En el principio del siglo XXI se generó un nuevo concepto en materia de recursos financieros: el crowdfunding inmobiliario.

Se trata de un instrumento asociativo promovido por un grupo de personas que conforman una financiación colectiva para invertirla en propiedades.

Las inversiones a través de dichos recursos pueden tener dos destinos: la compra de una propiedad, un bien tan anhelado por millones de personas en todo el mundo o la modalidad de contribuir otorgando un préstamo a las empresas que se desempeñan como promotores inmobiliarios, lo que habilita a dinamizar esta actividad.

Cada proyecto inmobiliario requiere de cierta inversión para poder concretarse. Mediando el crowdfunding el norte está dirigido a alcanzar esa recaudación necesaria en donde puede pasar que un pequeño grupo de asociados inviertan grandes sumas o la posibilidad –cada vez más en auge- por la que una gran cantidad de personas aúnan sus esfuerzos y contribuyen con pequeñas cantidades de dinero.

Esta herramienta permite una rentabilidad sin tener que esperar grandes plazos.

En varios países se les conoce como la inversión en ladrillos.

Tras dos décadas de experiencia el crowdfunding inmobiliario llegó para quedarse y hoy ya es una realidad en la mayoría de las latitudes del mundo, y en varios países ya se han establecido legislaciones específicas y marcos regulatorios.

¿Cómo funciona?

Una vez que se compra la propiedad, las ganancias se dividen entre los inversores según el porcentaje del total que cada uno de los socios participativos haya colocado. Las ganancias que se obtienen provienen de los rendimientos por alquiler y también de la revalorización del capital, o de los intereses, en el caso de que la modalidad de la inversión haya sido en forma de préstamo.

Los montos de inversión más pequeños implican que los beneficios del crowdfunding inmobiliario pueden ser percibidos tanto por el inversionista como por el receptor de los fondos. Es una forma rápida de recaudar grandes cantidades de dinero y permite a las personas destinar montos más pequeños a inversiones en las que de otro modo no podrían participar. Por ello, se democratiza y se amplía a un importante contingente de emprendedores financieros que obtienen réditos a través de esta propuesta innovadora.

Si se compara con años atrás, para invertir en vivienda, en la gran mayoría de casos, inexorablemente, se debía pasar por el filtro de las instituciones bancarias.

¿Color de rosa?

Pero no todo es color de rosa. No estamos ante la varita mágica, por la cual, en la jerga popular se puede sintetizar como “jugar y cobrar”.

Hay pros y contras en este tipo de emprendimientos.

En los beneficios podemos destacar la flexibilidad de este instrumento y las opciones que tienen los proyectos que permiten que se puedan concretar en mercados diversos y con distinto tipo de públicos.

Ya hemos enfatizado que se trata de una fuente de financiación que es rápida y sin complejidades.

Además que permite evitar los tradicionales compromisos crediticios con los bancos es destacable que se pueden comenzar interesantes proyectos con cantidades muy pequeñas de recursos.

Paralelamente, mediante este instrumento si el dinero no se invierte, se devuelve a los financiadores.

En cuanto a lo eventualmente negativo, los riesgos que conlleva esta inversión son parecidos a los que puede llevar a cabo cualquier otro inversor inmobiliario. Por tanto, si las cosas van mal, existe la probabilidad de perder el dinero.

Debe quedar en claro que en algunas coyunturas también hay una falta de liquidez que limita las oportunidades de venta para los inversores.

Fuente Imagen: https://www.gestoraurbana.com