El diputado Hernán Bonilla (Concordia Nacional) nos invita a reflexionar con su columna: “Las barbas en remojo”.

En El País del domingo el economista Ernesto Talvi da en el clavo a la hora de interpretar nuestra actual situación económica. Afirma que estamos superficialmente bien si miramos el producto y otros indicadores macro pero que somos una paloma que vuela por el viento de cola, ya que nos cortamos las alas. También señala que en la educación, que era el tema fundamental, estamos peor que antes con un presupuesto mucho mayor.

A eso se suma los diagnósticos de otros economistas que advierten sobre la falta de rumbo del actual gobierno y, en particular, de la fragmentación a la hora de tomar decisiones que lleva a que reine la incertidumbre, mala cosa en los tiempos que se aproximan. Javier de Haedo, Aldo Lema o Gabriel Oddone, por ejemplo, han insistido en este punto.

Incluso el oficialista Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la UdelaR en su último informe de coyuntura advierte que “el país sentirá los impactos del contexto internacional”. En definitiva, nos aproximamos a un diagnóstico bastante compartible; 1) El crecimiento económico excepcional que vive el país desde 2003 se acerca a su fin. 2) Fue producto de una coyuntura internacional excepcionalmente favorable, lo que explica que también hayan crecido países que hicieron las cosas espantosamente mal como Argentina. 3) No hemos aprovechado estos años para desarrollar las capacidades productivas del país de forma de lograr un crecimiento autónomo, basado en nuestros propios méritos.

Esto es particularmente claro en la educación dónde las mediciones objetivas dan cuenta de que retrocedimos en vez de avanzar, amén del análisis clínico que se observa día a día, y que sufrimos los docentes en las aulas, día a día. Si bien el deterioro es general, se ha ampliado la brecha entre ricos y pobres, y eso conlleva que en el futuro esa brecha se sigue ampliando. Es un círculo vicioso que se profundiza, en vez de ponerle fin.

Otro punto débil vinculado a las posibilidades del crecimiento autónomo es la falta de inversión en infraestructura. Los medios de transporte ya sean de carretera, trenes o puertos tienen un atraso en inversiones grave y que se nota en el estado de las rutas por ejemplo. La generación de energía es otro tema en que no se ha invertido. Y las célebres Participaciones Público Privadas, como anunciamos varios en su momento, no han funcionado, lo que era evidente dado el marco jurídico que se les dio.

Por si faltaba algo, en lo últimos meses el gobierno se ha dedicado a sembrar incertidumbre entre los inversores privados al santo botón, hablando de que se va rumbo al socialismo, aprobando nuevos impuestos y cambiando condiciones que se había comprometido a no tocar. La palabra del presidente, el vice o el Ministro de Economía en cuanto a anuncios ya no es creíble, sencillamente porque a los inversores se los puede engañar una vez, pero no en reiteración real.

La gran paradoja que vive el Uruguay entonces es que los números macroeconómicos dan bien, se aumentó el presupuesto en casi todos los rubros, y sin embargo en los fundamentos del país estamos cada vez peor. El producto crece y la educación se cae a pedazos, la pobreza baja y cada vez viven más personas en la calle, hay más recursos en salud pública y la atención es decadente, en definitiva, tuvimos la oportunidad de dar un gran salto hacia adelante y emprender la senda del desarrollo y somos más tercermundistas que nunca.

Faltaron las grandes reformas y se viene el invierno. Los gobiernos del Frente con el paso del tiempo aparecerán como lo que realmente son, la burla más grande que padeció el pueblo uruguayo en su historia.