A continuación compartimos el artículo del diputado colorado Dr. Alberto Scavarelli titulado “Francia, Buenos Aires y las garantías del ejercicio de la libertad”.

”Dos elecciones significativas:
De la elección parlamentaria francesa resultó que el nuevo presidente obtuvo una nueva victoria que le confiere una fuerte mayoría en el parlamento.
Francia -con un rol preponderante en la Unión Europea y en las Naciones Unidas- en los últimos tiempos y en lo interno fue sometida a un fuerte desorden social con incidentes de gravedad que de algún modo desbordaron la paciencia y la tranquilidad de los franceses.

La búsqueda de la tranquilidad, del necesario aseguramiento de la libertad y el orden imprescindibles en el que solo puede fundarse su ejercicio en pleno respeto de la ley sin excepciones, parece haber sido el motor que llevó al electorado a buscar la solvencia necesaria para poner a la poderosa Francia en el escenario y de la mejor manera.

Este mensaje en la nación donde otrora naciera el ‘mayo del 68’ que tantas consecuencias trajo al mundo, no debe pasar desapercibido. Pareciera que el balance entre la libertad, la justicia y la seguridad sigue siendo como en el clásico axioma, un eje central en la toma de decisión del ciudadano.

Algo parecido ha sucedido en Buenos Aires donde arrasa el candidato que ofrece simplemente paz y orden en libertad a una ciudadanía extenuada y acosada por un desorden que parece no tener fin.

Parece claro que el exceso de pasividad en la conservación del orden público, y no cumplir con el estricto deber del estado de exigir de todos, el respeto a la libertad y a los derechos de los demás, es una exigencia que debe ser tenida muy en cuenta por todos los gobiernos.

La neutralidad estratégica, el no ejercer con claridad y determinación la función inherente a todo gobierno en materia de conservación de la paz pública, el optar por dejar que los conflictos en las calles se agoten hasta que se extinga el combustible que los inflama, la ciudadanía a resuelto que ha dejado de ser un modo aceptable de actuar.

Más allá de cualquier encuesta, de cualquier charla de mesa de café, o de lo que se sostenga por los analistas, la voz de las urnas ha clamado por mayor seguridad sin renunciar a la libertad.

Resulta claro que cualquier avance en el nivel de desarrollo económico y social en la vida de las personas, de las familias y las comunidades, se torna en ilusorio, cuando no es posible tener garantías mínimas para desarrollar la vida cotidiana.

Si a la crisis de la seguridad pública, al desafío de circular por las calles de nuestras ciudades, al temor de dejar nuestras cosas y nuestras casas sólo cerradas con llave, con la incertidumbre y el desorden, el resultado parece evidente.

Será que nuestros pueblos han pasado por todas las experiencias posibles.
Saben de prosperidad y de profundas crisis, mutaron de ser viajeros por el mundo a temer salir a pocas cuadras de su casa.

Han vivido la barbarie de la violencia teñida de ideologías, y de ideologías fundadas en la violencia. Violencias desde el estado y contra el estado y violencia desde organizaciones que se auto proclamaron redentoras no queridas, barbaries teñidas de representación que nadie les pidió ni confirió.

Estos extremos, esta pasteurización social alternativa, seguramente forma parte de las explicaciones a estos resultados coincidentes.

La política no debe ser una forma de promover un modelo de felicidad humana porque nadie precisa gobiernos portadores de verdades reveladas que expliquen el mundo y la vida y le digan a la gente como ser feliz.

La política se debe dar por bien servida cuando es capaz de generar el escenario para que cada uno en libertad, con responsabilidad, asistido a punto de partida para poder superar la pobreza y el desamparo, pueda elegir en paz y en libertad su derrotero personal, la construcción de su familia, de educación de sus hijos, el desarrollo de su vida y la protección del ejercicio de sus derechos al mismo tiempo que exige su derecho a tener una forma justa de cumplir con sus obligaciones.

Siempre que se ha pretendido imponer un modelo de hombre nuevo, y de establecer un prototipo del ciudadano desde el poder, hemos terminado en despotismo.

Seguramente que una vez que estas naciones logren construir un modo de convivencia respetuosa, donde el esfuerzo personal sea nuevamente valorado y no desprotegido o castigado, serán otros los horizontes que se persigan por el electorado. Mientras tanto la lección es clara, el populismo, el dejar correr o el dejar hacer y deshacer a la horda como estrategia de gestión, el asistir pasivamente a la destrucción de bienes, al insulto, al ataque del modo de vivir de las personas, ya no son conductas admitidas por los
ciudadanos.

Cada vez que un piquete impide el paso, cada vez que neumáticos quemados son el soporte de la protesta más allá de su justicia, cada vez que la gente no puede ir a su trabajo o volver a su hogar porque otros resuelven impedírselo para marcar presencia, cada vez que hay que cambiar de vereda porque se teme a quien viene en sentido contrario no importa que sean mayores o menores, se destruye un trozo importante de confianza y de tranquilidad.

La libertad es poder hacer todo lo que la ley no prohíbe. Pero lo legalmente prohibido cuando es transgredido debe acarrear las consecuencias que ese sistema legal establece. Si el crimen no paga, si la agresión no tiene consecuencias, si el que se impida ejercer su derecho no tiene consecuencias y cada cual se debe arreglar por su cuenta y cómo pueda, entonces el ciudadano siente estar librado a su propia suerte, ante un vacío generado por el retroceso del estado democrático de derecho en el superior cometido
de salvaguarda de la aplicación de la ley.

La horda no puede ser más fuerte que el estado. Cuando así sucede aparece la violencia privada, la instalación de la ley del más fuerte. Ante estas cosas se desarrolló también la civilización y el estado de derecho, justamente para evitar estos excesos.

Más allá de los actos masivos, de los acarreos electorales, de los discursos y los actos oficiales como si fueran actos de campaña electoral, y a pesar de los pesares, la gente quiere un mínimo de seguridad que le permita ejercer su libertad.

O se entiende o se debe padecer el resultado arrollador de una elección. Así ha sucedido en Francia, así viene de suceder en Buenos Aires, así seguramente habrá de suceder en tantas otras partes cuando un gobierno prefiera no involucrarse y para evitar críticas, deja hacer al agresor y deja al ciudadano con sus derechos y sus bienes, librado a su propia suerte.

Representante Nacional – Partido Colorado – Uruguay.

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