A continuación, la versión taquigráfica del discurso pronunciado en la asamblea general el pasado martes 30 de noviembre, al cumplirse 30 años del plebiscito de 1980 por el senador Ope Pasquet (Partido Colorado).

SEÑOR PASQUET.- Señor Presidente: es con alegría y profunda emoción que hoy evocamos ese «No» del 30 de noviembre de 1980, que fue un acto de resistencia a la dictadura, que fue un acto de reafirmación democrática y que fue una decisión que puso al pueblo uruguayo en el camino que habría de llevarlo a recuperar la vigencia de sus instituciones.

Aquel acto que, ante todo ‑reitero‑, fue de resistencia a la dictadura, se cumplió en condiciones que es bueno recordar, porque pueden no conocerlas algunos de quienes hoy nos escuchan y en aquel momento no habían nacido o no tenían edad como para entender lo que ocurría. La dictadura se hacía sentir. ¡Se hacía sentir la falta de libertades, la restricción de los derechos, la falta de garantías, la gente presa, la gente torturada, los exiliados, la prensa amordazada, las restricciones de todo tipo que impedían la libertad política y aun el ejercicio más elemental de la forma primaria de la libertad civil!

En ese contexto de miedo buscado, provocado, en ese contexto de amedrentamiento sistemático de la población, fue que el régimen difundió un día aquellas pautas constitucionales en función de las cuales no quería orientar la reforma de la Constitución del año 1966, sino que pretendía instituir una nueva Constitución, tan nueva que implicaría aniquilar las bases constitucionales que desde Artigas nos han llegado hasta ahora. Fue en aquel contexto de persecuciones, de censuras, de amedrentamientos, que empezó, no el debate constitucional ‑porque no hubo tal, más que muy ocasional y episódicamente‑, sino el proceso que desembocó finalmente en el plebiscito del 30 de noviembre.

Para que ese plebiscito tuviera el resultado que tuvo sin duda fueron necesarios muchos actos de coraje individual, muchos actos de rebeldía individual que forman parte de esa historia anónima que nunca se escribirá porque es imposible determinar con precisión quién fue en aquel momento el que en su casa, solo, llegó a la convicción de que tenía que votar «No»; quién se lo dijo a su vecino, a su compañero de trabajo; cómo fue que el pueblo fue amasando esa convicción que arrojó ese resultado que impresionó al mundo y que nos convenció a los uruguayos de que vivimos en un país excepcional. Creo que no es orgullo excesivo decirlo de este modo. Así como es bueno que reconozcamos los errores cuando los cometemos, es bueno que nos sintamos orgullosos de lo que hacemos bien, y Uruguay desde el punto de vista democrático es excepcional en el mundo por la convicción de su pueblo, por la forma en que ha sabido sostener las instituciones, no sin caídas circunstanciales, pero volviendo siempre al camino que nos viene marcado desde Artigas.

Formamos parte de una nación consustanciada con el ideal democrático. Eso es lo que nos define; eso es lo que nos distingue; esa es nuestra razón de ser. Y esa razón de ser afloró en el peor momento, cuando todo estaba dado para que el pueblo abandonara el camino que nos viene marcado desde siempre, para que sucumbiéramos, unos a las tentaciones, los más, al temor, y otros, a la ignorancia, y aceptásemos aquella propuesta de Constitución, que algunos vieron como una salida y pensaron de buena fe ‑no lo pongo en tela de juicio‑ que podría llevarnos de un estado de menos libertad, a otro estado de más libertad y que por eso valía la pena acompañarla.

La mayoría del pueblo no lo entendió así, no aceptó ese razonamiento y sintió, antes de entenderlo, antes de expresar ese sentimiento en razones, antes de conceptualizarlo, que era necesario rechazar la oferta que se le hacía ¡y hacerlo de modo tajante, definitivo, radical! ¡Había que decir que no y había que decir a quienes poco tiempo antes se solazaban afirmando que a los ganadores no se les pone condiciones, que no eran más ganadores, que eran perdedores, porque el pueblo votaba por «No» para decirle a la dictadura que tenía que irse y terminar de una vez por todas en este país!

(Aplausos en la barra)

——Así lo sentimos. Así lo sentimos y así lo sintieron esos centenares de miles de uruguayos que, contra todos los pronósticos ‑quizás, inclusive, contra toda esperanza‑, fueron, votaron y le dieron la victoria al «No». A mí me encantaría recordar los muchos episodios que conozco, los muchos que viví en aquellos años hermosos que para mí también fueron ‑como para el señor Legislador Larrañaga‑ de iniciación cívica y de estreno de la credencial. Yo voté por primera vez el 30 de noviembre de 1980. Por un lado, siento que no es esta la instancia para explayarse en recuerdos personales y, por otro, temo ser injusto si empiezo a recordar lo que hizo uno o lo que dijo otro, y todos esos episodios que forman el anecdotario riquísimo del «No», todos esos componentes que hacen la historia que registrará ese día del 30 de noviembre de 1980 como uno de los más importantes de la historia del Uruguay del siglo XX. Así que voy a resumir, a sintetizar, toda esa evocación de actos individuales, anónimos, de coraje en la figura de una persona que, a mi juicio, en aquellos momentos fue el paladín del «No» y la voz de la conciencia nacional. Me refiero a Enrique Tarigo.

Enrique Tarigo fue en aquel momento mucho más que lo que pudiera pensar alguien que solamente vio la película exhibida al inicio de la sesión, que lo muestra en una imagen en blanco y negro durante cuatro, cinco o seis segundos. Tarigo fue mucho más importante que eso; hizo mucho más y es bueno recordarlo. No era un hombre de actividad política previa. No tenía un sentimiento popular detrás de él que lo respaldara, que lo impulsara. No tenía un apellido ilustre. No tenía un sector político; aunque la actividad política estaba prohibida en aquel momento, había sectores que les daban representatividad a sus dirigentes, así ellos estuvieran proscriptos. Tarigo no era nada de eso. Era un jurista, un abogado, un profesor de Facultad, un hombre que en 1974, es decir después del golpe de Estado, empezó a escribir en «El Día». Hay gente que cuando el peligro empieza, se aleja y hay gente que cuando el peligro empieza, se acerca y dice: «Aquí estoy yo», y comienza a expresar su pensamiento, lo que hace que todos los que no pueden expresarse del mismo modo, por distintas razones, sientan que ese hombre que exhibe su coraje solitario ante la adversidad los representa a todos. Tarigo empezó a recorrer ese camino en 1974. Poco tiempo después, renunció a la Facultad de Derecho; renunció a su cargo de profesor de Derecho Procesal porque otro profesor de Derecho Procesal, el doctor Arlas, había sido arbitrariamente destituido. Así, como una muestra de solidaridad, Tarigo renunció a su cargo.

Poco antes de eso, en un antecedente quizás poco conocido, fue procesado por la Justicia ordinaria por ocupar un cargo de dirección en «El Día». Creo que era el redactor responsable. «El Día» publicó una noticia relativa a ciertas comunicaciones que había habido entre el Ministro de Justicia de la época ‑porque la dictadura terminó con la independencia del Poder Judicial y creó un Ministerio de Justicia‑, el doctor Bayardo Bengoa, y un Tribunal de Apelaciones, al que le pidió un día ciertas explicaciones. Entonces, en un ejercicio solitario y desconocido de dignidad, el Tribunal le contestó que no correspondía dárselas porque el Acto N° 8, que obligaba a muchas cosas, no afectaba la independencia de la función jurisdiccional. Y en mérito a esa independencia, el Tribunal no dio al Ministro de Justicia de la dictadura las explicaciones que este pedía acerca de una sentencia que había molestado al coronel que estaba en ese momento al frente de cierta persona pública no estatal. Esa publicación del diario «El Día» terminó con una denuncia penal. Por el Juzgado de Instrucción de 4° Turno ‑así se llamaba entonces‑ desfilaron Enrique Tarigo, Aníbal Luis Barbagelata, Enrique Frigerio, Mier Nadal y Addiego Bruno; los tres últimos eran los Ministros del Tribunal. Y fueron procesados Mier Nadal y Tarigo. A Tarigo se le imputó un delito que se castigaba con la pérdida del cargo y la inhabilitación para desempeñar cargos públicos. Como el único cargo público que ocupaba era el de profesor de la Facultad de Derecho y poco tiempo después renunció, se clausuró el proceso por esa circunstancia. Entre esas peripecias de Tarigo anteriores al año 1980, se encuentra esta, que es bueno recordar, para tener presente que este hombre sentía la adversidad de cerca, que no estaba a cubierto de las arbitrariedades de la dictadura y que las padecía.

Cuando llegó el año 1980, inclusive, se había ido del diario «El Día» por determinadas discrepancias y escribía en una revista, de la cual se perdió memoria, que se llamaba «Noticias». Allí, meses antes del plebiscito, cuando recién empezaban a conocerse las llamadas pautas constitucionales, Tarigo empezó a escribir análisis demoledores que culminó en agosto de 1980 con un ar­tículo que tituló: «Si estas pautas se plebiscitaran, yo votaría sin dudas por No».

Esto que he dicho hoy, expresado treinta años después, no parece tener relevancia especial. En aquel momento, sí la tenía, porque no era fácil decir con todas las letras que se iba a votar por «No». A quienes teníamos la oportunidad de escribir en algún medio ‑por ejemplo, yo escribía ocasionalmente en el diario «El Día»‑, se nos hacía saber que había presiones fuertes para que ni siquiera se utilizara la palabra y para que se evitara la exhortación pública a votar por «No».

Tarigo continuó con su línea de acción y cuando esa revista, por esas notas, no le permitió seguir escribiendo, enojado renunció. Entonces, siguió escribiendo en «El Telégrafo» de Paysandú, que acogió sus columnas en las que siguió desarrollando su prédica, cada vez más fuerte, cada vez más enérgica, cada vez con mayor aptitud demoledora en contra de aquel proyecto constitucional. Tarigo no andaba con vueltas; era un hombre corajudo y además frontal. Decía las cosas por su nombre y tenía un estilo muy particular: hilvanaba sus párrafos con una cadencia inconfundible en la que parecía que cada línea iba ganando fuerza sobre la anterior y terminaba con conclusiones que eran como mazazos. Así llevaba sus exposiciones escritas a las escasas reuniones públicas que había en aquellos tiempos. Sin duda, fueron pocas. Recuerdo que aquí en Montevideo el primer acto público fue un 31 de octubre y se llevó adelante en el cine Cordón. Lo convocó lo que en aquel momento se denominaba la Coordinadora de la Juventud del Partido Colorado. Uno de los oradores de aquella jornada, que está hoy aquí presente, fue el Diputado Facello. Luego, también se realizó un acto en el cine Cordón organizado por el Partido Nacional. Y esa misma noche tuvo lugar el debate entre los partidarios del «Sí» y los partidarios del «No». Lo recuerdo precisamente porque esa noche también se reunía la Corriente Batllista Independiente, que juntaba a todos sus integrantes en una oficina de un ambiente en la calle Soriano, y se levantó la sesión temprano porque queríamos ir a escuchar el debate.

Tarigo iba realizando sus escritos y sus exposiciones hasta que fundó «Opinar». En aquel momento, «Opinar» fue la voz del «No». Hay una serie de peripecias y de anécdotas que tengo que resistir la tentación de contar porque el tiempo se agota. Pero en este libro de Luis Antonio Hierro, titulado «El Pueblo dijo NO», está todo este anecdotario tan lindo. Inclusive, está ese momento en que la Policía anunció a Tarigo que le iba a confiscar la primera edición de «Opinar», y así ocurrió. Entonces, al otro día, Tarigo fue a la Jefatura junto a Hierro, pero no los dejaron entrar porque ninguno de los dos tenía cédula. Allí pensaron qué hacer y Tarigo decidió ir a hablar con el General Raimúndez y finalmente obtuvo la habilitación para publicar «Opinar». Esa deliberación tuvo lugar bajo el cartel de una panadería que se llamaba «La fuerza del destino». Cuenta Hierro que, mirando el cartel, sintió ese día que ese hombre estaba predestinado y que algo iba a pasar, que «Opinar» finalmente iba a salir, como efectivamente ocurrió. Y se publicó no para andar con paños tibios ni con vueltas. Salió a predicar frontalmente por el «No». Quiero leer algunos párrafos de las cosas que publicaba Tarigo para que se aprecie el estilo y la fuerza que en aquel momento tenían un valor especialísimo. Decía: «¿Por qué votaremos ‘NO’?» Esto lo dijo en el acto que organizó la Corriente Batllista Independiente en el cine Arizona, el 20 de noviembre. Continuaba diciendo: «Votaremos ‘NO’ el domingo venidero, porque somos demócratas y esta Constitución que se nos propone es una Constitución antidemocrática: porque ha sido proyectada, elaborada y aprobada sin la participación de los representantes del pueblo soberano y porque contiene soluciones concretas que implicarían, para el futuro, el desconocimiento de la soberanía popular.- Votaremos ‘NO’ el domingo venidero, porque somos liberales, esto es, porque creemos en la libertad como valor superior del hombre civilizado, y aún sabiendo y admitiendo que la libertad no puede ser ni irrestricta ni ilimitada y que la seguridad es el precio a pagar para gozar de la libertad, no podemos aceptar este proyecto de Constitución que sustituye la libertad por la seguridad, este proyecto para el que todo es ‘seguridad’ y que todo lo sacrifica, incluso la libertad, en aras de la ‘seguridad'».

Decía también: «Votaremos ‘NO’ el domingo venidero para no hacernos cómplices de todo lo que ha pasado en este país desde el 27 de junio de 1973. Para no ‘ratificar’, nosotros» ‑y está entre comillas porque incluía la expresión del texto a plebiscitarse‑ «‘las disposiciones legislativas y administrativas y los actos de Gobierno’ dictados desde esa fecha, entre ellos, los decretos del 27 de junio de 1973 por los que se disolvieran las Cámaras de Senadores y de Representantes y las Juntas Departamentales y se limitara y se cercenara el derecho de reunión. Para no ‘convalidar’, nosotros, los Actos Institucionales que suprimieran las elecciones que debieron haberse cumplido en noviembre de 1976, que abolieran la independencia del Poder Judicial, que pasaran a situación de ‘disponibilidad’ a todo el funcionariado público, etc., etc.- Para no hacernos cómplices de todo ello, y de todo lo demás que ustedes y yo sabemos ha acontecido en este país en estos siete años, es que votaremos ‘NO'».

Fue decir esto y el cine Arizona se vino abajo del aplauso atronador que recibieron estas expresiones que decían lo que todos sentíamos y queríamos escuchar. Porque el valor que tenía aquella expresión corajuda de Tarigo, el valor que tenían aquellas cosas que escribía y que decía, y el valor que tuvo aquel debate en televisión, en que él y Pons Etcheverry cumplieron una actuación extraordinaria, sirvió para que la gente perdiera el miedo, para que se diera cuenta de que había terminado una etapa y empezaba otra y que el domingo 30 había que ir a votar libremente y a conciencia y que el cuarto secreto iba a dar garantías para todos.

Eso fue lo que aquello representó. Y aquello que Tarigo decía se veía luego refrendado porque él andaba por la calle, seguía ejerciendo su profesión de abogado, porque iba al otro día a los juzgados. Cuando fue al juzgado el lunes siguiente al viernes del debate en televisión, lo recibió un aplauso espontáneo de los funcionarios y del público que estaba allí. Entonces, la gente se convencía de que había terminado un tiempo, de que estaba por empezar otro, y se sentía convocada a votar de acuerdo con sus más íntimas convicciones.

Y esas convicciones eran las que el pueblo uruguayo tiene desde siempre, las convicciones democráticas, republicanas, liberales, las que a todos nos unen, las que expresan mejor lo que somos históricamente, lo que somos como pueblo. No hubo tiempo de difundir todo aquello en una campaña publicitaria porque no hubo campaña publicitaria. No había partidos políticos funcionando. No había asambleas. No había convenciones. Todo eso debía expresarse boca a boca, entre murmullos, con insinuaciones, con medias palabras. Había que escribir entre líneas, y la gente leía entre líneas, escuchaba las medias palabras y captaba las insinuaciones, porque había debajo de la superficie un profundo humus democrático generado en ciento cincuenta años de historia uruguaya, de partidos políticos, de convenciones, de asambleas, de prensa libre. Toda esa hermosa historia democrática subyacía y afloró y brotó y floreció en el «No» del 30 de noviembre.

Se decía en aquel momento que el «No» podía llevarnos a un callejón sin salida, que el «No» era una encrucijada, una incertidumbre y que no se sabía lo que vendría después. Ese era un argumento que esgrimían algunos partidarios del «Sí» y la publicidad oficial que acabamos de ver cuando se decía que los políticos tendrían que asumir su responsabilidad, si por el resultado negativo de la votación pudiera verse postergada “sine díe” una eventual solución institucional para el país.

Sin embargo, los partidarios del «No» no veíamos la situación de esa manera y sentíamos que era necesario agrupar las fuerzas democráticas y rechazar aquel engendro que se nos proponía. Estábamos convencidos de que el «No» no era un salto al vacío, no era simplemente un desahogo, no era simplemente una expresión de rebeldía que se iba a agotar en sí misma sino que el «No» iba a abrir caminos, que el «No» iba a significar la inversión de una determinada correlación de fuerzas e iba a poner a la dictadura a la defensiva y en plan de salida. Así fue, y conviene decirlo porque después que pasa el tiempo es bueno verificar quién tenía razón y quién no, en debates políticos de esta importancia y de esta trascendencia.

Teníamos razón esa gran mayoría de uruguayos que entendíamos que el «No» era la salida y que iba a poner al país nuevamente en el camino del restablecimiento democrático. Así fue, y por eso lo estamos conmemorando hoy en este clima que es de fiesta cívica porque el «No» debe ser una de las fiestas patrias del Uruguay. Se ganó ese lugar por lo que representó en la vida política del país.

Y cuando expreso esto me vienen a la memoria algunos comentarios que en estos treinta años he escuchado de ciudadanos que votaron por «Sí» con la mejor intención, creyendo que ese era el camino correcto, y que cuando oyen a los que votamos por «No» referirnos a aquel episodio de este modo, nos dicen: «Esta manera de ustedes de evocar las cosas nos deja afuera de esa idea de la patria y de la República a todos los que con buena intención, porque pensamos que era el camino correcto, votamos por ‘Sí'». Y no fueron pocos, porque el 43% de la población votó por «Sí». El «No» ganó con el 57% de los votos, y en algunos departamentos ganó el «Sí».

Y bien, señor Presidente, yo no creo en esas fórmulas verbales según las cuales todos los gatos son pardos y da lo mismo una cosa que la otra. Estoy convencido ‑como lo estuve en aquel entonces y como lo dije en aquel entonces, lo cual me da el derecho a decirlo ahora‑ de que teníamos razón los que votamos por «No». Pero no pongo en tela de juicio la buena intención ni la buena fe de la inmensa mayoría de los votantes por el «Sí», que creyeron que esa era una manera de restablecer la democracia. Creo que, cuando funcionan los institutos de democracia directa, esa división que se produce en la población entre los que votan por una cosa y los que votan por la otra se resuelve en el acatamiento de unos y otros a la voluntad de la mayoría, porque es entonces cuando la democracia cierra el círculo y todos nos reunimos, es decir, volvemos a unirnos en las convicciones comunes, en el acatamiento a los principios comunes, en el ejercicio de los principios que ponemos en práctica y que invocamos cuando vamos a votar.

El «No», en esa hojita de papel medio amarillo o blancuzca, en esa hojita de papel de pequeñísima superficie, tuvo el significado de expresar y contener en un acto lo mejor de la historia nacional. En esa hoja de papel que decía «No» estaba concentrada la historia patria desde Artigas, desde la Oración de Abril de 1813 hasta el 30 de noviembre de 1980. El «No» resumió todo eso, y esa historia patria nos comprende a todos, nos abraza a todos, nos hace a todos ser nación en la convicción común democrática, republicana y liberal que es el alma del Uruguay.

Yo creo que el «No» fue ‑y termino con los versos hermosos de Juan Zorrilla de San Martín‑ ¡»Encarnación, viviente melodía,/ Diana triunfal, leyenda redentora/ Del alma heroica de la patria mía»!

Muchas gracias.

(Aplausos en la Sala y en la barra)