¿Belice o Belize? No importa la definición si lo que importa es conocer los lugares más atractivos y bellos naturalmente de aquel lugar. Pero Johana y Washington, los trotamundos uruguayos nos invitan a poner la mirada en el lado humano del paisaje de este país, y en particular, en la zona del «Ghetto», el barrio más marginal, una especie de «universidad de la vida». ¿Nos acompañan?

 

-No hablen con nadie, no miren a nadie, no le respondan a nadie… así, todo va a estar bien.

Eso nos dijeron mientras entrábamos al “Ghetto”, uno de los barrios más peligrosos de Belice.

Pero déjenme rebobinar para contarles cómo llegamos a esta situación.

WELCOME TO BELIZE, NOT BELICE

Haciendo dedo en la frontera, un camión manejado por un guatemalteco con un acompañante beliceño nos lleva.

La cabina del camión es gigante, la más grande en la que hayamos estado, tanto que entran dos literas en su interior (tipo cuchetas) y aún sobra espacio.

El guatemalteco no habla, pero el beliceño poco a poco empieza a soltarse hasta que las voces en inglés de él y Wa es lo único que se escucha en el camión.

Un cartel en la ruta dice «welcome to Belize» y al lado la palabra Belice tachada, para dejar bien en claro que ahora estamos en un país de habla inglesa, pero a efectos de un blog en español, lo correcto es hablar de Belice, con C.

El camión se detiene en una intersección de caminos, cerca de una de las tantas comunidades de menonitas, y seguimos haciendo dedo. Estamos a menos de 10 millas de Belmopán, la capital, pero nosotros queremos llegar a Belice city.

No tengo una idea exacta de cuántos kilómetros son 10 millas, pero se que la diferencia no es grande.

De repente, otro camión se detiene y es cuando entra en escena un nuevo personaje que sería una parte importante de nuestro primer día en el país.

EL COMPAÑERO DE RUTA CON SÍNDROME DE ARDILLA VOLADORA

Carga únicamente una mochilita de tela tipo «bolsa», y tiene las chancletas rotas.

Se acerca a nosotros y dice algo así como «hitching a ride… Is the ooonly way, I always travel like this» («haciendo dedo… es la úuunica forma, yo siempre viajo así»).

Enseguida comienzan las preguntas; intenta adivinar nuestra procedencia pero le pifia por lejos cuando dice Alemania.

-Uruguay

-Oh yes, Uruguay!

Conoce Uruguay.

Un auto viene y estiramos el dedito en el aire, con una sonrisa y la dureza corporal de la formalidad que todavía sentimos la necesidad de demostrar en un país al que recién llegamos.

Pero nuestro compañero era otra historia.

En los 5 segundos que demoraba el auto en pasar desplegaba toda una obra teatral que ni Hamlet podía haber interpretado mejor.

¡Apenas se acercaba un auto, el empezaba a gritar “por favor mami!» (si, en español, porque así como un hispano hablante dice palabras en inglés para quedar cool, lo mismo pasa al revés), gritaba el nombre de la próxima ciudad, revoloteaba los brazos sobre la cabeza, y el último paso de este acto llamado «insistencia nivel dios» (que era el susto final que los conductores necesitaban para acelerar el auto) consistía en que el tipo se tiraba encima del vehículo, como si hubiera parado, y el tuviera que correr a subirse.

Claro, con la diferencia de que el auto no había parado nada, entonces la imagen que tenía el chofer por el espejo retrovisor era la de un tipo que corría atrás del auto y amagaba con tirársele encima, de brazos abiertos.

Si en algún momento el chofer había dudado, esa imagen era suficiente para apretar el acelerador a fondo.

Difícil para capricornio (y donde sigamos así, para sagitario, piscis y todo el zodíaco).

Nosotros nos mirábamos de reojo, y los miles de años juntos podían haber sido 2 minutos que igual nos íbamos a entender, porque lo que nuestras miradas decían era indisimulable: me cacho en diez con este loco que nos está espantando todos los autos y la gran flauta.

Y el también se daba cuenta, porque cada tanto nos miraba y nos decía «don’t worry… We are gonna make it»  («no se preocupen, lo vamos a lograr»).

Y allá iba y se tiraba arriba de otro auto.

A partir de ahora, voy a escribir algunos diálogos directamente en español pero sepan que siempre eran en inglés.

Un señor con tiradores en el pantalón, gorrito gracioso, barba cuadrada, y lentes chiquitos, pasa al lado nuestro con una bolsa de papas en la mano.

-Mr. Fresan! -grita nuestro acompañante.

El tipo se da vuelta como en cámara lenta, mientras el otro nos mira y se ríe diciendo «yo conozco a todo el mundo».

Se pone a hablar con el barbudo como si lo conociera de toda la vida.

-¿Tu apellido es Fresan verdad?» .

Asiente el barbudo.

-¿Y dónde está tu caballo?¿No trajiste al caballo hoy?

-No hay caballo hoy, solo caminando -responde el barbudo, con ganas indisimulables de sacarse a este otro de encima.

El deseo se materializa y nuestro compañero de ruta lo deja ir, mientras nos dice a un volumen que el otro todavía podía oírle «los menonitas son todos Fresan… padre Fresan, hijo fresan, nieto fresan… ¡todos fresan!».

De repente, mientras todavía se reía de su gracia, sale corriendo y nos hace señas de que esperásemos.

Lo vemos cruzar la calle y ponerse a hablar con las personas de una camioneta estacionada.

Al rato vuelve corriendo revoleando unos billetes en el aire.

-¡Conseguí dinero! Les vendí unas artesanías que hago, y me dieron dinero. No es mucho, pero alcanza para el bus. Vamos a tomarnos el bus cuando venga.

Le insistimos en que no era necesario que nos pagase el boleto, que el podía tomar el bus y nosotros seguiríamos haciendo dedo, pero el insistió.

Contó los billetes y monedas y vio que tenía 13, mientras que cada pasaje costaba 5, así que únicamente nos pidió 2 dólares beliceños.

El problema era que no teníamos ni un centavo de plata de Belice aún, para eso teníamos que llegar a la ciudad.

A nuestro compañero no le importó demasiado, dijo que igual con esos 13 podríamos subir al bus.

Continuamos haciendo dedo hasta que el bus apareció.

El encargado de cobrar los pasajes se bajó y ya estaba agarrando mi mochila para subirla, cuando dijo que el costo del pasaje era el establecido y no iba a bajarlo, y no solo eso, sino que nos dijo un costo más alto del normal.

Nuestro compañero insistió, pero no hubo caso.

El tipo tenía suficiente plata para irse el, así que le dijimos que fuera, que no había problema, nosotros podríamos quedarnos haciendo dedo, alguien nos iba a llevar.

Y acá fue cuando la cosa se puso profunda y sentimental.

Él nos miró, miró el bus, miró la plata, y dijo: «no, if you don’t go, I don’t go… Fuck them» («no, si ustedes no van, yo no voy… Que los jodan»).

Esto último iba dirigido a la gente del bus.

Acá se libró una batalla, del estilo de esas que se dan en las películas, cuando un personaje decide apretar el botón que revienta la bomba y salva a mucha gente pero el revienta con el edificio.

Le poníamos la manito en el hombro:

-No te preocupes… Andá. Vos conseguiste la plata, es lo justo.

Wa le tiró una sin anestesia:

-Es lo mejor para todos.

Pero el tipo nos miraba, miraba el bus, dudaba unos segundos, pero de nuevo repetía «no no, fuck them».

Y acá, nos tocó el corazón.

También nos queríamos matar un poco porque sabíamos que con el y sus técnicas efusivas para hacer dedo sería más difícil conseguir que un auto nos llevase, es cierto.

Pero su acto mártir nos enterneció.

Ahora ya estaba.

Ya éramos los 3 mosqueteros.

Todos para uno y uno para todos.

Al rato, nos propone movernos unos metros hacia adelante, justo al lado de un lomo de burro («bump» en inglés) porque sería más fácil.

En realidad, tenía razón.

En el lomo de burro, el conductor debe aminorar la velocidad para no hacer añicos el auto, y en esos segundos tiene una mejor posibilidad de vernos y determinar si somos de confiar o no.

Y nosotros confiamos en que parecemos de confiar.

El problema era la sombra.

Donde estábamos parados era un lugar que habíamos elegido estratégicamente porque teníamos sombra, pero en el lomo de burro el sol pegaba con ganas, y con las ganas de Belice, donde ya habíamos comprobado que volvía el calor intenso.

Le transmitimos al muchacho nuestras inquietudes, pero nos dijo que no importa el sol, que teníamos que preocuparnos de que nos llevasen, no del sol.

«Claro, eso decís vos porque el sol ya no te hace nada… Nosotros nos quemamos y la pasamos con fiebre y quemaduras toda la noche» pensé.

-Bueno… Podemos probar ir a hacer dedo allá un ratito -le dije.

«¡¿Pero pará loca, que decís?! ¿No me escuchas cuando te hablo?» me dijo el cerebro, pero para ese entonces ya estábamos caminando hacia el lomo de burro.

Allá fuimos, y mientras caminábamos, el tipo me decía que me iba a quedar un buen bronceado.

Me lo decía a mi, la tipa que no se saca la camisa ni los guantes para no tostarse, aunque le caigan las gotas. La tipa que se baja las mangas a cada rato para que el sol no le toque ni las muñecas.

Le sonreí mientras asentía.

«A ver si contratamos a otra neurona para que maneje esto de coordinar las acciones con los pensamientos, porque parece que la que está ahora se está confundiendo de palancas» me decía el cerebro.

En el lomo de burro, nuestro compañero tenía más tiempo para tirarse arriba del auto, lo que asustaba todavía más a los choferes, al punto que algunos que venían detrás de otros, viendo la que se les venía, optaban por acelerar y hacer bolsa los amortiguadores con tal de no tener que soportar a un tipo que se te tira como ardilla voladora en el techo.

Pero uno, paró.

No lo podíamos creer.

Nuestro compañero corrió, con una sonrisa enorme, y nos gritaba que fuésemos, como con miedo de que el chofer de la camioneta se arrepintiera.

Nosotros agarrábamos la mochila cómo podíamos a la velocidad de la luz, y el seguía apurándonos haciendo caso omiso a los 17 kg que estábamos tratando de levantar.

Cuando nos metimos en la caja de la camioneta, la sonrisa de este hombre le empezaba en una oreja y le terminaba en Marte mas o menos.

«Les dije que lo íbamos a lograr» y nos chocaba el puño.

Para nosotros no era tan increíble haber conseguido que nos llevaran porque viajamos así hace ya año y medio, lo que si nos parecía increíble era que nos hubiesen llevado, teniendo al señor perseguidor de autos en el team.

El viaje en la caja de la camioneta fue el momento de sacar los trapitos al sol.

Nos contó sobre su profesión, y nos expresó sus deseos de llevarnos a conocer a su familia en Belize city.

Cómo quien no quiere la cosa, también nos quiso enchufar un hotel, y cuando le dijimos que teníamos donde quedarnos y le mostramos la zona, nos empezó a decir que esa era la peor área de la ciudad, y probablemente de todo Belice, que teníamos que irnos con el porque nos podía llevar a un hotel donde por 14 dólares americanos podíamos quedarnos.

Desconocíamos si lo que decía de la zona era cierto o no, pero 14 dólares vs 0 era una diferencia importante.

Además, ya habíamos arreglado con alguien que nos esperaba allá a donde íbamos, y no pensábamos dejarlo tirado.

Nuestro acompañante nos dijo que el nos iba a acompañar hasta la puerta de la casa, para asegurarse que la persona que nos recibiría era alguien de bien, y solo después de eso, se iría a su casa.

Ok, sería un poco intenso por demás, pero se estaba ganando un lugarcito en nuestro corazón; el tipo se preocupaba de verdad.

O nos quería enchufar el hotel.

No, de verdad se preocupaba.

O ambas.

Pero que se preocupaba, se preocupaba.

Se presenta como Alen, un artesano de la madera, aunque un rato antes nos había mostrado su cédula de identidad dónde figuraba el nombre «Roberto».

Luego de un rato, el auto de detiene en un supermercado, y el chófer sale.

Se pone a hablar a los gritos con el otro. Parece que se conocen pero tampoco estamos muy seguros porque no estamos convencidos si creerle a Alem cuando nos dice que conoce a todo Belice o simplemente considerarlo como alguien con muchísimo carisma y oratoria, que sumado a que suele hablar con todos en kriol, nunca terminamos de enterarnos de nada, salvo lo que el nos traduce.

Dice que arregló para darle la plata que el consiguió para el combustible y con eso nos llevaría a Belize city, y que, además, quería que nos sentásemos adentro del auto.

En el camino nos contaron sobre el accidente de una van que había chocado hace unos días y donde habían muerto locales y turistas. El tema duró varios minutos, un poco en inglés otro poco en kriol (criollo).

Fue dentro del auto también dónde Alem nos contó que encontró a su madre y su hermano muertos, desmenuzados dentro de un balde en la calle.

Acá las cosas se tornaron extrañas o simplemente nosotros no entendimos bien alguna parte, porque hacía apenas unos minutos atrás Alem nos había invitado a su casa para que conociésemos a su familia y su madre nos preparase una comida típica.

¿La misma que según el estaba descuartizada en un balde? Todo muy raro, o nuestro entendimiento de inglés es muy malo… Prefiero creer esto último y no considerar la posibilidad de que Alem tenga algo muy oscuro en su hogar.

De alguna manera, se las ingenió para convencer al chófer de que nos dejara a pocas calles de la casa a dónde teníamos que ir, y tampoco ví que le diera el dinero para la gasolina.

Cuando nos bajamos del auto, un grupo de muchachos nos miraban a pocos metros, mientras yo le daba un “mochilazo” sin querer a otro que pasaba como parte de un grupo, caminando al lado nuestro.

Apenas bajamos, Alem se puso todo serio.

-Escuchen… -nos dijo mientras nos clavaba la mirada seria, sin risas esta vez- No hablen con nadie, no miren a nadie, no le respondan a nadie… así, todo va a estar bien.

Nosotros asentíamos.

-Ustedes están conmigo, y mientras estén conmigo todo va a estar bien. Acuérdense que yo conozco a todos en Belice.

Volvimos a asentir y nos internamos calles adentro, en «El Ghetto».

EL CORAZÓN MÁS GRANDE DENTRO DEL GHETTO, EL BARRIO MÁS PELIGROSO DE BELICE

Como nadie conocía la zona, intentábamos guiarnos por el mapa del teléfono hasta que alguien se cruzó en nuestro camino y Alem aprovechó para preguntarle la dirección.

El señor no sabía cuál era la calle que buscábamos, pero una chica que venía detrás, sí.

Unas pocas palabras de Alem bastaron para que ella accediera a acompañarnos hasta dar con la dirección… pero las intenciones de nuestro compañero iban un poquito más allá.

Todo el camino se le pegó como garrapata a la pobre muchacha, le pidió el facebook, el contacto de whatsapp y hasta la invitó a salir en más de una oportunidad, a lo que la chica siempre respondía que no.

Finalmente llegamos a la calle que estábamos buscando, y ella nos prestó el celular para llamar a la persona que nos recibiría en su hogar.

Por supuesto que Alem hizo un alboroto cuando lo vio:

-¡Yo te conozco!

-¿Quién sos vos? -le preguntaba el otro señor, hasta que terminó por reconocerlo nomás.

-¿Ven? -nos decía Alem orgulloso- les dije que conocía a todos en Belice.

La chica se despidió, pero Alem siguió caminando con nosotros y nuestro anfitrión, hasta que, llegados a cierto punto, éste último le pidió que nos dejara continuar el camino solos.

Alem se puso en estado de alerta máxima, y quiso saber por qué.

El señor le explicó que en su casa nos dejarían entrar a nosotros, pero no a él, y no quería problemas.

Costó convencerlo, pero entre todos logramos que Alem se quedase un poco más tranquilo y nos dejase con el señor, no sin antes darnos su número de celular y decirnos:

-Cualquier cosa que pase, me llaman y los vengo a buscar enseguida.

Claro que nosotros no conocíamos al señor, y es cierto que eso de que no dejara avanzar más calles con nosotros a Alem fue un poco extraño, pero tomando en cuenta que los barrios peligrosos suelen estar presididos por pandillas que les gusta tener bien controlado quien entra y quien sale del barrio, supusimos que el señor ya había avisado de nuestra llegada a su hogar, pero no sabía que llegaríamos con Alem.

O sea, nosotros no dejábamos de estar muy frescos, pero la realidad era que la situación estaba un poco turbia.

Cuando el señor nos dijo «esta es mi casa, bienvenidos», una sola mirada nos mostró que su hogar era el más humilde de la zona.

Las paredes eran en parte de madera y en parte de chapa, y la casa estaba suspendida en un pantano, por lo que para llegar a la puerta había que caminar sobre unas tablas y neumáticos a modo de puente.

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Una gatita que no tendría más de 1 mes nos dio la segunda bienvenida.

El interior de la casa contenía únicamente lo básico para sobrevivir, y aún así, nuestro anfitrión nos ofreció una cama grande, la única cama que tenía y que ocupaba la mitad de la casa.

Cambio las sábanas frente a nosotros, y nos dio toallas limpias. Nos explicó cómo colocar el mosquitero, y nos enseñó a utilizar el baño porque no había cisterna y la ducha tenía también su truquito.

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El piso estaba hecho de retazos, un poco de tablas de madera, otro poco de chapas. Entre algunas fisuras se veía el pantano por debajo.

El señor que corría de acá para allá cambiando sabanas y ofreciéndonos naranjas, nos contaba que 3 años atrás un huracán destruyó la casa y tuvo que reconstruirla como pudo.

Se avergonzaba de las condiciones en que tenía todo:

-Mi casa no es linda para recibir invitados… pero es lo que tengo.

Nosotros estábamos más preocupados por dónde iba a dormir el que por si la casa era linda o no, y nuestros miedos se corroboraron cuando llegó la noche.

Además de nosotros, él estaba esperando a una chica de Costa Rica que ya se había quedado antes con él y volvería por una noche más, así que le preparó a ella un colchón en el piso de lo que sería su cuarto.

¿Dónde durmió él?

Puso una sábana en el piso, y durmió en el suelo pelado, utilizando una toalla como almohada porque nos había dado todas a nosotros.

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Insistir no tenía sentido, él prefería que nosotros estuviésemos cómodos y no había nada que lo hiciera cambiar de parecer.

Y no solamente eso; este señor nos propuso que, si queríamos, podía prepararnos la comida típica de Belice, el famoso «rice and beans» («arroz y porotos»).

Le dimos el dinero para los ingredientes, y con muy poca plata preparó tres ollas de comida, de las cuales no solo comimos nosotros, sino también la gatita, los perros del vecino, y un niño de una casa cercana.

Este hombre tenía por costumbre dar comida a los niños del barrio, además de que les proveía electricidad a otras casas, siendo que su situación no era la mejor tampoco.

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Son estos los casos en donde el corazón parece reventar.

Cuando ves que una persona tiene poco y te lo da todo sin dudarlo, te duele el corazón.

Viajando hemos sido capaces de ver todos estos contrastes; un día estamos en una casa con piscina y al siguiente en una casa hecha de retazos de chapas.

¿Sabés qué es lo más curioso?

Que estas personas, aun viviendo realidades tan distintas, comparten el mismo sentimiento de empatía, el mismo deseo por ayudar.

Estas personas laten al unísono.

Y no cambiaríamos ni por un segundo estas situaciones.

No queremos mansiones todos los días, no viajamos para eso.

Queremos que el camino nos mande a un barrio peligroso de vez en cuando, que nos dé una dosis de vida bajada a tierra, que nos haga ver el mundo desde otra perspectiva, y que nos siga demostrando que el valor de una persona no está dado por ningún número, sino por aquello que no se ve y que nos hace humanos.

Y también queremos que el viaje nos demuestre que mucha gente con mayor poder adquisitivo también tiene buenas intenciones y ganas de ayudar a otros.

Queremos que el viaje nos siga demostrando que los corazones gigantes son muchos ahí fuera, y que vienen en todos los tamaños, colores, y estratos sociales.

BELIZE CITY, LA CAPITAL NO RECONOCIDA DEL PAÍS

Nos habían recomendado salir del Ghetto en bus, para no caminar solos por calles no principales, ya que podían ser peligrosas, sobre todo para nosotros.

Pero como aún no teníamos dinero beliceño y para conseguirlo teníamos que llegar al centro de la ciudad, no tuvimos más opción que caminar.

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Nos pareció curioso que los cementerios no estuviesen delimitados por vallas o muros.

Es verdad, se puede sentir el peligro, no esperábamos menos en un barrio al que le pusieron de nombre «El Ghetto», pero nosotros ya habíamos estado en lugares igual o más peligrosos, entonces no nos sentimos realmente amenazados.

Caminábamos muy sueltos de cuerpo, saludando a cuanta persona se nos cruzara con un sonriente «good morning» y siempre recibíamos una sonrisa a cambio, quizás un «yo guys» de parte de los mas representativos de la cultura rastafari, que escondían sus rastas bajo gorros enormes para apalear el calor (yo no puedo evitar recordar al honguito de Super Mario cuando los veo, pero eso no se los voy a decir).

Belize City es la ciudad con más vida local del país, incluso superando a Belmopán, la capital.

El centro es pequeño y está bien surtido de tiendas, en su mayoría de ropa.

Los supermercados o pequeños almacenes son usualmente regentados por asiáticos (chinos mayoritariamente), y algunas otras tiendas por persona de clara descendencia india.

Los locales de comida suelen ser carritos ambulantes o pequeños puestos sobre la vereda, y la música no se hizo esperar en la ciudad.

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El cajero más recomendable para sacar dinero es el ScotiaBank, ya que los demás son de empresas locales que o requieren de más requisitos e impuestos para tarjetas extranjeras, o directamente no permiten sacar dinero si no es con una tarjeta local.

Y sí, no es necesario mirar demasiado para corroborar lo que ya nos venían advirtiendo a lo largo de Centroamérica: Belice es caro.

Con decir que sus precios son muy similares a los de Uruguay, ya dejo las cosas bien claras.

Un almuerzo en un pequeño local de comida puede rondar los 12-14 BZD (U$S 6-7), una Coca Cola de medio litro cuesta 2 BZD (U$S 1), un tarrito de 50 gramos del café local más barato cuesta 2,10 BZD (U$S 1,05) y como opción barata, el almuerzo en el mercado puede conseguirse casi a mitad de precio, entre unos 6 y 8 BZD (U$S 3 a 4).

También hay algunos carritos de comida que venden burritos por 2 BZD (U$S 1) que pueden ser una buena opción si no son muy exigentes.

La comida típica del país, como ya sabrán si prestaron atención, es el llamado «Rice and Beans», que, aunque suena sencillo, no es simplemente mezclar arroz con porotos.

Este plato consta de 3 partes, por un lado, el arroz con porotos cocido en leche de coco o en agua con coco rallado, lo que le da un toque ligeramente dulce y que particularmente a mí me encanta.

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Por otro lado, está el estofado, que se hace con porotos hechos puré, trozos de papas y plátano hervidos. A esto se le suele poner algún tipo de picante.

Y por otra parte se puede servir con papas con Corned Beef, o alguna otra variante de carne.

Y ya que hablamos de picante, la cercanía con México se hace notar: es común encontrar lugares que vendan tacos o burritos, y no solo el picante está siempre presente, sino que la salsa más típica para acompañar las comidas es una que se llama «Marie Sharps», elaborada en Belice y exportada a varias partes del mundo. Tiene un color anaranjado flúor porque se prepara con puro chile habanero, aquel que comí por error en Guayana Francesa y casi no pude dormir de lo mucho que me ardía la vida.

El transporte no llega a ser tan caro, costando 1 BZD (U$S 0,50) el bus local, encareciéndose según la distancia recorrida.

Así con todo, la tienda de recuerdos donde fuimos a buscar el imán que compramos en cada país, nos pareció sorpresivamente accesible.

Entramos con el temor de siempre cuando nos metemos en una tienda de artesanías que quede sobre la calle principal, porque sabemos por experiencia propia que los mercados suelen tener los mismos productos a mitad de precio, pero cuando ingresamos a esta tienda, los precios nos parecieron insuperables.

Había imanes desde 3 BZD (U$S 1,5) que tenían hasta termómetro de ambiente.

Las postales costaban 1 BZD (U$S 0,50) lo que trajo a mi memoria aquella vez que en una zona turística de Uruguay vendían las mismas postales que yo conseguía por $18 en el centro, pero a $120. Fue cuando corroboré que esta tienda de recuerditos beliceños era barata.

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Mientras caminábamos por la vereda, mucha gente nos daba los buenos días, y algunos nos ofrecían servicio de taxi.

La mayoría de las personas van hablando una mezcla de inglés con kriol, por lo que muchas veces no entendíamos cuando escuchábamos gente hablando entre ellos.

El kriol, o también conocido como «criollo» entre los hispanohablantes, es lo que los locales llaman una lengua «rota», ya que la mejor forma de explicarlo fácilmente, sería decir que consiste en romper las palabras en inglés.

Al menos, esa sería la parte fácil, porque también tienen algunas palabras que se utilizan cuando se habla el kriol y que derivan de la lengua que trajeron los esclavos africanos, y estas palabras no tienen similitud alguna con el inglés.

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De esta forma, nos encontramos con grafitis y hasta carteles de anuncios en la ruta, escritos en kriol, y con el pasar de los días aprendimos a leerlos (en parte).

Aun así, entender a alguien hablando kriol es algo que todavía no pudimos lograr.

Sólo sabemos que «tutú» significa «excremento», y sinceramente, no creo que sea una palabra que nos vaya a ser de mucha utilidad.

EL TURISMO COMO PRINCIPAL FUENTE DE INGRESOS DEL PAÍS

Aunque nosotros no realizamos ningún tour, estamos al tanto de que hay varios para elegir para aquellos extranjeros que los prefieran.

Los tours más típicos son los «city tour» donde se explica sobre la cultura beliceña, y se visitan puntos importantes en la ciudad y algún museo.

Después, con un poco más de dinero se pueden hacer tours a las cavernas, otro atractivo turístico famoso del país por ser consideradas de las cavernas más largas del mundo.

Estos tours se realizan hasta con 3 días de duración, donde se duerme dentro de la caverna, y por lo que nos dijeron tienen un costo de aproximadamente U$S 300 por persona.

También nos contaron que estas cavernas fueron monopolizadas por un señor estadounidense que puso su hotel justo en frente a ellas, y es el que permite el ingreso de las personas, después de pagarle una suma de dinero, por supuesto.

También hay tours para ver el famoso agujero azul que solo se ve desde el aire, o hacer snorkel en los arrecifes de coral que rodean los cayos y que son los segundos más grandes a nivel mundial.

Y claro que hay tours para conocer varias ruinas mayas, e incluso una cabeza de jade esculpida cuyo dibujo figura en los billetes del país.

El turismo es de las principales fuentes de ingreso del país, y entre las playas paradisíacas de aguas cristalinas ubicadas generalmente alrededor de los cayos, la cantidad de atractivos a nivel de ruinas y cavernas, y la mezcla de culturas que habitan en Belice y que le dan una identidad muy particular, es un país que aunque en nuestro continente casi no se sepa de su existencia, tiene mucho para ofrecer y resulta ser el destino principal donde muchos extranjeros de centro y Norteamérica van a pasar sus vacaciones.

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Nosotros no hicimos ningún tour, porque no es la forma en que viajamos e implicaría costos que escapan de nuestro presupuesto, pero queremos dejarles el contacto de la persona que nos hospedó, aquel señor cuyo corazón es más grande que su casa y que todo Belice, porque él no es únicamente guía turístico de la ciudad, sino que tiene varios títulos que lo certifican como guía en muchísimas categorías y aunque es una persona adulta, no deja de capacitarse para aprender cada día más y poder brindar un mejor servicio de guía.

Nuestro pasaje por Belize City fue fugaz pero enriquecedor en muchos aspectos que no pueden contabilizarse ni medirse por sistemas métricos convencionales.

Nuevamente el viaje nos ponía un contraste delante de nosotros, nos invitaba a un lugar paradisíaco donde nunca imaginamos podríamos estar, pero para eso debíamos dirigir nuestros pasos al Sur, a un pueblito de pescadores llamado Riversdale.

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