Compartimos esta columna del rector de la Universidad de la República, Rodrigo Arocena titulada “Educación Superior y Desigualdad” difundido a través de la Red de Educación Popular (REPEM).

“La vocación nacional por disminuir la desigualdad es una de las mejores cualidades del Uruguay. Tiene hondas raíces en nuestra historia; ofrece un punto de encuentro para forjar una política de nación; contribuye a la calidad espiritual de la vida en el país; constituye además un cimiento firme para una estrategia de crecimiento económico realmente moderna. Es pues alentadora la noticia reciente según la cual ha disminuido sustantivamente la pobreza en el país y también, aunque en medida menor, ha mejorado la distribución del ingreso.

La historia reciente enseña que disminuir la desigualdad requiere combinar democracia política, crecimiento económico y activas políticas sociales. Pero la experiencia indica asimismo que se va haciendo más difícil plasmar en los hechos la vocación igualitaria, pues tendencias objetivas profundas apuntan en sentido contrario, lo cual obliga a expandir el campo de las políticas sociales. Esta es una cuestión fundamental para una institución como la Universidad de la República, que busca transformarse para contribuir mejor al desarrollo integral de Uruguay. Hoy abordaremos el tema

mirando los cambios en curso a nivel internacional en la enseñanza de nivel terciario.

Sobre la evolución reciente de la educación superior

A la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior, que la Unesco organizó a comienzos de este

mes, se presentó un documentado informe sobre los cambios principales acaecidos desde la conferencia anterior, realizada en 1998. El informe muestra que la desigualdad en la educación superior ha venido creciendo tanto entre países como al interior de la mayoría de los países, en paralelo con una notable pero despareja expansión del acceso a la enseñanza terciaria. Afirma que, si se consolidan las tendencias dominantes, la distribución mundial de la riqueza y de la formación avanzada se hará todavía más asimétrica que al presente.

A nivel mundial, la inscripción en la enseñanza terciaria, como porcentaje de la gente entre 18 y 24 años de edad, ha pasado de 19% en 2000 a 26% en 2007. Hoy hay más de 150 millones de estudiantes terciarios en el mundo; su número se incrementó más de 50% en menos de 10 años. Se acelera así una de las transformaciones más grandes de nuestro tiempo, que tiene lugar ante todo en los países de mayores ingresos. Estados Unidos fue el primer país en alcanzar el denominado acceso de masas a la educación superior, pues ya en 1960 el 40% del grupo de edad indicado asistía a institutos de formación post secundaria. Todavía hoy algunos países subdesarrollados tienen una inscripción en la enseñanza terciaria inferior al 10%, mientras que en Europa Occidental, Canadá y Estados Unidos supera el 70%. En América Latina y el Caribe el promedio, si bien aumentó notablemente durante la última década, es todavía inferior a la mitad del que se registra en los países de alto ingreso.

El informe considera que los principales factores de cambio en la educación superior son cuatro: (i) su masificación en la mayoría de los países, donde el acceso a ese nivel de la enseñanza ha llegado a ser considerado un requisito para la movilidad social y el éxito económico; (ii) el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación; (iii) el debate sobre si la educación es un bien público o un bien privado; (iv) la emergencia de una economía mundial basada en el conocimiento.

En este contexto, los sistemas nacionales de enseñanza terciaria tienden a ser cada vez más heterogéneos. En Estados Unidos ello ha sido siempre un rasgo dominante. Alemania, en cambio, ha reivindicado tradicionalmente un sistema académico homogéneo, que en particular consideraba en un pie de igualdad a las distintas universidades desde el punto de vista de su financiación; sin embargo, recientemente ha cambiado esa política, priorizando el apoyo a un pequeño número de instituciones concentradas en la investigación. Ello refleja la importancia cardinal de la investigación universitaria para la economía basada en el conocimiento. El mundo académico ­seguimos glosando el informe  tiene sus «centros» y sus «periferias»; los sistemas centrales son los más fuertes en investigación; las universidades consideradas «de clase mundial» son seguramente «intensivas en investigación», pero es menos probable que hagan énfasis en la enseñanza, en el servicio a la comunidad o en ofrecer vías de acceso a las poblaciones postergadas.

El informe afirma que, sin ninguna duda, el próximo período en la evolución de la educación superior estará dominado por las implicaciones del acceso de masas.

Nuestras alternativas

Los países «centrales» de hoy son aquellos en los que predomina una economía basada en el conocimiento y motorizada por la innovación. Esa economía tiene alcance global; moldea las dinámicas de la producción y la distribución a escala planetaria; fomenta en casi todas partes la masiva demanda de acceso a la educación superior; vincula cada vez nivel educativo y nivel de ingresos. Pero, en las «periferias» que constituyen la mayor parte del mundo, la economía predominante no se basa en el conocimiento ni es la innovación su motor principal; por lo tanto, escasean los recursos para la enseñanza, es poca la demanda de conocimientos originada en el mercado, no son demasiadas las oportunidades laborales para los jóvenes altamente capacitados.

¿Cuáles son las opciones de Uruguay? Muchos recomiendan limitar el acceso a la educación superior pública para ofrecerle mejor formación a los estudiantes seleccionados y aspirar a tener una universidad de clase mundial. Esa ha sido durante largo tiempo la alternativa brasileña: sus universidades públicas reservan el ingreso a una élite; el resto debe pagar, si puede, sus estudios en instituciones privadas, que dan cuenta ya de más del 70% de la inscripción total; la gran mayoría de los jóvenes no tiene perspectivas de aprender a nivel avanzado. Brasil es uno de los países más desiguales del mundo, lo que fue una de las claves explicativas de la insustentabilidad de su crecimiento «milagroso» de otra época. Su gobierno actual lo sabe, y procura paliar la desigualdad a todos los niveles, incluido el acceso a la educación superior. Tal vez Brasil, aun si no se torna más igualitario, pueda basar el crecimiento en su tamaño, sus recursos y sus sectores altamente calificados. ¿Qué le pasaría a Uruguay si opta por el modelo elitista de acceso a la educación superior? Probablemente desgarre su tejido social, agrave los problemas de convivencia y en lo que sería una traición a su mejor historia  hipoteque su futuro, que no puede construirse para bien sino a partir de la masiva incorporación de conocimientos y gente altamente calificada a toda la producción de bienes y servicios.

Por eso, nuestra alternativa no puede ser una educación superior masiva y mediocre. En el mundo del siglo XXI, por ese camino se marcha hacia la consolidación del subdesarrollo y la expansión de la pobreza, lo cual, en una economía global, a la corta o a la larga no permite conservar tampoco una relativa igualdad.

Aunque sea tan difícil como caminar por el filo de una navaja, Uruguay debe rechazar la opción entre conocimiento para pocos y poco conocimiento. Tiene que mejorar la enseñanza para respaldar la definición de la educación como bien público que América Latina impuso en la conferencia mundial de educación superior.

Para avanzar en la buena dirección, hay que explorar varias pistas. Una de ellas es la mayor vinculación entre los mundos del trabajo y de la educación, que multiplica los espacios y los recursos para la enseñanza así como las vías para acceder a ella y seguir aprendiendo siempre. Otra pista es diversificar «horizontalmente» el sistema educativo. Con recursos materiales escasos y muy diferentes situaciones de quienes aprenden, un sistema homogéneo y uniforme no puede sino ser mediocre y poco fecundo. Pero la alternativa no debe ser un sistema «verticalmente» estratificado en instituciones de distinta categoría.

Podemos construir un sistema horizontalmente diversificado, compuesto por variadas instituciones de educación terciaria y superior, coordinadas entre sí, que ofrezcan distintas posibilidades y trayectorias a sus estudiantes, facilitando los tránsitos entre instituciones y asegurando que todos puedan, si quieren, acceder por distintas vías a los niveles más altos de formación. También por estas encrucijadas pasa hoy la lucha permanente contra la desigualdad”.