos con una forma de apartheid, que en última instancia conduciría a nuevos conflictos internos.
Y no digo con ello que necesariamente se trate de un apartheid del Estado israelí sobre sus ciudadanos palestinos. Si observamos las tendencias demográficas, en algún momento también podría ser al revés. Pero en cualquier caso, no sería una convivencia democrática y pacífica, porque el deseo de ambas partes es separarse.¿Y cómo pueden separarse sin recurrir a soluciones extremas como el genocidio o la expulsión? Solo construyendo dos Estados que coexistan uno al lado del otro. Se puede pensar también en soluciones creativas, como una confederación u otras formas de vecindad, pero en definitiva hacen falta dos entidades políticas que decidan cada una sobre su propio destino. Por eso, »dos Estados para dos pueblos« sigue siendo, a mi juicio, la fórmula más clara; o, dicho de otro modo, dos Estados que vivan uno junto al otro.
¿Sigue siendo posible? Creo que el actual gobierno israelí intenta precisamente, como lo dijo recientemente el primer ministro Netanyahu ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, convencer al mundo de que ya no existe ninguna posibilidad. También ministros israelíes han afirmado: »Ustedes pueden reconocer un Estado palestino, pero nosotros nos aseguraremos de que nunca llegue a existir.«
Con ello buscan, naturalmente, neutralizar las iniciativas políticas de Francia, Arabia Saudita y muchos otros Estados que desde hace tiempo han reconocido al Estado palestino. Sin embargo, vemos que hay personas, personas serias, con experiencia gubernamental y militar, tanto en los territorios palestinos como en Israel, que dicen: »Sí, es cada vez más difícil mantener la idea de los dos Estados, porque Israel continúa construyendo y ampliando asentamientos en los territorios ocupados. Pero sigue siendo posible.«
Es necesario hablar de las fronteras, de cómo hacer posible la comunicación dentro del futuro Estado palestino, y también entre el Estado palestino y su vecino, Israel. Hay que hablar de eso. Pero aún no es imposible. Y creo que no deberíamos permitir que los políticos nos convenzan de que lo sea.
Cuando hablamos de intereses nacionales y de las Naciones Unidas, surgen dudas sobre la aplicación del concepto de Naciones Unidas. Muchos países han perdido la confianza en la ONU, en el multilateralismo. ¿Las soluciones multilaterales al conflicto de Medio Oriente no se han convertido hace tiempo en una ilusión diplomática? Si es así, ¿qué alternativas realistas quedan?
Si alguien encontrara una mejor alternativa a las Naciones Unidas que las propias Naciones Unidas, creo que habría muchos actores en el mundo dispuestos a estudiarla y analizarla. Sin embargo, pienso que si hoy tuviéramos que fundar algo nuevo, el resultado sería nuevamente una forma de Naciones Unidas,quizás más pequeña, quizás más ágil. Pero, en todo caso, cualquier organización multilateral que se cree solo podrá ser tan eficaz como sus Estados miembros lo permitan. Cuando hablamos de las Naciones Unidas, debemos distinguir entre la organización con su Secretaría, las agencias, como UNICEF, el Programa Mundial de Alimentos o la Organización Mundial de la Salud, entre muchas otras, las misiones políticas y de mantenimiento de la paz, y los órganos decisorios, como el Consejo de Seguridad o la Asamblea General. En este marco, la Secretaría, encabezada por el Secretario General Guterres, es precisamente eso: una secretaría. Son los Estados miembros quienes determinan si hay avances o no.
Actualmente vemos, especialmente en el Consejo de Seguridad, que las cinco potencias con derecho a veto se bloquean mutuamente en una cantidad enorme de temas, impidiendo así la adopción de decisiones importantes. Al mismo tiempo, esas cinco potencias también se oponen a una reforma seria del Consejo de Seguridad, que sería indispensable.
Es absurdo que ciertos grandes países del Sur Global no estén representados, al menos no con un asiento permanente. Podríamos hablar también de América Latina, pero el ejemplo más evidente es la India: el país más poblado del mundo, sin un asiento permanente en el Consejo. Naturalmente, si miramos hacia América Latina, Brasil debería contar al menos con un asiento permanente, y no solo ser miembro electo por dos años cada cierto tiempo. ¿Y no debería haber al menos un país africano con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad? En teoría, casi todos están de acuerdo con ello, pero en la práctica parece imposible implementar una reforma así, porque las cinco potencias con veto no lo permiten.
Creo que las Naciones Unidas, y hablo aquí un poco pro domo, porque trabajé varios años en la organización, siguen desempeñando funciones de enorme importancia en el ámbito político, en la consolidación y construcción de la paz, en la asistencia humanitaria, el desarrollo y los derechos humanos. Todas esas tareas simplemente no se realizarían si las Naciones Unidas dejarán de existir. Hoy vemos que algunos de los grandes Estados, especialmente Estados Unidos, al suspender o interrumpir su financiamiento, están socavando muchas de las actividades esenciales y racionales de la ONU, impidiendo que el trabajo se lleve a cabo como debería.
Las Naciones Unidas sabrán sobreponerse. De pronto disponen de un 20% menos de fondos de los previstos, lo que significa que deberán despedir a numerosos empleados. Como en cualquier gran organización, eso es posible, y también se puede mejorar la eficiencia. Las propias Naciones Unidas son conscientes de ello. Pero incluso en este punto se aplica la misma lógica: la eficacia del aparato de Naciones Unidas depende en gran medida de las decisiones de sus Estados miembros.
La mayoría de las tareas y mandatos que el Secretario General y la Secretaría deben ejecutar no los definen ellos mismos, sino que son establecidos por los Estados miembros en el Consejo de Seguridad o en la Asamblea General. Y, con frecuencia, lo hacen sin asignar los recursos necesarios para cumplirlos.
Analicemos también a Alemania y su papel en el conflicto de Oriente. Alemania siempre ha tenido un papel especial, una responsabilidad especial hacia Israel en particular. ¿Cómo concilia esta responsabilidad histórica con la posible necesidad de actuar como mediador neutral, por así decirlo, en un proceso de paz? ¿Cómo valora la posición de Alemania en política exterior?
Alemania, en efecto, no reclama para sí el papel de mediador. Es cierto que Alemania mantiene una relación histórica muy particular con Israel, debido a la Shoah, al Holocausto. Otros Estados deben reconocerlo, y la mayoría así lo hace. No es algo que pueda simplemente borrarse diciendo: »Vamos, superen ya su propia historia.« No. La historia está ahí, y naturalmente existen también otras relaciones bilaterales en el mundo con cargas históricas especiales. Pero lo que une a Alemania con el pueblo judío es algo singular, y de ahí surge esa responsabilidad. Sin embargo, esto no significa que Alemania deba considerar automáticamente correcta toda acción de un gobierno israelí.
Alemania ha asumido como principio fundamental el compromiso con la seguridad de Israel; no obstante, existen situaciones en las que ciertas políticas israelíes pueden resultar más peligrosas para la seguridad a largo plazo de Israel que las amenazas provenientes de Estados o pueblos vecinos. Y precisamente por eso, creo que también recae en los políticos alemanes la responsabilidad y la obligación de decírselo claramente a sus homólogos israelíes cuando consideren que están cometiendo errores. No es necesario hacerlo públicamente, pero sí es necesario hacerlo.
Asimismo, deben establecerse límites cuando se observa que la política israelí, o determinados gobiernos israelíes, toleran o incluso ordenan crímenes de guerra (diría más bien toleran) y violan los derechos humanos. Y el gobierno federal alemán, bajo el canciller Merz, lo ha hecho recientemente al declarar que bloquearía los envíos de armas a Israel si existiera la posibilidad de que esas armas fueran utilizadas en la Franja de Gaza.
Usted señaló que Alemania no pretende ser mediadora. Pero, ¿debería Alemania asumir ese papel?
Creo que es una cuestión compleja. Aún existen muchos otros conflictos en el mundo donde se requiere mediación, y hay Estados que se han especializado mucho más en esa tarea. En Europa, por ejemplo, Finlandia o Noruega cuentan con una amplia experiencia en este ámbito.
Cuando se tiene una relación tan particular con una de las partes en conflicto, todavía es posible, como solemos decir en las Naciones Unidas, prestar buenos oficios. Pero sin duda, no se debería asumir el papel de mediador. Si llegara a presentarse una situación en la que israelíes y palestinos acudieran juntos a Berlín diciendo: »Necesitamos su ayuda para encontrar una solución.«, entonces Alemania no debería rehusarse. Pero no puede imponerse en esta cuestión.
Alemania puede hacer mucho para demostrar a ambas partes que está dispuesta a contribuir a encontrar una solución que permita la convivencia pacífica de ambos pueblos. Y en tiempos mejores en Oriente, tanto la Autoridad Palestina como el gobierno israelí lo habían solicitado. Recuerdo bien cuando Shimon Peres, siendo primer ministro de Israel, visitó Alemania y dijo aproximadamente lo siguiente: »Ustedes tienen una responsabilidad especial hacia Israel y hacia Oriente Próximo. Deben brindar ayuda al desarrollo a la Autoridad Palestina y a los territorios palestinos, porque si allí no hay crecimiento económico, ni empleo, ni seguridad social, aumentará el resentimiento. Las organizaciones radicales y terroristas ganarán apoyo. Tenemos un interés común en que los palestinos y palestinas construyan una buena vida, una economía sólida y un Estado funcional. ¡Ayuden en ello!«
Creo que en ese sentido es absolutamente correcto que Alemania asuma su responsabilidad y diga: »Sí, entonces ayudaremos.«
También considero acertado, aunque sea un tema sensible en nuestro país especialmente en el clima político actual, que Alemania afirme: si existe el riesgo de que Israel sea atacado militarmente por otros Estados, como en la reciente tensión entre Irán e Israel, Alemania debe contarse entre los países dispuestos a apoyar a Israel, incluso con suministros de armamento, si Israel desea adquirirlos en Alemania. Y pienso que muchos otros Estados de la región, incluidos Estados árabes, no tendrían problema con ello.
Pero lo que vemos hoy es una guerra en la Franja de Gaza que ha conducido a la destrucción casi total de la infraestructura civil y de zonas residenciales. Y eso es algo que un gobierno alemán no puede apoyar.
Muchas gracias por la entrevista.
Con gusto. Un placer.
