Compartimos una Carta del Obispo Pablo Galimberti a la Comunidad Diocesana del Litoral Norte con fecha de Diciembre 2006.

¡Que la Fe en el Señor Jesucristo sea siempre la luz que guíe nuestro camino!

Deseo compartir algunas reflexiones a los seis meses de mi llegada a esta Diócesis.

1. Primeras visitas:

Constato aprecio hacia la figura del obispo, desde Bella Unión a Fray Bentos. Esto no es mérito mío sino de quienes me antecedieron, obispos y presbiterio. En cada parroquia escuché y dialogué con el consejo parroquial, presidí la eucaristía con la comunidad, conocí de cerca el valioso servicio de las catequistas y de los numerosos servicios al interior de cada parroquia, por ej. animando encuentros de oración, visitando enfermos, participando en servicios de voluntariado social. Aprecié también las comunidades de base insertas en el corazón de barrios alejados de la sede parroquial y que abren la Biblia para iluminar sus vidas e inspirar ratos de oración. Ocasionalmente presenté mis saludos a autoridades. Con particular interés visité emprendimientos que generan renovadas expectativas, como Alur, en el sector de la industrialización de la caña en Bella Unión. Y caminé entre los surcos de la caña de azúcar, descubrí las habilidades del oficio de los «peludos» y me llevaron a presenciar la quema de la caña, imaginando cuántas ilusiones enciende cada cosecha. Lo que vi es fruto de años, inteligencia que marcó la zona más apta, sudores y tenacidad de un pueblo. Tantas cosas para agradecer a Dios.

2. Un servicio sin pausa.

Las demandas son múltiples. Esto obliga a multiplicar esfuerzos y marcar prioridades. A veces resulta dura fatiga con riesgo de dispersión, tratar de llegar a todos pero a las corridas. El equilibrio requiere tiempos para la oración y el estudio; donde el corazón se templa, la cabeza ordena las ideas, la mirada se aclara y uno intenta dejar actuar al Espíritu. Jesús invita a leer la realidad en clave de «signos» e interpelaciones: rostros que buscan reciprocidad, sufrimientos esperando compasión, abatidos que esperan un prójimo, oídos que esperan palabras de fe y no simples recetas. El profeta habla desde una palabra masticada, con sabor dulce y a veces amargo.

3. Una fe que aflora a cada paso.

He encontrado una religiosidad latente que aflora fácilmente: procesiones, ¿me bendice esta

medallita? Bendiga a mi hija enferma! Se espera una señal que confirme que Dios está aquí,

«tan cierto como el aire que respiro». Al pedir la intervención de un mediador, la fe se

«eclesializa». Es un paso que hay que hacer madurar. Quizás descubramos cosas admirables: como la viuda que entregó todo lo que tenía para vivir (dos moneditas del menor valor) o la fe del centurión, distante de aquella cultura tan «religiosa».

4. Adultos que hacen un catecumenado o se confirman.

Ha sido otra sorpresa doblemente agradable. Tanto por los que lo hacen como por la

comunidad capaz de acompañar tales procesos mediante una catequesis gradual. Todas las

edades son propicias para encontrar o dejarnos encontrar por Dios, pero la fe de un adulto

parece expresar que esa necesidad, «eso que falta» no lo ha llenado nada ni nadie; es un vacío que sólo Dios colma.

5. Pueblo en marcha.

Caminatas, marchas, peregrinaciones: Corralito, Cristo Redentor en la costanera de Salto,

Virgen de la Medalla Milagrosa (en Salto y Paysandú) y otras manifestaciones de una fe en

camino. Qué contagioso es ver a nuestro lado gente descalza que va ofreciendo ese dolor por un motivo que adivinamos lleva en su corazón, otros caminan con niños en brazos, en familia.

6. Pueblo mariano: un tesoro escondido.

La devoción a María, la Madre del cielo, siempre la misma pero invocada con varios nombres y en diversos lugares, atrae. Auxiliadora en Salto y Paysandú, Rosario en Paysandú, Pilar en Fray Bentos y Paysandú, Fátima, Lourdes, Virgen de los Treinta y Tres, Guadalupe, etc. Ella concentra vivencias hondas del ser humano: nuestras madres en la tierra nos rodean con tantos gestos de cariño; así nos preparan para descubrir a otra Mujer: María, la Mujer fuerte y tierna, que Cristo nos dejó como Madre nuestra. Ella conoce el camino y cómo llegar al secreto de su corazón: su Hijo Jesucristo. María es siempre discípula atenta, fiel colaboradora, inspiradora de nuestro caminar como discípulos y misioneros.

7. Religiosas, religiosos y movimientos: Soplo del Espíritu.

Un aporte importante, muchas veces silencioso, son las personas con especial consagración,

mujeres y varones, que con su dedicación a tiempo completo, son una invitación a escuchar y responder al Señor. Junto a ellos apreciamos la presencia de movimientos y asociaciones

laicales, que representan carismas para crecimiento, santidad y servicio misionero de la Iglesia.

Es necesario que cada uno aprecie y cultive el don o el talento que Dios le ha dado por el

camino que la Providencia ha dispuesto, para utilidad de todos. El criterio de la comunión en el cuerpo de Cristo visibilizado en la iglesia local presidida por el obispo es un camino a recorrer.

Evitando rígidos prejuicios, valorando el camino que esta Diócesis viene recorriendo. En el

cuerpo de Cristo, si uno crece todos crecemos y si uno cae o se detiene, el cuerpo pierde

energías transformadoras. La iglesia, enraizada y revitalizada continuamente por el Amor del Padre que nos entrega a su Hijo con el Soplo del Espíritu, no puede detener, racionalizar

excesivamente esta economía de amor, reciprocidad y permanente intercambio. La Iglesia

existe en la medida que sea resplandor de la luz de Cristo. Si Cristo no la ilumina muere. Si el Espíritu no sopla se asfixia.

8. Iglesia: pueblo con olfato profético.

Desde el bautismo nos anima una chispa profética. ¿Misión imposible? Muchos anuncian

catástrofes, el fin de la historia, del trabajo y de tantas cosas. El profeta mira más lejos y más adentro, intenta leer el diario trajín desde el corazón de Dios: ahí está su brújula para navegar por mares agitados: ¡Navega mar adentro! indica Jesús.

Compartimos la vida en espacios geográficos, culturales, sociales, cruzados por expectativas y conflictos (por ej. papeleras). Valoramos todos los emprendimientos (en Fray Bentos, Bella Unión, Paysandú o Salto) y las expectativas que generan en muchas familias que sueñan con un trabajo estable. No obstante, nos preocupan también los derechos llamados de «tercera generación» (derecho a un medio ambiente sano, a un desarrollo sustentable, etc.).

9. Iglesia caminando con el pueblo.

Los 250 años del proceso fundacional de la ciudad de Salto y Paysandú fueron una

oportunidad para expresar que la fe cristiana se va amasando con la historia de nuestras

comunidades, con vidas, manos y audacia de cristianos que, con honestidad y amor siembran el Evangelio. Asimismo, los 125 años de presencia salesiana en Paysandú mostró la siembra evangélica en el tejido de la historia cotidiana.

10. Laicos inquietos.

El encuentro diocesano de laicos convocó fieles cristianos, hombres y mujeres, provenientes de diversos sectores sociales, inquietos por la urgencia de ser fermento en la sociedad y que necesitan que les brindemos mayor apoyo.

11. Iglesia servidora.

Por último, los encuentros con las fuerzas vivas de las comunidades parroquiales muestran una iglesia servidora, testigo, solidaria y compasiva a imagen de Jesús Buen Samaritano, que nos recuerda el vaso de agua al sediento, la visita al preso, la comida al hambriento, un refugio al abandonado, una palabra al extraviado, un aliento al deprimido y una luz en medio de los rostros tristes de la pobreza: adictos, sin familia.

12. Próximos a la Navidad.

Con corazón agradecido, hago memoria de las personas, necesidades y lugares que recorrí en esta primera visita a la diócesis y los pongo simbólicamente a los pies del Niño Jesús. Allí viviremos una experiencia de asombro, porque desde la Nochebuena de Belén, Jesús, es el hijo de María y también el Hijo eterno de Dios. Allí nuestras vidas, -oscuras, frágiles y ruines-, encuentran el fundamento inconmovible de su dignidad. Navidad es la oportunidad de entrar en esa atmósfera donde lo humano y lo divino se abrazaron para siempre. María, Madre Virgen, es el umbral para acercarse a este gran misterio. Y si el salto nos resulta muy grande, nos queda el camino del buey y el burro testigos mudos y torpes. Quizás en ellos descubramos, extrañamente, la docilidad y pequeñez que abren paso a lo grande, maravilloso y sencillo: la realidad más real y cierta: ¡Dios está aquí!

Feliz Navidad para ustedes, sus familias y los uruguayos: hombres y mujeres, chicos y grandes, agobiados por alguna tristeza y que necesitan encontrar refugio en esta Noche.

Les deseo que el Rostro del Niño despierte en todos sentimientos de paz y reencuentro, con

Dios Padre y con nuestros semejantes.