Compartimos la columna del Licenciando en Humanidades en la Universidad de Montevideo, con estudios en teología, Diego Pereira Ríos, quien retoma los encuentros reflexivos a través de Sociedad Uruguaya.

En este caso, su columna se denomina “Sobre el compromiso cristiano”.

“En el actual contexto político latinoamericano, los cristianos nos debemos un compromiso cada vez más serio con la realidad. Seguimos viendo cómo el capitalismo sigue dominando el mundo con su avance destructivo, cometiendo crímenes que saltan a la vista por los medios de comunicación. La injerencia en al ámbito político, hace que los grandes capitalistas elijan a quienes les favorecen en el gobierno y utilizan a las masas para provocar el desorden para luego enviar justificadamente a reprimir. El abuso policial y militar en las manifestaciones sociales, son incluso defendidas por parte de la sociedad que los ven como simples vándalos, como descarriados que hay que frenar al coste que sea. Pero la violencia que hemos visto en Ecuador, Chile y Bolivia, ya es algo que rompe los ojos, que no necesita ser escondido, pues es también la manera de que cunda el miedo. Las “fuerzas del orden” salen ante la pantalla con toda su parafernalia intimidando hasta el que lo ve tranquilo desde su hogar, como nos sigue pasando a nosotros, uruguayos que no creemos que eso se viva nuevamente en nuestro país. Confiamos que el nivel de violencia visto en los países latinoamericanos no llegará a Uruguay. Pero ¿cómo vivimos lo que sucede en los países hermanos latinoamericanos?

Pero la pregunta aún nos interpela en nuestro propio lugar: ¿cómo debemos pararnos los cristianos ante esta realidad? ¿Cuál es nuestra responsabilidad? Muchos cristianos se quedan “balconeando” –como dijo el Papa Francisco- ante el gran espectáculo social sin hacer nada, incluso aquellos que tienen lugares estratégicos en los medios de comunicación, siguen predicando una palabra lejana de la realidad. Como dice un viejo refrán: “rascan donde no pica”. Muchos que trabajan en los medios, absorbidos por las preocupaciones particulares, desviando la atención hacia donde les dictan sus jefes, no se comprometen con la situación global, no se dejan interpelar por las situaciones comprometedoras en las cuales se juega nuestro ser cristiano. Muchas veces porque justamente eso compromete y hace que peligre nuestra honra. Sí, lamentablemente –al igual que en la Edad Media- algunos cristianos están preocupados por lo que puedan decir los demás o por lo que les puede afectar en su carrera. Lo peor es que muchos siguen eligiendo quedarse del lado de los poderosos, no de los que están sufriendo. Siempre es más cómodo.

En estas pocas palabras, considero que si es que queremos ser fieles a las enseñanzas de Jesús, debemos estar del lado de los más débiles, denunciar las atrocidades que se producen en su contra y ayudarlos a que se manifiesten y sean escuchados. Allí está nuestro lugar si es que deseamos que la voz del Señor, que vino al mundo a liberarnos de toda injusticia, sea escuchada en ellos. No podemos quedarnos cómodos en nuestra tranquila situación (los que tenemos trabajo, casa y comida), mientras tantos hermanos siguen muriendo por la lucha de sus derechos, por desesperación ante el sistema que los trata como cucarachas y que los quiere aplastar. Las voces de toda Latinoamérica se están uniendo en un grito desgarrador, revelando la situación desesperada en la que están, y nosotros no podemos desviar la mirada hacia otro lado.

En Uruguay la gran mayoría de la población sigue ajena al problema del medio ambiente, de la contaminación, del maltrato infantil, del feminicidio, de la drogadicción, que son problemas de todos, y muchas veces la solución viene por el lado de la represión. Pero en otro nivel ¿cuánto nos importan la inmigración, los pueblos originarios, la tala de la selva amazónica, la contaminación del agua, el cambio climático, el hambre mundial, la guerra? Miramos demasiado nuestro ombligo. Todos vemos los titulares de noticias sobre estas problemáticas, miramos videos sobre esos temas, vemos fotos, ¿y cuánto nos afecta?, ¿cuánto nos lleva a sentir dolor por los demás que sufren? Las noticias se mezclan entre catástrofes naturales, deportes, espectáculos y trivialidades. Todo es puesto al mismo nivel.

Debemos combatir los males de nuestro tiempo que nos acosan a todos en nuestro interior: la indiferencia, el egoísmo, la competencia, la intolerancia, la hipocresía, la violencia, el odio, el rencor, y tantos otros males que nos deshumanizan. Todo ello se debe a la falta de un pensamiento crítico que cuestione el orden establecido, que nos saque del individualismo como producto de un encerramiento mental y espiritual que nos lleva, no sólo al consumismo material, sino que también a una desvalorización del saber popular. En este sentido, la educación como herramienta de transformación, es absorbida por la apropiación del saber reducido a los títulos y honores que nos proporciona un sistema universitario armado para premiar al que es capaz y despreciar al incapaz. De ahí que el sistema educativo que sigue cuantificando el saber y lo reduce a un número: el de la calificación y del precio a pagar. Quien paga avanza, los que no pueden pagar se estancan. La lógica capitalista se sostiene en una política de comercialización y no de humanización (Hinkelammert. F).

Los cristianos comprometidos con un mundo más justo creemos en el Dios de la vida, que lo dio todo por sacar de las situaciones humillantes a los hombres y mujeres de su tiempo. Nosotros no podemos vivir de otra manera, si queremos ser verdaderos discípulos comprometidos con nuestros hermanos que más sufren. Por eso, descubrir las injusticias es parte de la tarea profética que nos toca asumir -don recibido en el bautismo, pero poco visible hoy-. Y es injusta la opresión que sigue ejerciendo el sistema capitalista en la mente y el cuerpo de todos nosotros. El que no tiene los medios para consumir, no cargará en su cuerpo la vestimenta de marca ni irá de compras al shopping. Los préstamos y tarjetas de crédito siguen siendo el espejismo que nos llevan directo al fondo de la ciénaga del endeudamiento. Los que sí tienen, se vanaglorian del acceso a bienes, placer y status, a los cuales mucho no llegarán, e ignoran a sus prójimos que pasan hambre a muy pocos barrios de distancia.

Seguir a Jesús hoy nos pone en un lugar de conflicto, en una situación de tensión, de seguir haciendo lo que la religión enseña –sobre todo reducida a una mera práctica sacramental- o comprometernos con nuestros hermanos que habitan la polis, estando cerca de aquellos que más sufren. “Solamente podemos llegar a él (Dios) a través del compromiso operativo de la fraternidad, del camino del amor a la praxis de liberación” (Cormenzana). El compromiso político del cristiano va mucho más allá de sufragar, tiene que ver con involucrarse con las causas sociales, con entrometerse en los ámbitos de decisión, en compartir con las gentes de los barrios, de los movimientos, de acompañar las movilizaciones sociales (aún con sus errores), con saber utilizar eficazmente los medios de comunicación para poder enviar un mensaje diferente a la sociedad. Y este mensaje tiene, al menos dos partes: la denuncia explícita de la injusticia que todos ven pero ignoran, y el anuncio de un mundo mejor posible desde el ejemplo del Maestro de Nazaret, que se debe traslucir en nuestro accionar.

La mayor parte de los cristianos se pasan defendiendo la institución y denunciando todo lo que atenta a la religión, sobre todo por estar muy perdidos en una “cristiandad mental” que nada tiene que ver con la realidad. El laicismo al cual tanto se critica desde el lado cristiano, es una oportunidad de diálogo con un tiempo nuevo de la iglesia, de un nuevo compromiso con las causas de todos, de involucrarnos con las luchas de los pueblos y de entreverarnos con la masa para, que desde dentro, construyamos algo nuevo sin desear que nuestras ideas predominen, sino que sea la voluntad de todos. Los cristianos de este siglo XXI no seremos destacados ni reconocidos a no ser por nuestro compromiso con las causas sociales. No podemos seguir esperando dentro del templo que algunas personas vengan a celebrar la Eucaristía cuando Jesús sigue muriendo en medio de su pueblo. Allí se está dando de nuevo el sacrificio y allí debemos estar nosotros. Ojalá tengamos la valentía de no ser seducidos por el príncipe de este mundo y quedarnos en la comodidad y tengamos el coraje de renovar nuestra propia fe para estar junto al pueblo, pues allí con el pueblo, camina Aquél a quien decimos amar y confesamos que es nuestro Dios.

Diego Pereira Ríos, 40 años, uruguayo. Profesor de filosofía y religión en Enseñanza Media. Licenciando en Humanidades en la Universidad de Montevideo, con estudios en teología. Investigador y ensayista. Es miembro de Amerindia Uruguay y de la Sociedad Filosófica del Uruguay, redactor en Revista Umbrales, columnista en el Centro de Estudios Bíblicos de Brasil, integrante de Ariel Revista de originales de Filosofía. Obtuvo el 3er puesto en el 1er Concurso Internacional de Ensayo 2015 de la REDLAPSI. Autor del libro “La fuerza transformadora de la esperanza” (Nueva Visión, 2016). Contacto: pereira.arje@gmail.com

Fuente Imagen: https://blog.cristianismeijusticia.net/2013/06/19/a-una-fe-que-busca-la-justicia-le-interesa-la-politica