La crisis del capitalismo en sus centros más desarrollados obliga a retomar cuestiones pendientes de la integración. El reciente ingreso de Venezuela es positivo, porque trae planteos integracionistas que apuestan más allá del Mercosur fenicio.

Por: Héctor Tajam (Mensuario Mate Amargo. Setiembre de 2012).

Nos parece que el centro de la revisión se ubica más allá del reconocimiento al estancamiento actual del proceso mercosuriano. Si se quiere realmente avanzar, será necesario modificar algunos aspectos sobre los que se han apoyado los proyectos integracionistas y los medios propuestos para avanzar en ese sentido.

Por ejemplo, es común plantear a la integración regional como pre-requisito para el desarrollo. No hay desarrollo sin integración, se dice. Sin embargo, las políticas de integración regional y la cooperación internacional no pueden ser planteadas como alternativas a las reformas en nuestra estructura económica y social. Esa es una tarea de cada sociedad, ineludible. La integración y la cooperación son necesarias, pero no suficientes. Porque proponernos la integración como simple sumatoria de capitalismos dependientes puede significar el traslado de la dependencia, por ejemplo de la inversión extranjera, a una escala superior.

Compartimos con Jaime Behar (1) que entendida como una clave necesaria y suficiente del desarrollo bajo el capitalismo dependiente, la integración regional se transforma en un escapismo. Este fue uno de los pilares en que se apoyaba la propuesta programática del Frente Amplio en 2001, y que sin duda no funcionó como se esperaba. Este es un punto de atención para cuando solemos confiar en forma desmesurada en este instrumento para nuestros objetivos de liberación nacional. Sin embargo, entendida la integración regional como una clave del desarrollo bajo condiciones de profundos cambios socio-económicos y culturales internos, la integración regional implica entonces el desenvolvimiento de la cooperación y la solidaridad entre las fuerzas de izquierda latinoamericanas para su profundización.

De ahí que cada gobierno progresista, tiene la responsabilidad de cimentar las bases de ese cambio estructural con las oportunidades y limitantes que le otorgan los recursos disponibles, las instituciones heredadas, el estado que administra, y con una mayoría relativa que le otorga una cierta cuota del poder político. La integración latinoamericana necesita de la imprescindible coexistencia de todas esas experiencias político-sociales diferentes, y también de regimenes sociales diferentes como es el caso de Cuba. Por ello, los cambios en el statu-quo político y social de la región se constituyen hoy en un componente de la experiencia integracionista que el continente está atravesando hoy.

¡Qué paradoja!

El Mercosur nació de una realidad política en el Cono Sur que se presentaba encolumnada tras una misma escuela económica, la neoliberal. Esta escuela promovía un rechazo radical a la integración regional, considerándola como una forma irracional de conducta política. ¿Qué fue lo que los unificó? Por un lado su particular relación con el capital extranjero, pero fundamentalmente la política de EE.UU. del Presidente Bush (padre), promotor de la Iniciativa para las Américas que precedió al intento del ALCA de Bush hijo. En agosto de 1990 los representantes de los países miembros de la ALADI se reunieron con David Mulfford, subsecretario del Tesoro, el cual destacó el interés de Bush de negociar acuerdos de libre comercio especialmente con acuerdos regionales que tuvieran el mismo objetivo: «El 4 de diciembre de 1990 Bush, frente al parlamento uruguayo dijo que ‘para promover el comercio estamos trabajando hacia un marco de acuerdo con Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay» (2).

Lo que nos lleva a concluir que la selección de una determinada política de integración jamás se realizó fundada exclusivamente en un nacionalismo abstracto que respondiera al interés general de cada país, sino a los intereses hegemónicos en cada coyuntura. «El Chile de la integración burguesa «a la Frei» se transforma en el Chile tercermundista y democrático de Allende para luego ser entregado incondicionalmente a las providencias del mercado mundial por la dictadura pinochetista»(3).

¿Comerciamos para integrarnos o nos integramos para comerciar?

Es común recurrir al siguiente razonamiento economicista: la necesidad de economías de escalas para grandes volúmenes de producción que utilizan tecnologías de última generación exigen una gran demanda consumidora. Esta se encuentra en el espacio económico regional. La justificación teórica de la insuficiencia de demanda para desarrollar economías de escala, ha ocultado que ésta no es solo el resultado de la balcanización del continente, sino de la desigual distribución del ingreso resultado de las leyes de distribución del capitalismo dependiente (4). Por tanto, lo que a inicios del Mercosur se sumaba eran los escasos consumidores solventes, capaces de absorber productos importados desde la región.

«Realizada en condiciones de inmutabilidad política y social esta agregación de mercados no implica otra cosa que la agregación de los males del capitalismo dependiente, ahora expresados a escala regional»(5). Esta es otra tarea pendiente para los gobiernos progresistas de la región, la recuperación del poder de compra interno, que no es otra cosa que distribuir mejor ingresos y riquezas. Si el progresismo distribuye, potencia la posibilidad de sumar mercados en forma genuina.

Nos preguntamos entonces sobre el rol que se la asigna al comercio en los procesos de integración. El punto de partida del Mercosur fue exclusivamente eliminar las trabas al comercio y que la competencia hiciera el resto. Esta base conceptual fue el punto de partida de las famosas asimetrías. Pero es indudable que esta visión continúa predominando, y lo vemos a la luz de la reciente reunión del Grupo Mercosur en Mendoza. Solo se habló de comercio, de aranceles. Era una magnífica oportunidad para replantear las complementariedades, de los eslabones sectoriales, de las políticas comunes frente a los desafíos energéticos y a la avalancha de inversión extranjera.

En cambio los ministros de economía se miran de reojo a ver que hace cada uno frente a la sobrevaluación de la moneda y los flujos de capital especulativo. Parece difícil de creer que todos estemos coincidiendo en una política de acumulación de Reservas Internacionales, pero cada uno viendo para su seguridad y reducir su vulnerabilidad financiera, enajenándolas del proyecto regional (del Banco del Sur, por ejemplo).

A partir de los actuales procesos reformistas que construyen la alternativa post-neoliberal, se deben explotar al máximo las ventajas de la división del trabajo, coordinar estrategias de desarrollo, sobre políticas de inversión y armonizar planes nacionales con los regionales. De otra manera seguiremos compitiendo, eternamente dependientes.

Notas:

1- Economía Política de la Integración Regional uruguaya – Instituto de Estudios Latinoamericaanos, Estocolmo 1980.

2- Sur, Mercosur y Después – Arce, Quartino, Rocca, Tajam – TAE 1992

3- Behar 1980.

4- Arce et al 1992

5- Behar 1980.

Fuente Contenido: www.mateamargo.org.uy

Fuente Imagen: es.wikipedia.org