feyrazon“En aquel tiempo dijeron los discípulos a Jesús: Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo”.

Los discípulos creen entender lo que Jesús les ha dicho porque no ha hablado en parábolas.

En los versículos anteriores Jesús les hizo entender (que no es lo mismo que comprender) que en poco tiempo ellos podrán pedirle directamente a Dios por todo lo que necesiten, pues Dios Padre los quiere y los escuchará. La simpleza de las palabras de Jesús les da cierta seguridad a los discípulos: “Ahora sabemos que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte…” (v30). A lo que Jesús le responde: “…¿Ahora creen?…”, como queriendo significar, ¿recién creen, después de todo lo que he hecho y ustedes son testigos de tantas obras que he realizado? O también podría significar: ¿ustedes creen porque hablo con palabras simples? Jesús es consciente de la ignorancia e incomprensión de sus discípulos, por eso enseguida les anuncia lo que harán cuando Él no este.

Igualmente los invita a mantenerse en paz en medio de las tribulaciones venideras, a imagen de Él que no se siente solo, sino que sabe que su Padre estará con ellos como ha estado y está con Él.

¿Cuántas veces creemos entender perfectamente lo que Jesús nos pide? ¡Ésto nos lleva a cometer tantos errores! Por tratar de hacer del Evangelio algo fácil hemos querido saltearnos la tribulación. Frente a las dificultades del camino es muy fácil desviarse, sea por un santo miedo a sufrir, sea por cobardía, sea por incomprensión, sea por escuchar otras voces. Pero en todo esto se manifiesta el no haber entendido el mensaje de Jesús.

El signo de la Presencia divina es la paz. La paz que Dios regala al alma que se entrega a su voluntad, no por obligación, sino por amor. Amor a su Hijo Jesucristo hecho persona y que vino a salvarnos. Esta paz se desprende de la relación íntima con Dios, desde la oración que es “tratar de amigo con aquel que sabemos nos ama” (Teresa de Jesús). También esta paz nace de la lectura asidua y confiada en su Palabra, que al decir de San Pablo “…es como espada de doble filo…”

(Hebr 4,12). Es como una espada pues penetra hasta lo más profundo de nosotros y al entrar duele, pues deja al descubierto aquello de nosotros que no queremos aceptar, y que es nuestra más profunda verdad, y que Dios quiere que descubramos y aceptemos. Pero duele más aun pues es Palabra de Dios que es amor, y un amor que supera cualquier amor humano y que es difícil de aceptar y comprender con los parámetros humanos. Más aun “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios” (1 Jn 4,16). La Palabra de Dios nos atraviesa y sana todo lo que en ello está roto. La condición para experimentar esto es permanecer en el amor, o sea, permanecer en Dios y eso lleva tiempo aprenderlo.

¡He aquí nuestro error y el de los discípulos! A menudo queremos convencernos de que lo sabemos todo, o que descubrimos algo para cierto momento de nuestra vida, y por ello nos olvidamos rápidamente de Jesús, descuidando nuestra relación con Él. Cuando estamos mal, confundidos o atravesando una situación compleja es cuando nos acordamos de Dios; pero si todo está bien (traducido a lo que queremos significar: cuando nuestro intelecto se siente tranquilo por acierto de una verdad) fácilmente nos olvidamos de Dios.

Hay en todo esto un doble juego: el “creer en Jesús” desde el ámbito racional (algo imposible para una mente cientificista) y el “creer en Jesús” desde el ámbito de la fe. En el primer caso cualquier afirmación cae fácilmente pues imposible comprender el actuar de Dios, ya que el nos supera en todo. Solamente desde la fe es que logramos comprender a Jesús y su Palabra. Por esta razón es que Jesús prefería hablar en parábolas, pues exigía a los discípulos la fe en Él, que es confianza ciega, salto al abismo, ruptura de todo límite humano.

Cuando creemos estar seguros de haberlo comprendido todo Jesús nos dice: ¿ahora crees?, ¿crees comprender lo que te pido si te hablo con palabras simples? Jesús sabe que nos sentaríamos tranquilos y no haríamos nada si nuestra inteligencia lo comprendiera todo, pues nos gusta ser dueños de nosotros mismos y además nos provoca miedo dejarnos guiar por otro. Por eso es que la fe implica valentía.¡Y cuánta valentía! Al ascender el Señor al cielo sus discípulos no sabrán esperar como Él lo mandó. Enseguida se dispersarán y correrán por miedo a que los maten, sin saber que hacer ni en qué más creer. Jesús lo sabía y por eso se los anunció, ¡he aquí otra enseñanza del Maestro! Nos creemos personas inteligentes, pero muchas veces solo para aquello que nos conviene. Nuestro egoísmo es tal que recortamos el Evangelio para lograrlo hacer a nuestra medida, a nuestra manera, y nos quedamos solamente con las cosas lindas. Si los discípulos dijeron haber entendido a Jesús ¿por qué no entendieron que si no ponían toda su fe en Jesús pasaría lo que Él les anunció? No quisieron aceptar su debilidad, ya dicha por Jesús.

Prefirieron contentarse con creer que sí lo entendían.

¡Pero Dios es sabio y en Jesús se demuestra su Sabiduría! Jesús les dice que ya ha llegado la hora en que lo dejarán solo y se dispersarán. Jesús conoce a sus discípulos y sabe lo que harán, pero así mismo los ama. El Señor sabe que una y otra vez lo abandonamos, pero Él siempre se mantiene fiel y nos espera con paciencia. Pero…sin recortar el Evangelio, dejemos que el propio Jesús nos diga su Palabra: “…les he dicho éstas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo…” ( v33). Debemos tener paz. El Señor nos lo dice. Pero entonces ¿por qué no alcanzamos esta paz? Quizá porque nos olvidamos de observar bien las palabras del Señor: “…tengan paz en mí…” Y repitamos: EN MI. Nuestra paz tan anhelada nos viene del Señor, nace en Él. Más aún, sólo tendremos verdadera paz (psicológica y existencial) si vivimos en comunión con Jesús. Todas las otras “sensaciones” de paz, son meras tranquilidades pasajeras, seguridades aparentes, que nacen de una inteligencia que busca aciertos de verdad, pero verdades a nuestro entender y no al entender de Dios. Pero esto no es fe.

La inteligencia y la fe se complementan. Dios no se contradice al darle la inteligencia al hombre que busca incesantemente la verdad, pero la inteligencia por sí sola no alcanzará nunca la Verdad (con mayúscula). Pueden conjugarse perfectamente, incluso la inteligencia puede preceder a la fe, pero nunca puede prescindir de ella. La inteligencia sin fe es nada (Cfr. San Agustín: “FE Y RAZÓN”: “Ni la razón sin la fe, ni la fe sin la razón…”).

La fe y la inteligencia, como todo lo humano, implica ejercicio. ¿Qué podemos hacer para poner en ejercicio a nuestra inteligencia para que no se confunda y crea entenderlo todo? Es necesario permanecer siempre en Dios, y así nos puede ayudar, en principio, llenar nuestra mente, y desde ella nuestro corazón, de Dios. Recordar su Palabra, permaneciendo en su presencia amorosa, con recuerdos constante de Dios, ayudarnos con imágenes u objetos que animen la devoción. Es necesario darle a nuestra inteligencia aquellas cosas que nos hablen de Dios. Esto nos llevará a estar más en su presencia, confiándonos a Él, sintiendo siempre su presencia, aunque no entendamos nada. Luego vendrá la parte más importante: la oración que no es más que ir al encuentro con el dueño de la vida, mi Señor y Salvador, que me ama y me quiere hacer feliz, que me quiere guiar por su camino, y me quiere dar su paz en medio de las tribulaciones del camino.

Pero más importante que esto, quizá, es el reconocimiento de Jesús en el prójimo, y sobre todo el prójimo que sufre, que me necesita. Frente a nuestra ceguera intelectual muchas veces nos salvará la experiencia concreta de ver a Jesús en el pobre que está ante mí y me interpela. Ante él sólo me queda la entrega, pues evadirlo es total necedad.

Pero entonces ¿cómo creer que sólo en la confianza en Dios, podremos tener paz y saldremos victoriosos en todos nuestros problemas? He aquí nuestro gran paso de fe. No podremos alcanzar esto con la inteligencia. Ningún cálculo científico nos puede dar la seguridad de esto.

Sólo la fe. Y si quiero darme cuenta (constatar con mi inteligencia) que tengo fe, debo creerle a Jesús: “…Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo…” Sólo podremos creer en el triunfo de nuestros esfuerzos por alcanzar la felicidad si le creemos a Jesús. Él venció al mundo y sus tribulaciones, y todo lo que nosotros podamos experimentar como sufrimiento el Señor ya lo experimentó y lo superó. Por lo tanto asumamos junto con Él nuestros sufrimientos y saldremos victoriosos.

¡Alegrémonos! En nuestras tribulaciones invoquemos el nombre de Jesús y Él nos rescatará para darnos fuerzas y esperanza en un futuro de plena felicidad. Esto sólo es posible desde la fe…¿somos lo suficientemente inteligentes para entenderlo?

¿Hasta cuándo lucharemos con nuestras propias fuerzas? ¿Hasta cuándo lucharemos por entender todo lo que sufrimos y, desde ello, seguir haciendo cálculos para resolver nuestros problemas? Nunca lo podremos lograr. Ni la ciencia ni la tecnología más avanzada logran que el ser humano alcance la plenitud tan deseada. Ni siquiera la liberación de los instintos más bajos del hombre (sobre todo en el placer, pero también en el poder y en el poseer) le dan la clase de seguridad y felicidad que la misma naturaleza humana reclama. Nada de este mundo está a la altura de la plenitud humana, pues fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gen 1,26) pero, a su vez, todo lo creado tiene sentido solamente en Cristo, “…todo fue creado por Él y para Él…” (Col 1,16b) Por eso es que nuestra inteligencia es totalmente nula si no abrazamos la fe que nos lleva a la verdadera plenitud, a la cual estamos llamados desde el principio de la creación.

Muy seguido nos decimos: (buscando tranquilizar nuestra conciencia) “Soy una persona de fe pues creo en Dios”. ¿Estamos seguros de que esto es así? La fe es abandono, la fe es confianza, la fe es esperanza en alguien más allá de mí mismo y mis cálculos, la fe es dejarme llevar de la mano por una Persona que me ama y me acepta tal cual soy, y que tanto es su amor por mí que eligió como signo de amor la Cruz. Por mí Él se entregó a la muerte, siendo inocente fue maltratado, despreciado, condenado, castigado, humillado como lo peor de este mundo. Jesús aceptó experimentar todo esto para que nosotros, al sentirnos igual que Él, podamos darle sentido a nuestro sufrimiento. Y esto no es resignación ni mucho menos masoquismo. Es aceptación humilde, coherente e inteligente de nuestra condición humana, creada a imagen de Dios, por lo cual también en nosotros se cumple la promesa de Dios. También en nosotros Dios se sigue manifestando al mundo y haciéndole ver la necesidad que tenemos de Él. En Cristo Resucitado se complementa el sentido que tiene para nosotros la Cruz. Pero no hay resurrección sin cruz, no hay vida sin muerte, no hay amor sin sufrimiento. Por eso para que el sufrimiento humano tenga un verdadero sentido debemos amar esa Cruz en la cual murió nuestro Salvador. Desde la mirada sencilla de la Cruz podremos alcanzar a comprender la verdadera felicidad.

Sin duda que es difícil entender esto y aceptarlo. En un mundo que quiere evitar el sufrimiento, nosotros los cristianos estamos llamados a sufrir con y por el que sufre, a imagen de Jesús. Es una locura, sin duda, pero ya lo decía San Pablo: “…yo predico a Cristo, y a Cristo crucificado, necedad para los griegos y locura para los paganos..” (1 Corintios 1,23-24) Ni siquiera los griegos, que eran la cuna de la sabiduría en los tiempos de Jesús, alcanzaron a entender y comprender su mensaje. ¿Acaso cambió mucho el mundo desde ese entonces? Claro que no. Por más avances humanos, tan necesarios como don de Dios, es imposible comprender sólo con la inteligencia la Sabiduría Divina, que solo se alcanza con la fe.

En esa Cruz San Pablo pudo comprender toda su existencia y darle sentido a su vida. Desde que conoció a Cristo en el camino a Damasco, Saulo fue convertido en Pablo; el perseguidor de cristianos fue convertido en Apóstol de Cristo; el fariseo y maestro de la ley fue convertido en el apóstol de los gentiles; el soldado inteligente de gran prestigio y poder se convirtió en un hombre sufriente por Cristo, pasando hambre, sed, frío, sufriendo castigos y cárcel, todo a causa de Cristo y por la extensión de su Evangelio. ¡Y siempre predicando a Cristo crucificado! Y ni siquiera él mismo fue capaz de comprender lo que le pasó, sólo entendió que Cristo se le apareció y le mostró el gran amor que le tenía y eso cautivó el corazón de Pablo, pues nunca, nadie, lo había amado así.

Diego Pereira. pereira.arje@gmail.com