A continuación compartimos una reflexión de la Asociación Cristiana Uruguaya de Profesionales de la Salud Sexualidad para la Vida (ACUPS) a propósito del nuevo proyecto de ley de unión concubinaria, de su programa Sexualidad para la Vida.

“Hoy día es de buen tono mantener en público que el matrimonio es solo una opción entre otras y que la mera cohabitación debería tener los mismos derechos. Pero la realidad social prueba que el matrimonio todavía marca la diferencia. En el libro The Case for Marriage ( Linda J. Waite y Maggie Gallagher. The Case for Marriage. Doubleday. New York (2000). 260 págs. 24,95 dólares.1), publicado recientemente en Estados Unidos, las sociólogas Linda Waite y Maggie Gallagher muestran con datos los beneficios que a largo plazo supone el matrimonio para las parejas y para la sociedad. Beneficios que justifican que el matrimonio sea tratado como una opción social preferente.

El matrimonio marca la diferencia

En Estados Unidos el índice de fracasos matrimoniales es muy alto y, aun así, casi el 90 por ciento de los que se divorcian o separan continúa pensando que la boda abre un camino para toda la vida. ¿Por qué se da esta contradicción? Linda J. Waite y Maggie Gallagher, profesoras de Sociología en la Universidad de Chicago y directora del Marriage Program en el Institute of American Values, respectivamente sacan a la luz hechos evidentes, que por ser tan sencillas, a veces, pasamos por alto, y que en la revista digital aceprensa.com, se resalta, y también se hacen eco de estas investigaciones.Ambas profesoras han investigado el asunto en un libro que combina datos estadísticos, análisis sociológico y crítica cultural. Su conclusión es que el matrimonio es lo más parecido a un seguro de vida de largo alcance. En conjunto, los casados gozan de mejor salud, tienen un estado emocional y psíquico más satisfactorio y están más estimulados a aumentar sus ingresos que los que viven solos o cohabitan.

Estos efectos positivos sólo ocurren si la sociedad da un reconocimiento público al compromiso matrimonial. Y, ahí está el quid, porque según estas dos sociólogas, en las últimas décadas asistimos a un proceso de “privatización” de la relación matrimonial, que mina en sus mismos fundamentos el contrato más importante de una vida.

Un seguro de vida que cubre todo

La seguridad de un matrimonio para toda la vida anima a los esposos a tomar decisiones conjuntas y a especializarse en tareas que facilitan la vida en común. Se trata de una complementariedad que supera con creces las posibilidades de un soltero -obligado a hacer frente a todas las necesidades con sus solos recursos- y también las de una pareja de hecho, en la que la duda sobre el futuro siempre actúa de freno y recorta las posibles economías de escala, pues se pretende a un tiempo nadar y guardar la ropa. En el ámbito financiero, el libro concluye que el ahorro de marido y mujer por el mero compartir energía, muebles y electrodomésticos, instalaciones, etc. puede suponer un aumento de hasta un tercio en el nivel de vida de ambos cónyuges.

Otra de las ventajas del matrimonio duradero es la de actuar como un auténtico “seguro de vida”, no sólo ante eventualidades como el paro, la enfermedad o la vejez. Una póliza que garantiza una atención global cuando marido o mujer enferman: el que quede sano “trabajará más para compensar los ingresos perdidos, facilitará cuidados personalizados al incapacitado o se encargará del trabajo de la casa que el otro ya no pueda hacer”.

Pero las mejores ganancias vienen de la exclusividad. La relación afectiva garantizada por el pacto matrimonial supera cualquier otra, no sólo en los aspectos más íntimos -la promesa de estabilidad reduce la incertidumbre- sino también en el apoyo constante en los momentos de dificultad o tensión. “El matrimonio y la familia -afirman las autoras- proporcionan un sentido de dependencia, el sentido de amar y ser amado, de ser absolutamente esencial para la vida y la felicidad de los demás”. Esto da una perspectiva diferente para afrontar los problemas que uno encuentra, “porque hay personas que dependen de ti, que cuentan contigo o se preocupan de ti”.

Al otro lado de este marco de ventajas, hay que situar el escaso apoyo externo a la estabilidad matrimonial. De hecho, la mayoría de las guías para el divorcio e incluso de los manuales terapéuticos para los estudiantes aconsejan no considerar o minimizar el posible efecto negativo sobre los hijos, a la hora de aconsejar sobre la continuidad de un matrimonio.

Quizá uno de los aspectos más interesantes del libro sea la refutación -con datos- de la idea de que, si el matrimonio va mal, el divorcio es la mejor solución también para los hijos. Las autoras citan un estudio en el que se analizan las características de más de dos mil personas casadas, a lo largo de quince años. En la mayoría de los casos se llega a la conclusión de que tanto un matrimonio desgraciado como un divorcio reducen el bienestar de los hijos, pero, a largo plazo, el divorcio lleva a relaciones más problemáticas entre padres e hijos; aumenta la probabilidad de que los hijos se divorcien a su vez, y reduce también las posibilidades de éxito en la educación y en la carrera profesional de los hijos.

Una opción social preferente

Gallagher y Waite culminan su análisis con la sugerencia de unas líneas de actuación para reconocer al matrimonio como una opción social preferente. Hay que dejar de considerarlo como una opción privada más -aseguran- y verlo como lo que es: un compromiso público, un ideal moral y una institución social. Por eso la primera propuesta se refiere a la necesidad de hablar sobre el matrimonio. En un momento en que muchas personas han dejado de usar la palabra “matrimonio”, los investigadores sociales y los expertos universitarios tienen una particular responsabilidad en analizar los efectos sociales del matrimonio. Por ejemplo, el cálculo del coste público de los fracasos matrimoniales proporcionaría datos para evaluar la oportunidad de muchas subvenciones o subsidios.

Otra de las sugerencias para fortalecer el matrimonio exigiría adecuar la política fiscal, de manera que no penalice a las familias con más de dos hijos, y reformar la legislación sobre el divorcio. Algo empieza a hacerse. El último capítulo recoge la experiencia reciente de dos Estados -Luisiana y Arizona- que en 1997 y 1998 establecieron leyes más restrictivas. En el primer caso, la reforma incluye un acceso limitado al divorcio, la prolongación de los períodos de espera y la obligatoriedad de asesoramiento familiar previo. También ofrece la posibilidad de elegir entre la legislación existente -que permite el divorcio unilateral- y un nuevo tipo de contrato matrimonial que limita el divorcio a ciertos casos. M. Ángeles Burguera. Servicio 72/01

Aceprensa (www.aceprensa.com )

Por mayor información: www.acups.org

acups@chasque.net

Boletín Electrónico Sexualidad para la Vida.

Editor – Jorge Patpatian.