Para el diario digital Sociedad Uruguaya es un privilegio contar en esta oportunidad con la pluma de Aitor Arjol, vasco de nacimiento y español y latinoamericano en toda su extensión.

Es escritor, poeta y periodista independiente. Fotógrafo y gestor cultural. Coordinador de Clubes de Lectura. Fundador de LiteraQuito -Escuela de Literatura.

En esta oportunidad, nos revela un aspecto muy peculiar del poeta Julio Herrera y Reissig y sus sonetos vascos, a pesar de nunca haber pisado esa tierra.

Anhelamos que sea de vuestro interés y agrado.

 

 

Julio Herrera y Reissig (1875-1910) fue el principal exponente del Modernismo en Uruguay. Falleció a una edad relativamente temprana, dejando una obra poética marcada por la convivencia de diversos aspectos propios del Costumbrismo, un Romanticismo muy tardío y finalmente, el Modernismo en toda su amplitud.

El poeta uruguayo, si bien nunca estuvo fuera de su país salvo una corta estadía en la vecina Buenos Aires, pocos años antes de su muerte, publicó un conjunto de nueve poemas agrupados como “Sonetos vascos”, donde el componente vasco precisamente sorprende por su correspondencia con la realidad geográfica, cultural y social de Euskadi, en aquellos tiempos entre finales del siglo XIX y principios del XX.

Julio Herrera y Reissig (1903) Foto Cortesía de la Biblioteca Nacional de Uruguay¿Qué impulsó a Herrera y Reissig, que nunca estuvo en el País Vasco, para escribir nueve sonetos sobre una realidad que desconocía, pero con un resultado lírico notable? La respuesta no resulta sorprendente si se consideran los múltiples vínculos existentes, desde los tiempos de la colonia, entre Uruguay y “lo vasco”.

Particularmente, a lo largo del siglo XIX, la presencia de sucesivas generaciones de inmigrantes vascos, contribuyó a conformar una amplia diáspora vasca en tierras del actual Uruguay, y con ello la correspondiente red de arraigos y vínculos, incluso un entramado de identidades compartidas. Además, este aspecto también resulta común a otros países de Sudamérica, siendo los apellidos vascos el ejemplo más notorio y al que suele acudirse en primer lugar, para reflejar tales vínculos.

Julio Herrera y Reissig cuenta con ascendencia vasca en su familia -un pariente y amigo médico, según su hermana-, incluyendo compañeros de generación con apellidos del mismo origen. Su fascinación por Euskadi, sin embargo, se presume que llegó a través de la lectura de autores tan populares por entonces, como Pierre Loti, Miguel de Unamuno o Pío Baroja, además de la asociación evocativa que estableció entre los paisajes de las estancias uruguayas, y la geografía vasca.

El resultado fueron los menciones “Sonetos Vascos”, de corte clásico, en un lenguaje brillante y según los cánones formales del modernismo, donde describe tipos vascos, en forma de personajes, paisaje y valores, entre otros, que permiten visionar -aunque de forma ideal o relativamente bucólica- el Euskadi de la época.

 

Con tales limitaciones, y sin perjuicio de valorar los “Sonetos vascos” en su contexto, resulta sumamente útil a efectos de análisis, compaginar su lectura y examen con las “Aguafuertes vascas” que el argentino Roberto Arlt escribiera en vísperas de la Guerra Civil Española, durante su estadía como corresponsal de prensa en tierras del País Vasco. Esto sí, una visión objetiva y derivada de la observación directa, y en estrecha convivencia con las circunstancias del momento.

 

Julio Herrera y Reissig y el músico Eduardo Fabini (1904) Foto en el libro de Roberto Bula PirizEn todo caso, una invitación puntual a conocer, cualesquiera asociaciones con la cultura vasca, sin mayor propósito que enriquecer el conocimiento o fomentar la curiosidad. He aquí dos ejemplos de lo señalado, provenientes de la “ametralladora metafórica”, tal y como el argentino Enrique Anderson Imbert se refiriera al poeta uruguayo:

 

VIZCAYA

Al pie de sus fruncidos campanarios, madura
Vizcaya sus chillonas primaveras de infantes;
los muros haraposos, antiguos mendicantes,
duelen en una terca limosna de dulzura…

 

Pífanos y panderos… Molinos de aventura…
Chalecos que denotan en rojos insultantes.
La danza de las boinas rechina sus desplantes,
al viento de la patria que ruge de bravura.

 

Con el oso adivino y la mona burlesca,
abre el titiritero rostros despavoridos…
La indumentaria aúlla duelos de antigua gresca:

 

raptos galantes, curas, infantes y bandidos…
Y la jerga que estira la vocal pintoresca
Latiguea en “redioses”, guturales chasquidos.

 

DETERMINISMO PLÁCIDO

De tres en tres las mulas resoplan, cara al viento,
y hacia la claudicante berlina que soslaya
el sol, por la riscosa terquedad de Vizcaya,
en soberbias fosfóricas, maldice el pavimento…

 

La Abadía. El Castillo. . . Actúa el brioso cuento
de rapto y lid … Hernani allí­ campó su raya.
Y fatídico emblema, bajo el cielo de faya,
en rosarios de sangre, cuelga el bravo pimiento…

 

La Terma. Un can… La jaula del frontón en que bota,
-prisionera del arte- la felina pelota…
El convoy en la bruma, tras el puente se avista.

 

El vicario. La gresca. Dobles y tamboriles:
el tramonto concreta la evocación carlista
de somatén y “órdagos”… y curas con fusiles.

Fuente Imagen 1: Julio Herrera y Reissig (1903) Foto Cortesía de la Biblioteca Nacional de Uruguay..

Fuente Imagen 2: Julio Herrera y Reissig y el músico Eduardo Fabini (1904) Foto en el libro de Roberto Bula Píriz.