“Gracias por querer durante tantos años estas canciones. Gracias al pueblo argentino presente y, por supuesto, al uruguayo”, dijo la voz y llena de emoción de “Pepe” Guerra al inaugurar con los acordes de la canción “Del templao” la emotiva e histórica noche del viernes pasado en el Luna Park. Allí, Los Olimareños, el legendario dúo que empujó con zambas, candombes y milongas los sueños revolucionarios de los jóvenes de los ’70, se despidió para siempre de los escenarios y ahora en Buenos Aires.
Desde las plateas repletas, flamearon muchas banderas uruguayas y algunas argentinas, junto a la de los treinta y tres orientales. Aquellos jóvenes de entonces, algunos acompañados por sus hijos, vivieron el show sentados y con los ojos bañados de nostalgia, acompañando un repertorio de treinta y ocho canciones que sonaron tal como las recordaban, y que cumplió con los pedidos del público. Más allá de una frase de cada uno, la comunicación con la gente fue sólo a través de las canciones. señala la crónica argnetina.
Hubo varios momentos emotivos. «No sólo los amigos están presentes, aquí están también nuestras familias, nuestros hijos. Hemos vivido momentos muy felices y también muy duros. Es la memoria colectiva la que nos mantuvo presentes», dijo Braulio López. Luego vino Rumbo, con imágenes de viejas marchas en blanco y negro proyectadas a sus espaldas; Isla Patrulla y el acordeón de Víctor Amaral; el Pobre Joaquín, que mata el hambre con un sueño; A Simón Bolivar, con Braulio dejando la guitarra y haciendo honor al origen de su cuatro venezolano; El campo grande, junto a la murga La Tríada; la Milonga del fusilado, con el público de de pie por primera vez sobre el final de la noche; Hasta siempre, con imágenes de El Che sobre la pantalla y con el coro de la gente; Angelitos negros con Camilo López tomando como herencia en vivo la guitarra de su padre y el cierre obligado con A mi gente.
Se fueron una vez más Los Olimareños y ahora desde la vecina orilla, para volver a ser Braulio y Pepe, los muchachos que crecieron juntos a orillas del río Olimar y que llevan la tristeza en su mirada profunda y mil historias en cada arruga de su rostro.