trabajoCompartimos el punto de vista de Diego Pereira pereira.arje@gmail.com con su columna “La transformación del mundo por medio del trabajo”.

En la situación actual el concepto de “trabajo” se ha visto maltratado de tantas maneras

que de cierta forma ha generado -y sigue generando- el rechazo de la casi totalidad de las personas. Aunque afirmar esto es muy riesgoso -pues, ¿de qué manera medir la totalidad?- consideramos que la mayor parte de las personas, en el mundo entero, quisieran vivir de modo que no tengan que trabajar. Pareciera muy obvio que ninguno de nosotros quiera trabajar por amor al trabajo, o por motivos profundamente humanos, o dándole un valor moral, sobrenatural o religioso. Esto es así porque el trabajo en sí mismo nunca es un fin, no es una meta que queremos alcanzar. Hasta podríamos afirmar que no es un bien deseado. Y lo vinculamos sobretodo al ámbito de los deberes: trabajamos porque debemos hacerlo, porque de ello depende nuestros sustento diario, de él recibimos los medios para alcanzar cubrir las necesidades que reclama nuestra existencia. Pero también se transforma entonces, en un derecho de toda persona.

El trabajo no es un fin en sí mismo. No trabajamos por el hecho de trabajar. Si pudiéramos no hacerlo, estamos seguros de que seríamos más felices, tendríamos tiempo para disfrutar de otras cosas de la vida que nos llenarían más. Son muy pocas las personas que pueden afirmar que aman su trabajo por el trabajo en sí mismo. Pero, dentro del sistema de gobierno democrático, el trabajo es el medio que tenemos para crecer, desarrollarnos y establecernos dentro de la organización social y económica. Aunque esto es así quedan muchas personas fuera del mercado laboral, lo cual hace que lo se convierta en el requisito para estar dentro o fuera del sistema. Pero de todas formas no es tan así. Al capitalismo le interesa que el dinero fluya entonces no importa si trabajas o no lo importante es consumir. Y por eso mercado del consumo ha bajado sus exigencias y se ha puesto a la altura de todos los consumidores, por lo que, cualquier persona que trabaje, sin importar su clase social y aun ganando el salario mínimo o por

debajo del mínimo, puede consumir. Las “mil cuotas” en las que pueden financiar su compras le permiten sentirse dentro del sistema, aunque por ello muchas veces deba dejar de comer.

Afirmar lo que queremos afirmar implica ir en contra de una mentalidad totalmente

instaurada, arraigada muy fuertemente entre nosotros y que de plano, rechazará lo que

plantearemos, por más que sea un concepción del trabajo muy antigua: el trabajo es el único medio de cambiar el mundo. El trabajo es un medio, una herramienta por la cual intentamos transformar situaciones en otras diferentes, mejores, de mayor justicia y, de alguna manera, de mayor igualdad y posibilidades para todos. Cualquiera que lea esto podrá ir al Diccionario de la Real Academia Española y leer el significado de trabajo. Lo único que podrá encontrar de similar a lo que aquí expresamos es la acepción que dice: “Aplicarse a la ejecución de alguna cosa que requiere cuidado o afán, especialmente por aliviar a otro”. Todo lo demás que se encuentre en el significado de trabajo, poco tiene que ver con el valor que tiene realmente como camino de transformación del mundo.

El trabajo es el medio por el cual muchas personas se hacen capaces de humanizar  el

mundo pues son promotoras de cambios, desde los más simples hasta los más fundamentales.

Transforma el ánimo de los vecinos el panadero que hace los ricos bizcochos, el vecino del kiosco que nos recibe con un “buen día” cuando vamos a buscar el periódico, el verdulero que nos atiende con gentileza, el portero del edificio que nos despide con un “que tenga un buen día”.

Transforma el mundo los peones de campo en el ordeñe, los camioneros que van a buscar el producto que luego va a las plantas industriales donde tantos empleados, manejando las maquinarias embasadoras, colocan en bolsitas las leche que todos nosotros tenemos en nuestra heladera. El tomate que ponemos en nuestra ensalada, fue primero sembrado, regado, cuidado, curado y cosechado. Humanizan las maestras, los docentes, los funcionarios de oficinas estatales, los políticos, los directores de empresas.

A través del trabajo podemos producir bienes, saberes, conocimientos que pueden mejorar la condición de vida de nuestros prójimos. Visto desde este punto de vista, no es el trabajo el que dignifica al ser humano, sino que es el ser humano que hace del trabajo una herramienta digna de ser tenida en cuenta y utilizada en función de hacer un mejor mundo. Es entonces cuando el trabajo se convierte en un derecho para todos. Además de ser el medio necesario para vivir, es el instrumento común con la cual podemos ponernos “manos a la obra” en la construcción de un mundo más equitativo para todos. Debemos empeñarnos en hacer cada día mejor nuestro trabajo, aún cuando las condiciones no sean las mejores, sin dejar de reclamar a los que pueden

mejorarlas, pero pensando en los que nos siguen. El trabajo es visto como un mal necesario del cual no podemos escapar. Pero podemos hacer de él el camino de realización personal y comunitario si lo tomamos en serio como fenómeno transformador de situaciones. No esperemos que sean otros los que comiencen a hacer mejor su trabajo. Empecemos por nosotros:

dediquémonos con esmero a hacer mejor nuestra tarea, que es única, que si no la hacemos nosotros otro no lo podrá hacer, de modo que nuestro ejemplo cunda y se convierta en energía capaz de hacer del mundo un lugar digno para todo ser humano.

Fuente Imagen: https://innovacioneducativa.wordpress.com