Compartimos el editorial en el diario El País del domingo 15 de noviembre que lleva la firma del ex presidente de la República, el colorado Julio María Sanguinetti en relación al balotage del domingo 29 de noviembre y que lleva como título “Colorados resisten, frentistas meditan”

“EX PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

Colorados resisten, frentistas meditan.

Julio María Sanguinetti.

El 25 de noviembre no es una encuesta. Es el más importante acto de gobierno, el que la Constitución pone en manos de la ciudadanía. O sea el ejercicio mismo de la soberanía. La desgracia es que en ocasiones, irresponsablemente, se votan propuestas demagógicas o, como ocurre tantas veces en América Latina, luego invade una ola de arrepentimiento que mira hacia los dirigentes cuando fueron los ciudadanos quienes provocaron el desastre. Un caso bien típico es el Perú, donde ahora «nadie votó» a Fujimori, notoriamente electo y reelecto.

La cuestión planteada a la ciudadanía uruguaya es la opción propia de la segunda vuelta. Es una alternativa de hierro: o es uno o es otro. No hay tercera opción, porque -en el paisaje electoral actual- votar en blanco es favorecer al Senador Mujica, ya que en ese caso su 48% se arrima al 50%.

Podemos decir, entonces, que habiendo algo así como un 85% ya decidido para un lado y para el otro, la definición está en el porcentaje restante, que se compone de un porcentaje de colorados que aún rechazan al Dr. Lacalle y un núcleo de votantes frentistas independientes, no encuadrados, que siendo admiradores del Dr. Vázquez, han escuchado con atención los mensajes enviados por el Presidente a partir de afirmar -como es notorio- que el Senador Mujica «se pone en tono pontifical a filosofar y termina diciendo estupideces».

Estos frentistas advierten la diferencia de estilo entre el puntilloso oncólogo y el desenfadado Senador, cuyo lenguaje vulgar ha llevado hasta a escándalos fuera de fronteras, como el ocurrido hace un par de meses con su libro «Pepe coloquios» en Buenos Aires. Varios miles de ellos, incluso, en una actitud racional e independiente, abandonaron la papeleta rosa que les dieron y así decretaron un nuevo rechazo popular a la anulación o derogación de la ley de caducidad.

Además del estilo, está el fondo. Vázquez y Astori quisieron hacer un Tratado de Libre comercio con los EE.UU. y Mujica, su «barra» y Gargano no los dejaron. Vázquez se enfrentó con el matrimonio Kirchner, en tanto Mujica cruzaba una y otra vez el río para abrazarse con ellos, anunciando que su defensa de nuestra soberanía sería sentarse en la puerta de nuestra Embajada y llorar y llorar, como le dijo a La Nación. Esos ciudadanos frentistas comienzan a sentir que una presidencia de Mujica puede comprometer la imagen del Frente Amplio e hipotecar incluso las posibilidades futuras del Dr. Vázquez.

En los contactos individuales se percibe que esos votantes frentistas hoy cavilan. Ojalá ese necesario ejercicio de razón llegue a la conclusión que la sensatez impone: un real partidario de este gobierno no puede votar por el salto atrás, en educación e ideas, que representaría el Senador Mujica.

En la ciudadanía colorada, la mayoría se viene inclinando claramente a seguir la directiva emanada de la autoridad partidaria de votar la fórmula Lacalle-Larrañaga. Sin embargo, hay resistentes. Y nos lo explicamos: Lacalle es una representación muy nítida de la tradición blanca y herrerista, bien distante de la colorada y batllista. Como siempre, sin embargo, la cuestión está en el balance. Las diferencias -en cuanto al Estado, a la seguridad social- las conocemos; el tema son las garantías y allí es donde está claro que ningún colorado podría pensar en la opción de Mujica:

1) Lacalle asegura un Estado de Derecho desde la prueba irrefutable de que ya ejerció democráticamente el gobierno, mientras el Senador Mujica, que nunca quiso la democracia, ha reiterado su desprecio por una Constitución «a la que después le damos pelota más o menos» y por una Justicia que «tiene un hedor a venganza de la p… madre que lo parió».

2) Lacalle anuncia un enfrentamiento claro contra la delincuencia, mientras que el Senador Mujica nadie sabe lo que realmente piensa, porque un día dice que al muchacho drogadicto hay que «agarrarlo del forro y meterlo en una colonia (para) sacarle el vicio a prepo» y otro día se niega a definirse en forma concreta y oscila -al mismo tiempo- entre explicar que «la fábrica de crear condiciones para delinquir está en el pésimo reparto de la propia sociedad», que «es demagógico plantear que se arregla sólo a garrotazos» y que «la respuesta es reducir este problema al problema policial, pidiendo a los policías que sean más efectivos y al derecho penal que sea más gravoso».

3) Lacalle nos asegura una inserción internacional con los países occidentales y las democracias latinoamericanas; Mujica ha viajado a Caracas una y otra vez, recibiendo el cálido elogio del Coronel Chávez.

4) Lacalle intentará detener la confiscación de la educación por las corporaciones gremiales, como establece la nefasta ley que votó el Frente Amplio.

5) Lacalle asegura un gobierno de concordia cívica, mientras Mujica nadie sabe, al punto de que todos los días -de un modo u otro- intenta enfrentar a ricos con pobres, dividir la sociedad y enconar a quienes sienten necesidades.

6) Lacalle preserva el estilo de los presidentes uruguayos, correcto y sobrio, mientras que Mujica nos avergüenza cada vez que sale al exterior y es tomado como un personaje folclórico más que como un hombre de Estado.

Nos consta que hay quienes expresan su resistencia por episodios de ilicitud en la administración Lacalle. Son bien conocidos. Fueron manejados por una Justicia que no perdonó nada, que decretó procesamientos y prisiones. No hubo ocultamientos. A la inversa, ¿cuál es la mejor credencial que puede mostrar este gobierno, otrora acusador y hoy acusado en episodios escandalosos? El propio Astori sigue abrazado a un Bengoa que fue su colaborador directo y ha sido la cabeza de un esquema de ilicitud. El Senador Fernández Huidobro no ha podido aún aclarar el episodio de la limpieza del Maciel.

Todo esto es esencial para un colorado y un batllista. Son garantías fundamentales que no puede ignorar. Si hay algo que le define como colectividad política, es la integridad del Estado, eso que Mujica desprecia desde una especie de anarquismo que sus propios correligionarios -como su socio Agazzi- han señalado más de una vez como su característica sustantiva. Por eso no podemos concebir un voto a este candidato frentista que representa un salto atrás en la visión de una izquierda bastante domada por el ejercicio del gobierno y -sobre todo- un profundo retroceso de la educación cívica del país.

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