Compartimos la columna del diputado Javier García (Alianza Nacional) referente al Liceo Jubilar y que lleva como título “No es un milagro, pero…”.

“A dos cuadras de la gruta de Lourdes, en la cuenca del Casavalle, pegado a algunos barrios como el Marconi, Casavalle, el Palomar, Borro, 40 semanas, funciona el Liceo Jubilar Juan Pablo II. Es un liceo público de gestión privada. Se financia con aportes de empresas y particulares y lo dirige un muchacho de 32 años, cura, Gonzalo Aemelius. Un tipo bárbaro, y sobre todo humilde, muy humilde. Lidera una obra ejemplar de las que pare el Uruguay y que se conoce poco, o a veces pienso que a muchos les conviene que se conozca poco no sea cosa que deban compararse. 170 alumnos entran a clase todas las mañanas, impecables, uniforme simple una remera con el logo de la institución y pantalón o pollera gris. Están allí hasta la media tarde, y por eso un buen desayuno, y un almuerzo aseguran la jornada, eso si no se van sin merendar.

Pasé la puerta y el silencio me atrapó. Que silencio!, el liceo estaba lleno de gurises pero se «sentía» el silencio. Era como una enorme biblioteca pero con mucha gente estudiando, participando y creando. Le dije a Gonzalo como hacía para que no se sintiera ruido, y me dijo algo que me llamó la atención «como nos importan tanto, acá la disciplina es muy fuerte» y mientras decía eso pasaron cuatro o cinco chicas y muchachos y lo abrazaron y Gonzalo les acarició la cabeza y les dio un beso. No parecían muy preocupados por las exigencias de disciplina.

Hay 300 solicitudes por año, pero solo hay capacidad para que entre la cuarta parte de esos pedidos. Es muy duro me decían tener que informar a los padres que no se acepta a sus hijos porque no hay lugar. Pero el sorteo, porque es por sorteo como buena institución pública, es implacable. El bolillero manda. Para entrar hay dos requisitos o se es pobre o se es indigente. El 60% proviene de hogares comprobadamente por abajo de la linea de pobreza del INE, y el 40% abajo de la indigencia. Este año las clases comenzaron el 13 de febrero, un mes antes que en el resto del sistema público, por eso también es que en el 2010 se dieron 1190 horas de clase, frente a las 680 de los otros liceos, son aproximadamente 230 días de clase al año, 50 más que el resto. Mientras Aemelius hablaba de esto, sonó el timbre del recreo largo, le pedí para salir al patio y ver como funcionaba. Yo creí que ahí lo agarraba porque tanta disciplina y exigencia en un momento explota. Perdí de nuevo. En el patio, muy sencillo, con una cancha de fútbol y una huerta que se explota a «productividad» por cada grupo y que debe abastecer de verduras el menú del mes, los chiquilines en grupos mientras charlaban se comían un par de bizcochos (que donan unos colaboradores) y una taza de cocoa. Ayer dice Cecilia, una docente, fue licuado de frutas. No se permiten los juegos de manos.

En eso unos alumnos escoba y pala en mano pasan por su clase y barren. Pregunto: ¿y esto?. Es lo que corresponde dice un docente, es su casa y las casas se limpian (otra vez García a la lona). Cuando termina el recreo de veinte minutos se juntan todos los alumnos, los adscriptos y directores están con ellos. Me pongo atento y escucho. Van a hacer la «auditoría» de la limpieza. Todos los días ese es el rito, se nombra una comisión de alumnos que pasan por las clases y evalúan como quedaron barridos. Dedito para arriba o para abajo es la nota. (Esto es increíble)

La sala de informática sería el orgullo de cualquier instituto privado, pero está allí con sus treinta monitores planos, en perfecto orden en el medio de un barrio extra pobre. Y además inglés, cinco horas a la semana en la Alianza, a la que van en cada uno por su lado, en ómnibus de línea a la calle Paraguay, en el centro.

Podríamos hablar del liceo extra edad para padres, 70 alumnos, de los talleres, de los deportes o de su vinculación con los CAIF y merenderos de la zona que usan la sala de informática o se reúnen allí. O del proyecto «Belén» de viviendas que están emprendiendo con un arquitecto que lo dirige, o de otras cosas más. Pero eso quizás no sea lo central, la «misión» principal, me interesa conocer la «fórmula», y allí Gonzalo me dijo «esto no es un milagro». Acá lo único que importa son los chiquilines, y como nos importan tanto los exigimos mucho….porque PUEDEN. Tiene derecho y tienen obligaciones y acá se las hacemos saber, y cumplir. Los docentes ganan menos que en el sistema público general, que paradoja! «Los queremos y por eso les hacemos saber que nos importan» Si un niño se porta mal en clase no se lo saca ni se lo manda a la dirección, son chiquilines que están acostumbrados a que se los saquen de arriba, acá, me dicen, los temas se resuelvan adentro de clase, no se pierde ni un minuto de educar. Y si uno falta alguien va a su casa a buscarlo y si esta durmiendo se lo levanta y marche…Y si el hogar es mas crítico, va el director en persona, pero el niño tiene clase y punto.

Los docentes están comprometidos con el proyecto, los niños y las familias con el liceo y la dirección es lúcida y lidera.

En Uruguay la deserción liceal supera el 40% en Montevideo y 30 % en interior. En el Jubilar 0%. La repetición es del 1% . Está todo dicho.

Ahí hay mucha humildad y mucho trabajo, pero tienen mucho para enseñarnos. No es un milagro, como dice Aemelius, pero…parece serlo”.