En este caso la columna del diputado colorado Alberto
Scavarelli alude a la crisis social en el vecino país y lleva como título «Mucho
nos duele la situación argentina».

«Asistimos a la demostración palpable de que las razones que llevan a
elegir gobierno, no aseguran que aun a pocas semanas de asumir, sea posible gobernar
de espaldas al sentimiento de una nación, sobre temas esenciales para su vida
cotidiana. Es aun peor cuando se trata de enfrentar incertidumbres, en un mundo
globalizado y sobreexcitado como el que nos toca vivir, agravado con el hecho
de que hoy todo es en tiempo real.

Todos deseamos que la situación se reencauce, y que sean las instituciones y sus
integrantes, los que asuman los roles que la sociedad y la constitución les
asigna.

A los gobiernos los defiende el pueblo de los ataques desde afuera del pueblo,
pero no de las protestas y de las manifestaciones pacificas de la gente
misma que compone ese pueblo.

Las organizaciones sociales no están para estas cosas si no quieren desarticularse
en sus roles y cometidos.

Todos debemos mirar con preocupada atención lo sucedido en Argentina en estas
horas, como ayer debimos mirar en Francia cuando los recientes desbordes
sociales impregnados de violencia.

Felizmente al tiempo de escribir este artículo, no había hechos masivos de desborde
de violencia, sino graves pero aislados hechos violentos que deben ser temidos
y tenidos debidamente en cuenta.

La enseñanza debe ser que hoy más que nunca -porque todo es instantáneo en su
transmisión y gestación- la paz social es un logro a conquistar y consolidar
cada mañana, que se debe guardar con extremado celo de la intemperie del
simplismo o el desborde de la gestión de gobiernos que se piensan
autosuficientes.

No se puede gravar al que trabaja y al que produce, condicionarle su vida
y aplicarle impuestos voraces sobre ingresos brutos, sin considerar los gastos para
generarlos.

En una democracia es un tema de filosofía de vida, más que de principios tributarios.

No hay conducta más peligrosa e incontrolable que la de aquel que siente que poco
le queda por perder o que nada le queda por ganar o conservar.

Ese sentimiento es terrible en la pobreza del que le falta y en la perdida de
lo que tiene del que produce o trabaja.

La lección es esencialmente simple: Todo gobierno es transitorio, y todo funcionario
es muchas veces más transitorio que el propio gobierno. Actuar como si el cargo
fuera un traje de medida, y creerse que la función tiene poderes mágicos por
derecho propio, es una receta terriblemente peligrosa, además de ser
disparatadamente equivocada.

Sentir que el ejercicio del poder se consolida en la intransigencia, o en el ejercicio
monopólico del gobierno, en la prescindencia de otras opiniones, en la
descalificación del otro cuando disiente, en el desarrollo de teorías conspirativas
en todo lo que no coincide con el plan maestro mas allá de los avatares de la
realidad, es un cóctel letal.

Primero insensibiliza, luego baja el ritmo de la sintonía con la realidad y finalmente
prepara el colapso de la relación de confianza con la nación.

Todo gobierno esta de paso, pero debe tener un presente que nos garantice el futuro
a todos y nos de paz mas allá de los connaturales riesgos de la vida.
En este mundo a la intemperie, es bueno que el pueblo se cobije en el gobierno
para acostarse a dormir sin la zozobra de la incertidumbre de la ocurrencia de
gestión u omisión oficial de la mañana siguiente.

Todo gobierno debe tener firmeza para actuar más allá de las encuestas porque
no siempre es fácil el cumplimiento del deber. Se trata de jamás ir más allá de
la ley y el buen sentido, ni de los principios esenciales, ni del sentimiento
de la nación sobre temas que la gente considera pilares de su vida.

Traspasar esa línea vulnera el contrato implícito que se suscribe en cada voto
y se sella en cada urna.

Más que el cumplimiento preciso de la promesa -que siempre depende de variables
muy complejas- el ciudadano exige una ética de la responsabilidad, donde la
sociedad no sea considerada un campo de experimentación donde ensayar alquimias
en la vida de la gente.

Cuando se pasa esa línea de confianza en la conducción o se va en una dirección
que pone en riesgo garantías básicas, viene la crisis de confianza que luego
deriva en otras crisis con manifestaciones mucho más complejas.

Es aún tiempo de ceder para escuchar, para ser convencido y convencer. El poder
del estado no puede estar al servicio de la obcecación.

Los jefes de estado tienen roles. No importa su género, por lo que nos parece
innecesario que una presidente mujer deba hacer notar su condición de tal
para afirmar las razones para querer negociar o no, la salida de una crisis.
Ayer lo hizo la presidenta en Chile, ahora comete -en nuestra opinión el mismo
error- la presidenta en Argentina.

Para un jefe de estado, su principal deber es decidir después de escuchar sin
dejarse susurrar en el oído. Lo peligroso es que le digan lo que quiere escuchar,
y aun mas peligroso es que solo le digan lo que se cree que el presidente
quiere oír. Ambos métodos de asesoramiento, salvo cuestión de grados, son
fórmulas perfectas para asegurar un fracaso inevitable de gestión por pérdida
de confianza.

Rever caminos no es debilidad, y si erróneamente así por alguien se creyera, debiera
tenerse presente que es más injusto y peligroso, persistir porfiadamente en el
error.

Representante Nacional.- Partido Colorado – Uruguay.

albertoscavarelli@yahoo.com http://www.scavarelli.com