En este caso, compartimos el dolor, el respeto y el reconocimiento del senador Eleuterio Fernández Huidobro ante la muerte de Gonzalo Moyano, uno de sus secretarios personales en el desempeño parlamentario, en palabras formuladas el 13 de noviembre de 2008.

 

GONZALO MOYANO.

 

En el año 1999 (hace casi una década), conocido el resultado electoral desembarcamos recién electos en el Senado. Una mano atrás y otra adelante. Sin experiencia alguna.  Formamos un equipo con Arturo Dubra (mi suplente, hermano de duras horas y mano derecha para todo trabajo y  aventura. Con alguna experiencia parlamentaria dado que debido a su inolvidable padre, creció entre los pasillos y Despachos del Senado y sus alrededores), Luis Rosadilla, un panadero cuatro por cuatro, corredor infatigable de todas las canchas habidas y por haber y viejo (a pesar de la  juventud) habitante de cárceles militares y otras clandestinidades.

Para contrapesar tamaña sobredosis de «locura» conseguimos «dos» anclas con la realidad. Dos compañeros de bajar la pelota al piso aunque fuera de vez en cuando: Alvaro Izquierdo, un joven flemático cuyo extraño y para nosotros deslumbrante conocimiento de las extraterrestres computadoras nos resultaba mágico y Gonzalo Moyano de proverbial y muy conocida sensatez. Quedaban igual en minoría: dos contra tres para intentar poner algún orden en ese tan fácilmente previsible desorden. Gonzalo lo hizo. Lo logró, a pesar de nosotros, cuando iniciamos la oposición al flamante gobierno de Jorge Batlle al que por supuesto pensábamos derrotar entre los cinco.

 

Nadie podrá, absolutamente, por más esfuerzo que haga, imaginar tan siquiera  aproximadamente  las cosas, avatares,  situaciones fantásticas, victorias y  derrotas,  éxitos y  fracasos, risas y rabietas, discusiones acaloradas, bromas, insólitas aventuras que diariamente durante casi una década  preñada de acontecimientos históricos, vivimos juntos, a veces muy solos, en aquel despacho del Senado  que con el tiempo, de a poco, se fue transformando en eso: un formidable equipo de militancia que unos meses después  «jugaba de memoria».

Nos quisimos y queremos entrañablemente. Aprendimos a querernos. A saber las fortalezas y debilidades  de cada uno y concertarlas para obtener  los mejores resultados posibles. Lo máximo de nuestra capacidad conjunta.

El 6 de junio de 2003 se nos fue, muriendo de a poco, Arturito: ¿Se acuerdan? Nos abrazó la soledad. Y ahora se nos va Gonzalo. Increíblemente, casualidades del Destino, lo traemos al mismo Cementerio.

Dormirán la paz juntos como siempre.

De «aquellos» originales cinco vamos quedando dos  porque Rosadilla, ahora Diputado, está en la otra Cámara. Otros compañeros cubrieron las bajas. Pero la de ahora nadie sabe quién o qué podrá cubrirla.

Pasamos juntos  por las elecciones municipales del 2000, los cinco años de batalla contra la Coalición Rosada, por las campañas electorales a favor de ANCAP (la ANCAP de Gonzalo, tan querida) en el 2003, la victoriosa y larga campaña electoral del 2004, la Victoria nunca vista;  la instalación de este nuevo Parlamento; la del nuevo Gobierno; las municipales del 2005…

Decenas, tal vez centenares de batallas grandes y chicas. Perdidas y ganadas.

Alegrías y festejos inolvidables.

Gonzalo fue a lo largo de tan apasionante periplo multitudinario, de epopeya, el mejor de todos nosotros. El más prolijo. El más ordenado.

El de cuidar la salud de todos, llevar las cuentas, controlar la higiene, pararnos el carro…

Un tierno guardaespaldas en el mejor sentido de la palabra. Aunque en muchas circunstancias de riesgo mostró también la fortaleza y hasta la dureza de un bastión en la defensa de cada compañero o compañera de su entorno.

 

No era para menos. Venía de una forja muy especial: hijo de  familia blanca como hueso de bagual  (de militancia reconocida) militante sindical en horas autoritarias durísimas, protagonista de la Heroica Huelga General de 1973, detenido, allanado reiteradamente, visitador de presos políticos, en especial de Arturo Dubra en cárceles y cuarteles cuando tantos se «iban al mazo», destituído de ANCAP, se transformó, para parar la difícil olla, en zapatero, hasta el exilio forzoso en su tan querida Venezuela donde fue vendedor ambulante y contador improvisado de pequeños comercios. Mucho antes de Chávez…

Retornó a Uruguay para votar en 1984, fue restituído en ANCAP en 1986. Tenaz militante sindical, fundó la Primera Agrupación del MPP allí. 

Nadie: ninguno de nosotros ni de los que vinieron después, resistió jamás un «rezongo» de Gonzalo. Su autoridad emanaba de que solía tener toda la razón del mundo.

El trabajo parlamentario concreto, que va desde atender solícitamente la más humilde denuncia hasta conseguir escudriñando archivos el documento con la prueba concluyente, también fue otra de sus fortalezas.

Cuántas veces le dijimos: ¿podrías conseguir ésto?

Siempre, en esos casos, se trataba de «misiones imposibles»

Al tiempo nos traía, hasta hoy nadie sabe cómo, lo que andábamos buscando y el pueblo necesitaba.

Capítulo aparte merece su amor por ANCAP y, muy en especial por la Federación ANCAP.

Advertidos de ese amor incondicional llegamos como suele suceder en Uruguay tantas veces, a provocarlo malévolamente hablándole mal e inventando cosas contra ANCAP  o el Sindicato para disfrutar sus calenturas.

Formidables enojos y alegatos desesperados….

Que nadie lo dude: Si hay Cielo, ese Sindicato tiene hoy otro militante allí.

Lo vimos; tropezamos con él mil veces a lo largo de una década repartiendo volantes en una esquina, atendiendo mesas militantes de los organismos de base en ferias vecinales o en los alrededores de un gran acto.

Y cada 20 de Mayo lo vió adelante ayudando a llevar el gran cartel de la Marcha del Silencio.

Infaltable. 

Todos fuimos a dar con nuestros huesos al Hospital varias veces.

Gonzalo no: iba a cuidarnos incluso de nosotros mismos (casi siempre en éste último caso, en vano) ¡ Cosas tiene la vida!: Cuando a él le tocó ir, por una consulta trivial, ya no volvió.

No volvió nunca. Se lo tragó el Hospital y se nos fué.

Tan rápidamente,  que nuestro abrazo quedó en suspenso…

Sigilosa, salió al cruce la muerte. Nos anticipó.

Alguien decía hace pocas horas: «quédense tranquilos que Gonzalo no se muere. Dedíquense  a otra cosa: ¡porque no se muere!»

 Y sin embargo de no creerle tanta seguridad, le creímos con esa esperanza invicta.

Hasta que un funcionario del Senado  nos dio el pésame cuando veníamos por un corredor pensando en otras cosas. Y ahí, al decir de Vallejo recién recibímos el golpe que a veces da la vida: «como de la ira de Dios.»

Difícil que haya funcionario o funcionaria del Senado, Secretario o Secretaria de cualquier bancada que guarde algún dolor o resentimiento por culpa alguna de Gonzalo. ¡Jamás le faltó el respeto a nadie! ¡Se hizo respetar y querer! ¡No es poca cosa en diez años y entre tanta gente!

Formaba y forma parte  de esa nutrida y vital columna  multitudinaria de la militancia anónima pero decisiva. Veterana además. Que las pasó mal y las hizo luminosas. Para todos. Generosamente. 

Militante sindical y militante político. Víctima de la Dictadura, destituido, exiliado. Repatriado para volver a empezar. Inconmovible. Indestructible.

Estamos orgullosos por él. Y sólo pedimos a Dios (para quienes crean) o al Destino (para quienes no crean) que su familia y demás seres queridos hoy tan lastimados sientan en su corazón la tibieza de este humilde homenaje que no es póstumo ni tampoco indebido.

Gonzalo es un ejemplo. Su vida elegida fue de los elegidos.

Y su muerte tan pronta y tan injusta, deja un clamoroso mensaje:

¡ Hay que quererse más!

Debemos querernos más a nosotros mismos y entre todos.

Gracias. 

ELEUTERIO FERNANDEZ HUIDOBRO.