Johana y Washington nos comparten su segunda entrega dedicada a Campeche (México), ciudad misteriosa, tierra de serpientes.

Estos trotamundos uruguayos nos cuentan sus vivencias y comparten el conocimiento sobre la cultura de otras partes del planeta, las características de los pueblos, las bellezas naturales, acompañados de sus compañeras incondicionales: sus mochilas, testigos de privilegio en sus viajes y sus sueños.

Compartimos las vivencias de estos peculiares viajeros orientales.

Anhelamos que disfruten de este encantador viaje en esta “tierra de serpientes”.

Desconocemos si Campeche tiene los túneles subterráneos que la historia cuenta y por los cuales se le otorga el apodo de «ciudad misteriosa», pero sí podemos corroborar la veracidad de su otro apodo por el cual se la conoce… tierra de serpientes.

Si nos ponemos exquisitos, según la lengua maya, Campeche viene de Can Peech, que significa «serpientes» y «garrapatas». Nosotros solo pudimos comprobar la parte de las serpientes.

De todas formas, vamos a empezar por lo que más se conoce a esta ciudad: los piratas.

Antes de llegar a Campeche, alguien nos dijo que no había mucho para ver, con excepción de las murallas que se construyeron para defender la ciudad de los ataques piratas que tanto se pusieron de moda allá entre el siglo XVI y XVII.

No sé ustedes, pero a mí me decís que en la historia de una ciudad está incluida la palabra «piratas» y ya me entusiasma, no porque sea fan especial de ellos, sino más bien por todo ese romanticismo con el que nos los mostraron en el último siglo (si Jack Sparrow, te estoy mirando a vos). Por si fuera poco, el pirata tiene esa cosa de que, aunque generalmente sea malo, de alguna manera nos evoca recuerdos de la infancia, convirtiéndolo automáticamente en un personaje que de alguna manera nos transporta a buenas épocas, sin importar cuál sea tu edad (Capitán Garfio, el pirata de La Isla del Tesoro, el juego «Monkey Island»… y la lista continúa).

En conclusión, que los piratas son una buena forma de llamar la atención de casi cualquier persona, y Campeche lo sabe.

Pero, además, no solo lo sabe, sino que tiene de donde agarrarse, porque fue blanco principal de estos rateros marítimos, allá por los 1500 en adelante.

FORTALEZAS DE CAMPECHE

Por el 1500 y pico, el puerto de Campeche era parada obligatoria para todos aquellos barcos que zarpaban cargados de mercancía del nuevo mundo hacia España, siendo la madera de Tinte de Palo una de las principales cosas que los llenaba.

A esto le sumamos que, al repartirse las tierras de América entre las potencias europeas de la época, España se llevó la mayor parte, cosa que no le gustó nada a países como Inglaterra, Francia y España, así que no tuvieron mejor idea que dar carta blanca a sus habitantes para saquear las tierras españolas del Nuevo Mundo.

Con este cocktail de cosas, no es de extrañar que Campeche se hiciese famosa por sus repetidos ataques a mano (o garfio) de piratas provenientes –o aliados– con estas 3 potencias (que, a final de cuentas, todos eran de alguna manera gobernados por la Corona Británica).

Y ya que mencionamos la palabra, Campeche se lleva uno de los tantos orígenes especulados con los que carga la palabra cocktail; se dice que por allí se preparaba un trago mezclado de alcohol con moras, entre otras cosas, el cual iba decorado con una pluma de cola de gallo, al que los piratas llamaban «cocktail» ya que, tanto en inglés como en francés, cock significa gallo (coq en francés) y tail significa cola. Pero esta es solo una de las posibles etimologías de la palabra.

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Los constantes ataques hicieron que el pueblo de Campeche tuviese que tomar armas en el asunto, y no solo lograron espantar a la tripulación filibustera en alguna oportunidad, sino que además exigieron la construcción de las murallas que hoy vemos para proteger la ciudad de futuros ataques.

Además, construyeron túneles bajo tierra, por donde escapó gran parte del pueblo durante algunos de los ataques más recordados.

A día de hoy se cree que son varios los túneles aún no descubiertos, ya que alguna vez sucedieron derrumbes en las calles de Campeche que no tienen otra explicación más que la posible existencia de cuevas subterráneas.

¿Se puede subir a las murallas?

La respuesta es sí, se puede, por una módica suma de dinero.

En caso que no quieras pagar por ello, de todas formas debajo del muro vas a poder ver cañones reales, y algunos cuartos que ofician de museo, donde se recrean las cosas que, en teoría, utilizaban los piratas; lo digo de esta forma porque me pareció una representación demasiado romántica, ya que podemos ver una bandera con la clásica calavera de huesos cruzados, un barril, un cofre de madera, y claro, un muñeco a escala real con unas pintas muy similares a las de Jack Sparrow.

No dudo que esta imagen que tenemos del pirata sea basada en casos reales, pero creo que en estas representaciones estaba DEMASIADO romantizado.

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¿SABIAS?

El término pirata es el más generalizado, pero hay términos específicos para referirse a algunos de ellos. Por ejemplo, los llamados FILIBUSTEROS son los piratas pertenecientes a la Corona Francesa. Los CORSARIOS eran aquellos con un permiso otorgado por el rey, donde les autorizaba a saquear y robar. Y también estaban los BUCANEROS, piratas de origen caribeño, que antes se dedican a la caza (de hecho, la palabra bucanero viene del término «boucan» que significa «ahumar»).

Nosotros elegimos pagar los 15 pesos mexicanos cada uno por subir a las murallas que se encuentran a los lados de la Puerta de Tierra.

Si bien al momento del levantamiento de las murallas, las puertas eran 4, a día de hoy solamente quedan 2, la puerta de Mar y la puerta de Tierra, las cuales pueden ser visitadas fácilmente.

Recorrer las murallas es algo que, aunque pueda sonar innecesario, por la módica suma que tuvimos que pagar nos parece que vale la pena.

Es cierto que lo que más vas a ver van a ser pasillos muy largos de piedra, pero también se aprecian las pequeñas casetas donde los vigilantes montaban guardia al resguardo de la lluvia, y hasta hay zonas donde se puede bajar y observar puertas y pozos de agua que se mantienen de las épocas de los piratas.

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Vestimenta típica de la mujer campechana

 

A mí en particular me hizo el día cuando, el señor que oficiaba de cuidador/cobrador, nos abrió la puerta enrejada dándonos pase libre a la escalera que conduce a la parte alta de las murallas, y justo antes de cerrarla con candado tras de nosotros, dijo «cuando quieran bajar, toquen la campana» para enseguida desaparecer, sumándole mística al asunto.

La campana en cuestión era una campanota como la de las iglesias, ubicada en lo alto de la muralla, de esas que cuando suenan se escucha en varias calles a la redonda.

Yo estaba feliz.

Quería recorrer todas las murallas, pero a su vez, aunque me daba un poco de vergüenza, quería tocar la campana.

Recorrer toda la muralla y sus partes interiores nos llevó una buena media hora, y apenas nos cruzamos con 2 personas más allá arriba.

 

 

Cuando el momento de bajar llegó, una pareja de novios estaba posando frente al lente del fotógrafo, justo debajo de la campana que teníamos que hacer sonar.

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Quiero creer que lejos de distraerlos, las dos veces que alboroté a todas las palomas con el din-don, le sumó encanto al momento de recién casados… aunque lo que haya sonado haya sido una campana que en otras épocas alertaba de posibles ataques piratas.

Fuerte de San Miguel

Siendo uno de los lugares turísticos más famosos de la zona, el Fuerte San Miguel es uno de los grandes representantes de la resistencia contra los piratas.

El brigadier Antonio Oliver propuso la construcción de este fuerte, asegurando que como venía la mano, la defensa de la plaza de Campeche estaba bastante complicadita.

Tanto hizo que se terminó construyendo esta fortaleza que a día de hoy oficia de punto turístico, en la cual vemos los vestigios de los medios de defensa que utilizaron en aquella época para defenderse de los ladrones de altamar.

A día de hoy, la fortaleza se convirtió también en un museo con 10 salas, entre las cuales se exhiben, además, piezas arqueológicas de las civilizaciones que habitaron la zona de Calakmul.

Cosas que nosotros no corroboramos porque elegimos no entrar.

La entrada al fuerte no es particularmente costosa, a fecha de 2020 cuesta 55 pesos mexicanos (2 dólares y medio) pero habiendo ya visitado las fortalezas de la ciudad de Campeche, no sentimos la necesidad de entrar al de San Miguel.

Esto queda a criterio de cada uno, quizás si tú presupuesto es más holgado, o si amas el tema que se exhibe allí, la mejor idea sería pagar y entrar.

Nosotros nos conformamos con caminar por los bosques a su alrededor, y sobre el puente levadizo del fuerte, donde a sus costados unas iguanas oficiaban de cocodrilos para alimentar nuestra fantasía de cuento de hadas.

LA NOVENA

Estando en Campeche, y gracias al hecho de conocer a una persona hermosa de la cual estamos convencidos nos ayudó a querer tanto a esta ciudad, tuvimos la oportunidad de asistir a lo que se conoce como «novena».

Una novena es un acto de devoción que festejan las personas en sus hogares, y aunque antes solían realizarse durante 9 días, a día de hoy duran únicamente un par de horas.

Quien festeja la novena suele invitar a todos sus allegados y conocidos, contratar a alguien que toque el teclado y cante, y luego de realizar los cantos y oraciones, se procede a una comilona de gran magnitud, todo invitado por la persona que organiza la novena, que déjame recordarte, es alguien como vos y yo, no es una organización de ningún tipo. Además, generalmente la comida es casera.

La abuela de nuestro amigo festejaba una novena precisamente mientras nosotros estábamos en su hogar, así que tuvimos el placer de asistir a la primer novena de nuestra vida.

Dejáme decirte algo… sí pasas a una o dos cuadras de uno de estos eventos, te vas a dar cuenta.

La música se escuchaba desde muchos pasos antes de llegar, y la alegría de las personas se transmitía en el aire.

Y fue acá donde finalmente probamos la famosa «Cochinita Pibil», preparada por la abuela de nuestro amigo quien, además, es una excelente cocinera.

También nos dieron una bandeja llena de dulces típicos, y fue gracioso comerlos al lado de la puerta de un consultorio odontológico.

Al final, no solo nos retiramos con la panza llena, sino con la experiencia de haber vivido un evento que no sucede seguido ni en todos lados, una de esas cosas a las cuales caes de carambola, y agradeces al destino por haber cuadrado tan bien las cosas.

MERCADO DE TIBURONES

El paseo por el mercado es un clásico de nuestras salidas cuando queremos conocer una ciudad, y el mercado de Campeche, aunque muy similar a la mayoría que visitamos en Latinoamérica, tenía una particularidad: tiburones.

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Si, leyeron bien, en la zona donde se vendía pescado, la gran mayoría eran tiburones, y hasta llegamos a ver alguna mantarraya.

De hecho, estando allá comimos «pan de cazón» que es un plato a base de un tiburoncito llamado, precisamente, cazón.

Todo hay que decirlo, ya habíamos probado tiburón una vez (aunque otra especie), y en Uruguay, así que somos conscientes que no es algo tan difícil de conseguir, pero no deja de sorprendernos ver un montón de tiburones sobre los mostradores metálicos que hacen zigzag en el mercado de Campeche.

Un señor nos llama para mostrarnos como hace sonar el caparazón de algún animal marino, como si fuera un cuerno de guerra,  soplando por uno de sus extremos (el tipo se creía La Sirenita), y luego le pone una mandíbula de tiburón en las manos a Wa y poco más que me obliga a sacarle una foto, pidiendo bis porque Wa no sonrió lo suficiente para la cámara… Quizás el señor esperaba una sonrisa con tantos dientes como esa mandíbula que nos ofreció.

GENTE NORMAL CON RECONOCIMIENTOS ESPECIALES

Otra de las cosas que hacen de Campeche una ciudad especial son sus estatuas.

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Caminando por cualquier callecita pueden encontrarse diversas personas inmortalizadas en hierro, en actitudes cotidianas, como pueden ser vendiendo dulces, cargando una canasta sobre su cabeza o descansando a la sombra de una muralla.

Al principio creíamos que eran estatuas genéricas, pero un señor se acercó para hablarnos de algunas de ellas, y entendimos que esas personas de alguna manera respiraban.

—¿Saben? —nos dijo— Al vendedor de golosinas de la plaza lo llegué a conocer. Me acuerdo que yo tenía 6 años cuando le compraba unos caramelos verdes alargados.

Se refería a la estatua del vendedor de caramelos que todavía no habíamos visto, pero estaba en la plaza principal.

Luego nos siguió contando.

—Y mi papá conocía al aguatero —un suspiro lleno de recuerdos se le escapó en el aire antes de seguir—. Yo todavía recuerdo cuando me mandaba a comprarle 2 litros de agua.

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De alguna manera, sus palabras resonaban dentro nuestro, susurrando lo que no queríamos escuchar: dentro de poco, ya no quedaría nadie que diera vida a estas estatuas. Nadie que los recuerde.

Los ciudadanos ilustres de Campeche no son simplemente estatuas que adornan la ciudad, son personas, seres que alguna vez fueron parte del movimiento, del gentío que hoy recorre las calles evitando pensar que algún día vamos a ser como ellos, caras desconocidas y cuerpos inertes, que alguna vez respiraron el mismo aire que hoy exhalamos con enojo, con rabia, con cansancio.

Las estatuas de Campeche, definitivamente, son un recordatorio muy importante, no solo de estas personas que habitaron la ciudad, sino de todos aquellos que estamos y vamos por la vida pegando figuritas del álbum sin pararnos a pensar si es así como queremos vivirla, como si no hubiera un mañana, como si fuésemos eternos.

Bueno, aquí una revelación: no lo somos.

Y estas estatuas, de alguna manera, están ahí para recordárnoslo.

ATARDECERES EN CAMPECHE

Hace ya tiempo que vamos por la vida captando atardeceres.

Por ahí es más poético apreciar un amanecer que un atardecer, más esperanzador, con una significación más amena que la del atardecer.

Pero cuando la realidad te sacude no podés darle la espalda: en Campeche hay que apreciar los atardeceres.

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Cualquier lugar de la ciudad es bueno para ello. El más clásico es desde la rambla (malecón), donde un circular murito de piedra oficia de auditorio para nosotros, el público de seres chiquititos que va a admirar esta obra de la Mamma natura, con el mar Caribe, el cielo, las nubes y el sol como únicos actores.

Pero nosotros pudimos atestiguar que cualquier rincón de la ciudad se convierte en escenario improvisado para el show de colores que las 6 de la tarde nos ofrece religiosamente.

LUCES DANZARINAS

Y si hablamos de show tenemos que hablar de ellas.

Aunque Mérida sea la ciudad cultural por excelencia, la cercanía que guarda Campeche con ella hace que inevitablemente se contagie un poco, y, en consecuencia, tengamos actividades gratuitas como este show de luces que pudimos disfrutar.

Los horarios varían, pero se pueden averiguar en la caseta de turismo, o incluso sobre una placa que figura en un muro monumental cerca del lugar donde se lleva a cabo el show y del cual me arrepiento de no haberle sacado foto.

Unos escalones de piedra ubicados estratégicamente albergan muchas personas que se juntan a disfrutar del show de luces y agua.

Media hora implica unas cuantas canciones para todos los gustos: Queen, Coldplay, Enya, Andrea Bocceli, culminando con una cantante mexicana.

Los chorros de agua bailan al compás de la música, y las luces los colorean.

Lo único que puedo entender preocupante es el no saber si esa agua es reutilizada o no, pero si logramos despegarnos de ese pensamiento por media hora, el show de luces y agua es algo sumamente recomendado de Campeche.

RUINAS DE EDZNÁ

Fueron estas las últimas ruinas Mayas que visitaríamos, aprovechando nuestra estadía en la ciudad amurallada de México, desde donde es bastante sencillo llegar.

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Los 50 kms entre Campeche y las ruinas pueden sortearse tomando un bus que cuesta 40 pesos mexicanos por persona, y recorre toda la distancia, dejándote en la entrada a las ruinas.

El bus se toma detrás del mercado de la ciudad, y el tema de los horarios conviene averiguarlo previamente; nosotros llegamos allí a las 9, pero tuvimos que esperar 4 horas ya que el bus salía a las 13:15 horas. Desconocemos si sale otro más temprano.

Una vez allí, optamos por preguntarle a las personas que cobraban la entrada en el parque cuándo podríamos tomar el próximo bus que volviera a la ciudad, y nos dijeron que a las 17:00 hs sale el último bus con destino Campeche, que es el que toman los empleados del parque.

Si elegís tomar ese bus, como es el último, lo mejor es avisarles a los empleados del parque que te esperen y avisen al chófer para que no se vaya sin ustedes.

Nosotros no tuvimos que recurrir a eso porque, como terminamos de recorrerlo sobre las 16 horas, decidimos intentar hacer dedo y funcionó muy bien, llegamos a Campeche en una camioneta negra con dos señores de lentes oscuros que tomaban cerveza y nos repetían constantemente que «no teníamos que tener miedo porque ellos no eran secuestradores».

No teníamos miedo las 2 primeras veces que lo aclararon, pero a partir de la tercera la cosa empezó a ponerse sospechosa.

Así con todo, llegamos sanos y salvos a Campeche.

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El costo para ingresar a las ruinas de Edzná es de 65 pesos mexicanos por persona, pero los domingos pueden ingresar gratis aquellas personas de nacionalidad mexicana o los residentes en el país.

El horario del parque es de 09:00 a 17:00 horas.

La ciudad de Edzná se estima fue creada entre el 400 y 1000 d.C. y fue abandonada alrededor del 1450.

En sus 25 kilómetros cuadrados se pueden apreciar detalles con los cuales ya estaremos familiarizados si visitamos otras ruinas mayas, como Tikal, en nuestro caso.

El tallado en piedra caliza, los cortes cuadrados y las figuras de dioses en las piedras son clásicos de la cultura precolombina de la zona.

Otra cosa que puede llegar a entrar dentro de los atractivos turísticos de la zona, son las iguanas… al menos para las personas bicheras como nosotros.

No solamente hay muchas, sino que la mayoría están tan acostumbradas a las personas, que, aunque no se van a dejar tocar, es probable que puedas fotografiar varias desde bien cerquita, en posiciones de «píntame como a una de tus chicas francesas» arriba de alguna piedra.

Mi favorita fue la que bauticé como «Crocotóteles», una iguana que parecía estar sumida en pensamientos existenciales mientras veía el horizonte sobre una piedra.

NUESTROS PRIMEROS ENCUENTROS CON SERPIENTES

En el momento no lo sabíamos, pero luego entendimos: sonaba perfectamente lógico que nuestros primeros encuentros con serpientes en estado salvaje hayan sido en el lugar cuyo nombre significa «Tierra de serpientes y garrapatas».

Y es que ya nos cruzamos con varios animales extraños en el viaje, tuvimos una situación de alerta máxima con un escorpión en Argentina, dormimos con pulgas, y espantamos arañas del tamaño de nuestra mano en Perú (con algunas hasta compartimos baño durante días).

Pero nunca habíamos visto serpientes.

Al menos no en vida salvaje, así, mano a mano sin jaulas que nos separen ni guardias que puedan detener a nadie.

Pero Campeche vino a romper con eso.

La primera la vimos cuando volvíamos del Fuerte San Miguel, aquel que fuimos a ver desde fuera porque no quisimos pagar la entrada, ni nosotros ni la chica checa con la que íbamos, ni el Campechano que nos llevó.

Los escalones de piedra tenían vegetación a un costado, y ella descansaba tranquilamente, un par de escalones por delante nuestro.

Wa que iba unos pasos por delante, me detuvo en seco y en ese momento ella se dio cuenta, y toda verde como era, se desenroscó y trepó las piedras del costado, dejándonos con una sensación mezcla de miedo con emoción.

La segunda fue más complicada.

Caminábamos por una de las huellas de tierra entre las ruinas de Edzná, uno de esos caminos de hechos únicamente por los cientos pasos de las personas, cuando nuevamente, Wa que iba un paso adelante se detiene de golpe… la diferencia es que esta vez estaba mucho más cerca, por no decir, casi encima de ella.

Lo que parecía una soguita negra con rayas rojas iba cruzando el camino muy pancho, y no reparó en estos dos caminantes sino hasta que Wa le puso el pie justo al lado.

La pobre se asustó más que nosotros, y empezó a doblarse en interminables eses entre nuestros pies mientras nosotros zapateábamos para atrás y para adelante tratando de desenredarnos.

Al final, la serpiente se decidió y reptó derecho cruzando el camino y quedándose un rato quieta sobre las piedras, mirándonos de cotelete, en una especie de saludo cordial, un saludo que era un «hasta nunca»… o quizás solo estaba considerando presentar una queja a la intendencia por la falta de semáforos en los caminos de tierra de Edzná.

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