Compartimos la columna del sociólogo Gustavo De Armas titulada: “Hacia una buena educación”.

Uno de los principales retos que debe superar Uruguay para alcanzar la condición de país desarrollado es que su población, –en especial las generaciones más jóvenes– logre un mayor nivel educativo. El bienestar material de la sociedad uruguaya y la equidad en la distribución del ingreso, así como la reproducción de las pautas, actitudes y prácticas que definen a un sistema democrático, dependen, en buena medida, del desempeño educativo del país, de las oportunidades de aprender que tengan las generaciones más jóvenes. Seguramente, nadie o muy pocos cuestionarían esta afirmación. Sin embargo, construir amplios acuerdos en materia educativa y llevarlos a la práctica demanda un poco más que compartir una intención inicial. Pensando a mediano y largo plazo quizás se puedan advertir algunas líneas que podrían formar parte de un acuerdo mínimo (por su extensión), pero también sustantivo y exigente (por su ambición), sobre las acciones a desarrollar en ese marco temporal.

En primer término, desde hace varios años existe cierto consenso en torno a la extensión del tiempo pedagógico en educación primaria como línea estratégica para mejorar los aprendizajes y reducir, al mismo tiempo, las disparidades en los logros educativos. A comienzos de 2010, delegados de los cuatro partidos políticos con representación parlamentaria suscribieron un acuerdo que contempló, entre otros objetivos, alcanzar, presumiblemente al término de este período, 300 escuelas de tiempo completo (grosso modo: tres de cada diez escuelas públicas urbanas). Los objetivos de la anep para el quinquenio recogen esa meta, consolidando una línea de política que se inició hace más de quince años y que ha tenido un fuerte impulso en el último tiempo. Si la meta fuese aun más ambiciosa y se pretendiera universalizar, bajo distintos modelos, la educación inicial y primaria de tiempo extendido (con enseñanza de segunda lengua, educación física y talleres), sería necesario, de acuerdo a estimaciones realizadas por el cinve,1 incrementar el gasto público corriente en este tramo de la enseñanza entre cuatro y cinco décimas del pbi, además de destinar una inversión inicial, de menor cuantía, para la expansión de la infraestructura y el equipamiento necesarios. La extensión del tiempo pedagógico también puede ser alcanzada apelando a otros canales, que serán cada vez más fundamentales en los próximos años. El Plan Ceibal constituye una plataforma que permite desarrollar una comunidad virtual de aprendizaje más allá de los límites espaciales y temporales de la escuela convencional. En ese sentido, la progresiva expansión de la educación inicial y primaria de tiempo extendido, bajo formatos diversos, debe utilizar en forma efectiva y eficiente esa plataforma.

En segundo lugar, la efectiva universalización del egreso o finalización de la educación media básica (en 2012, 64,4 por ciento entre los adolescentes de 17 y 18 años) y media superior (36,8 por ciento entre jóvenes de 21 y 22 años),2 supone, a nuestro juicio, repensar a fondo el primer tramo de la educación media, con el objetivo de acortar la histórica brecha (ya identificada en 1949 por Julio Castro3) que ha separado a la educación primaria de la media, tanto en términos de concepción, currículum, formato e instrumentos de evaluación como de prácticas concretas. En este punto –quizás afortunadamente para evitar simplificaciones– la evidencia comparada no nos brinda recetas ni atajos, pero sí algunas lecciones aprendidas y buenas prácticas: los sistemas educativos tienden cada vez más a favorecer la continuidad curricular, de formato, pedagógico-didáctica y de modelo de centro entre ambos tramos de enseñanza. Parece claro –por no decir obvio– que el sentido y la función de la educación media (en especial la media básica o baja) en la actualidad, y más aun en las próximas décadas, con una expectativa de vida que rondará los 80 años, en sociedades de la información y en economías crecientemente posindustriales, no puede permanecer inmutable, igual a como fue diseñada a comienzos del siglo pasado. Desde luego, avanzar en ese sentido supone también fuertes inversiones en infraestructura y recursos humanos en un tramo de enseñanza que no pudo acompasar durante la segunda mitad del siglo xx la expansión del acceso hasta llegar a su cuasi universalización con el apropiado incremento de recursos.

En tercer lugar, la universalización de la educación media superior (actualmente, de esos casi 70 de cada 100 adolescentes que culminan el ciclo básico de la enseñanza media apenas un poco más de la mitad logra completar el segundo ciclo) entraña el desafío de pensar formatos de educación para jóvenes que faciliten la imbricación entre los contenidos y formatos de la educación general y los de la tecnológica. En esta línea, nuevamente, la experiencia de los países más desarrollados puede resultar útil: en promedio, en los países de “muy alto desarrollo humano” el 44 por ciento de los estudiantes está matriculado en el vector tecnológico. Propender a una mayor participación de la educación tecnológica en la matrícula, así como a una creciente imbricación con la educación general, no implica segmentar ofertas o estratificar por exigencia y calidad; por el contrario, supone ampliar, diversificar y enriquecer el repertorio de oportunidades de formación que se les ofrece a los adolescentes y jóvenes, así como establecer un fuerte nexo entre la educación y el mundo productivo. Nuevamente, un desafío de esta naturaleza puede demandar recursos adicionales, teniendo en cuenta especialmente las exigencias de infraestructura y equipamiento que impone una educación tecnológica de calidad.

Por último, en cuarto lugar y regresando al punto de partida, si Uruguay pretende en las próximas décadas acrecentar el nivel educativo de su población joven (no sólo el de los niños, adolescentes y jóvenes que aún están en el sistema educativo) es necesario destinar esfuerzos específicos a los centenares de miles de jóvenes que han abandonado el sistema educativo habiendo finalizado la media básica pero no la media superior, o sin haber culminado ni siquiera la media básica: grosso modo, dos tercios de la población de entre 21 y 29 años de edad –jóvenes que se están incorporando al mercado laboral y formando nuevos hogares– se encuentran en esta situación.4 Solamente imaginar cuáles pueden ser sus oportunidades laborales –y de integración, en un sentido más amplio, a la vida económica, política y cultural de la comunidad– durante las próximas décadas, contando con ese magro capital educativo, debería colocar este desafío en uno de los primeros puntos de la agenda pública. Pensar en programas de “segunda oportunidad” educativa (de gran escala, flexibles, innovadores y capaces de articular prestadores públicos y privados) que permitan a los centenares de miles de jóvenes que se hallan en esta situación finalizar la educación obligatoria e imprescindible, y así poder reinsertarse en una trayectoria educativa, constituye una tarea de primer orden.

Casi como posdata, es justo para alentar un diálogo constructivo sobre estos asuntos reconocer que en estas cuatro líneas de acción arriba esbozadas (extensión del tiempo pedagógico, articulación entre la educación primaria y media básica, fortalecimiento de la educación media superior tecnológica y reinserción/acreditación educativa de los jóvenes que han quedado al costado del camino) el sistema educativo uruguayo y otras instituciones públicas, privadas y de la sociedad civil vienen trabajando desde hace muchos años en forma intensa, más allá de los diversos resultados que se pueden advertir en cada una de ellas. El debate sobre los recursos que la sociedad debe destinar a la educación –en particular a la formación de las generaciones más jóvenes–, a través del presupuesto público y del gasto directo de las familias, gana en calidad cuando en el centro de la discusión se colocan los propósitos de esa inversión y las estrategias para alcanzarlos.

* Sociólogo.

1. Estudio sectorial de educación en Uruguay. Informe final. Montevideo, cinve, 2008, pág 219.

2. Logro y nivel educativo alcanzado por la población – 2012. Montevideo, mec, 2013.

3. Julio Castro (1949): “Coordinación entre Primaria y Secundaria”, en Anales de Instrucción Primaria, época II, tomo XII, número 4. Montevideo.

4. Gerardo Caetano y Gustavo de Armas: “Educación, democracia y desarrollo en el Uruguay del bicentenario. Algunos aportes para una nueva utopía educativa”, en Rodrigo Arocena y Gerardo Caetano (coordinadores), La aventura uruguaya, tomo II, ¿Naides más que naides? Montevideo, Random House Mondadori-Editorial Sudamericana Uruguaya, 2011.

Fuente: ESCRITO POR: GUSTAVO DE ARMAS, Sociólogo. Integra el Equipo de Educación de Propuesta Uruguay 2030. Publicado en el Semanario Brecha, 19 de julio, 2013.