El Grupo de Trabajo sobre Gestión Integral del Riesgo (GGIR), dependiente del Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio, realizó un estudio acerca del impacto de las inundaciones en Durazno, Paysandú, Salto y Artigas entre noviembre de 2009 y marzo de 2010. El GGIR está formado por especialistas de arquitectura, ingeniería, medicina, nutrición y psicología. El objetivo del trabajo es brindar información útil para la toma de decisiones y la elaboración de políticas.

Graciela Loarche, psicóloga y profesora adjunta del Área de la Salud de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República e integrante del grupo, explicó al semanario Búsqueda cómo las inundaciones rompen con la rutina, producen tensión y caos, y generan repercusiones psicológicas, que son normales en estos casos. La psicóloga recalcó que la gestión del riesgo debe integrar los impactos en la vivienda, la población y la salud.

El estudio “Vulnerabilidad de las áreas inundables de la ciudad de Artigas. Impacto del evento de diciembre de 2009”, concluyó que “la zona afectada presenta, según la información obtenida, un alto grado de vulnerabilidad en sus diferentes factores. Esta situación dificulta el desarrollo de la comunidad y la hace más frágil ante eventos adversos”.

En la ciudad de Artigas hubo 1.700 evacuados durante las inundaciones de 2009. Los sectores urbanos más afectados fueron tres: la rambla Kennedy, el barrio Pirata y el barrio Ayuí. Los barrios inundables tienen una población más joven que la que registra el resto del departamento, que es además la más joven del país y con menor porcentaje de población de 65 años: 10 % en Artigas y 5 % en el área inundada.

En la zona afectada por las inundaciones el 32 % de las viviendas tiene problemas de hacinamiento, el 60 % de la población no superó primaria y el 29 % de los hogares tiene jefatura femenina.

Loarche dijo a Búsqueda que “la inundación irrumpe en la vida cotidiana, produce un caos, un desorden en el tiempo, en las rutinas”. Los rumores entre los evacuados pueden sumar tensiones, y la estrategia para evitarlos es establecer pautas de conducta y brindar información para desarmar el rumor. Pero éste es sólo uno de los problemas que pueden enfrentar los inundados, también pueden sufrir consecuencias orgánicas y emocionales debido a la situación que les ha tocado vivir.

Fragilidad en las redes sociales

El GGIR realizó una encuesta en la que entrevistó al jefe o jefa de 413 familias, que representan a 1.551 personas afectadas. 95 de los encuestados confirmaron que en la familia hubo personas con problemas de sueño y descanso, como pesadillas, insomnio y alteraciones del buen dormir. La segunda afectación con mayor presencia (94 respuestas afirmativas) fue el cambio en las emociones: depresión, tensión permanente y episodios de llanto incontrolado.

Otras manifestaciones incluyen cambios de humor (64 respuestas afirmativas), como los episodios agresivos, sobresaltos en situaciones que no lo ameritan o frases de malhumor sobredimensionadas. 69 de los encuestados respondieron que ellos o sus familiares sufrieron dolores de cabeza, aumento de presión arterial o dolores en el pecho. Se registraron también problemas respiratorios y episodios de diarrea, vinculados a la falta de higiene. También hubo problemas en la piel, como erupciones y alergias. “Hay que recordarle a la gente que las reacciones son normales y que no hablamos de patologías en estos momentos”, aclaró Loarche.

El informe indica también que “en el área inundada se detecta un estado de resignación ante situaciones adversas que parece difícil de cambiar”. El 88 % de la población relevada no participa de ninguna organización social, dato que Loarche estima “preocupante” porque se observa “mucha fragilidad en las redes sociales, por eso se habla de vulnerabilidad”.

Esto se refleja en la falta de “estrategias de enfrentamiento”, ya que los afectados piensan de manera individual que no tienen posibilidades. Sin embargo, el desastre afecta a toda la comunidad. Los especialistas trabajarán en grupos y talleres para que la población logre percibirlo así. La estrategia es pasar “del lugar del asistencialismo y de ser víctima, a ser protagonista”, explicó la psicóloga.

Asimismo, destacó que “hay que trabajar en la recuperación pero también en reducir los índices de vulnerabilidad” de esa población. La anterior inundación (ocurrida en 2007) “dejó al descubierto las debilidades que tenía Uruguay ante la emergencia”, aunque luego hubo avances, como la nueva ley del Sistema Nacional de Emergencias. “Falta muchísimo, pero hay una mejor disposición a poder comprender que el proceso de recuperación y el problema de los desastres no es sólo el daño a la vivienda y a los bienes materiales”, opinó Loarche.

Fuente: Universidad de la República. www.universidad.edu.uy

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