Su nombre era Fernando, un niño de once años que vivía en la ciudad de Paysandú, iba recorriendo el camino que usualmente transitaba. En cierto momento notó que a un lado de la calle había un paquete; a medida que se iba acercando, vio que era algo cubierto con papel de diario y atado con gruesas piolas. Llamado por la curiosidad se acercó, rasgo una parte del atado y he aquí lo que había era dinero, muchos billetes.

Asustado por lo que había encontrado pensó; que haría ahora y lo primero que se le ocurrió fue llevarle el paquete al director de la escuela.

Caminando apresuradamente, llegó al lugar deseado y golpeando a la puerta le abrió el director. Con mirada de asombro por ver a Fernando cargando dicho paquete, lo hizo pasar, y luego de haber entrado, le contó lo sucedido.

Maravillado el director por la actitud del Fernando, y después de haber corroborado lo que contenía el paquete, se comunicó con la jefatura de policía. Luego de haberles contado sobre el hallazgo, acordaron de encontrarse en la jefatura para asentar por escrito el hecho y poner en funcionamiento la ubicación del propietario.

Utilizando todos los medios posibles, llegó la noticia a un camionero, quién fijándose sobre una pila de cajas donde había puesto en un atado el dinero recaudado, se sorprendió porque no estaba. Impulsado por la noticia que había oído, informó sobre el dinero que había extraviado, y después de un análisis comparativo, se lo devolvieron.

El propietario del dinero agradecido por lo acontecido, indicó que llevaran al niño a una casa de ropas y que eligiera lo que quisiera, que el se encargaría de pagar. El niño contento y también agradecido, pidió que la ropa fuera de una talla mayor, para que le sirviera para cuando fuera más grande.

“Procuremos hacer las cosas honradamente, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres”.

Luis Alzamendi.

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