Editorial. Una memoria hecha de mujeres.
Cuando uno habla de «tesoros de familia» no está pensando en cuentas bancarias.
Si a una le preguntan por ellos, la cabeza se irá a ese lugar donde permanecen cosas cuyo valor, que no cotiza en el mercado, desaparecerá al mismo tiempo que la memoria del que recuerda.

Porque el valor no está en el objeto sino en su historia.
Por ejemplo: imaginemos una caja, tamaño mediano, forrada en seda que pudo haber sido rosa o color marfil y que hoy luce descolorida y con roce en los pliegues de la tela.
La abrimos. Dentro hay un par de trenzas de un rubio pajizo, un guante de tul, la libreta de enrolamiento al ejército de un tío abuelo, postales color sepia, un misal de comunión, estampitas, cartas atadas con cintas, una alcancía, un relicario «tuyo por siempre», dientes de leche, recortes de diario, obituarios, tarjetas de visita «ofrecemos nuestra casa…», fotos de los bisabuelos que vinieron de Italia, un dedal de plata, candelas de torta de cumpleaños, una caravana despareja, una cigarrera, un pañuelo bordado.

De madera o de latón, que fuera en su origen de zapatos, de té o bombones, todos tenemos en nuestra familia una caja que guarda nuestra historia. Y también una mujer que guarda esta caja, con tantas historias de mujeres, ya que son ellas las memoriosas, las que trasmiten ese ADN empolvado, capaces de reconocer en los ojos de nuestro hijo la misma mirada tesonera de un antepasado asturiano.

Estas cajas permiten rescatar de la desmemoria historias de mujeres, esforzadas tanto en su casa como fuera de ella, soñadoras tanto en la iglesia como en el barco que las traía a «hacer la américa», apasionadas tanto por su hombre como por una idea.
Historias de mujeres con hormonas opacadas muchas veces por tantas epopeyas masculinas, trasmitidas junto con los apellidos.

De mi caja personal yo recupero la historia de una mujer, mi abuela Antonia. Ella nació en un barco y su madre murió en el parto, por lo que fue criada por una tía que trabajaba preparando comidas para afuera y regenteando un circo criollo en el Montevideo de fines del siglo XIX.

A los 7 años ya ayudaba a su tía amasando tallarines sobre la tapa de un baúl. En algún momento del amasijo le gritaban: «Toñita, tu número!!» entonces ella dejaba el palotito y se metía en el escenario del circo a hacer su actuación de canto y baile.

Fue lavandera, ama de leche y cocinera.

Defendió a cuchillo su derecho a amar a un hombre y defendió también su derecho a dejarlo cuando el amor se terminó.
Conocer su historia, me permite a veces reconocerla en alguno de mis hijos.

No perdamos estas historias, ya que todos tenemos en nuestra familia una mujer con hormonas.

Puede solicitar las Bases a través del correo electronico a: arrobamujer@schering.com.uy

Se establece un primer premio de USD 1.200 y dos segundos premios de USD 400 cada uno.

El plazo de presentación de las obras, vence el viernes 29 de junio de 2007.