Compartimos la columna del director general de Educación y Cultura, y dirigente del Movimiento de Participación popular (MPP), Pablo Álvarez, titulada “Mejores medios, mejor democracia”, publicada en el censuario Mate Amargo.

“Mejores medios, mejor democracia.

Mucho o poco, pero nadie asegura que los medios de comunicación no incidan en la dinámica social y política de nuestras sociedades. Desde este escenario pienso las diferentes acciones y posiciones respecto de una “política de medios”.

Dando por conocido el punto, tan sólo digo que las ondas radioeléctricas son patrimonio de la humanidad y administradas por los diferentes estados. No existen los dueños de las ondas y por esta razón creo que es absolutamente legítimo que un país discuta y cree normas de derecho que incidan en el uso de estas.

No es algo que sea de algunos pocos y que por lo tanto el Estado atente contra ellos. Muy por el contrario, es un patrimonio colectivo y el Estado dispone de condiciones para su uso.

Hoy se ha puesto sobre la mesa este debate en nuestro país y es un paso muy interesante para el fortalecimiento democrático. Hay que pensar la democratización en el otorgamiento de permisos para los medios de comunicación desde la perspectiva de los derechos. Y en este sentido avanzan los principios ya mencionados en la Ley 18.232, y lo que es conocido de la propuesta que próximamente estará en discusión sobre servicios de comunicación audiovisual. Pero no alcanza sólo con transparentar y democratizar el acceso. Hay otro debate, sobre el que están dirigidas la mayor parte de las miradas y las opiniones, que refiere al uso de dichas ondas.

La digitalización abre el juego para mayor número de operadores, pero esto tampoco puede extenderse demasiado. Seguirá existiendo una limitante, por ello es imprescindible asegurar criterios de calidad, diversidad y libertad. La calidad no es sólo respecto de la “imagen” sino que es un concepto complejo. Al hablar de calidad nos queremos referir, entre otras cosas, a la diversidad de programación, de opiniones, la calidad de la red de servicio, calidad de las imágenes, etc. En este sentido creemos que debe entenderse la promoción de los contenidos nacionales, algo que obviamente no asegura la calidad pero que abre nuevas posibilidades para lograrla.

El otro tema que también está vinculado a la calidad tiene que ver con los contenidos en sí. Y no se trata aquí de un diletantismo estético o de una “calidad sesgada” que confunda a los espíritus nobiliarios con una intensión de “censura”. Mucho se ha hablado en los últimos meses sobre las imágenes de violencia que ostentaban los medios en sus servicios informativos, incluso con la hipócrita referencia a que es “lo que se vende” o que “el morbo es parte de la naturaleza humana”. Como decíamos al principio no se trata de pensar o señalar que esa violencia sea catártica o que promueva luego la violencia que será nuevamente recogida. Sin embargo, no aceptando esa polaridad, asumo que efectivamente la muestra constante y mayoritariamente innecesaria de hechos violentos genera una banalización de la violencia cotidiana. Acostumbrando y permitiendo que se crea que es normal y habitual, induciendo a esperar violencia del mundo.

Este es un tema que deberá tener el más potente debate y también una resolución. Son muy buenas las iniciativas que convocan a un manejo responsable, autoadministrado por parte de las empresas y de sus trabajadores, fundamentalmente los periodistas, pero creo que debe ampararse en la ley, para seguridad de todos.

Otro capítulo importante de esta discusión refiere a los medios públicos. Actualmente en nuestro país los medios públicos están concentrados en el Ministerio de Educación y Cultura y en la Intendencia de Montevideo. Las definiciones en materia de digitalización permiten ampliar potencialmente este escenario, para nuevas señales. Los medios públicos actuales y los futuros tienen un diferencial importante respecto de los privados. En primer lugar, no son una empresa que busca generar dividendos, y esto tiene un fuerte impacto en su programación. Por su naturaleza los medios públicos optan por priorizar contenidos educativos, culturales e informativos por sobre los de entretenimiento, aunque estos tampoco le son, ni a nuestro entender le debe ser, esquivos. En este caso no es un tema de género sino de intención y contenidos.

Por otra parte deben orientarse hacia una institucionalidad con mayor grado de independencia estatal para asegurar aún más su carácter público.

Cuando un medio de comunicación vende su espacio para la publicidad, lo que realmente vende es “su audiencia”, por esto el raiting es tan significativo. Y por ello mismo sería muy sano contar con mediciones de audiencia más transparentes. Si el mercado de la publicidad está condicionado por este indicador, sería incluso favorable a la libre competencia saber realmente cuál es la audiencia respectiva. Tal vez no sea tan ilógico pensar en mediciones públicas. Pero como decíamos, los medios públicos buscan la mayor audiencia por el interés que depositan en la relevancia de su programación y no por estar centrados en la búsqueda de recursos económicos.

Otro asunto importante es la publicidad. En general cabe preguntarse si es necesaria la publicidad en los medios. Pero más en concreto considero que así como existen códigos de ética para quienes producen publicidad, en algunos casos, como en la destinada al público infantil debiera estar prohibida. Qué sentido tiene promover en los niños ansiedad de consumo, siempre asociado a mecanismos de éxito que para los adultos resultan muchas veces difícil de sortear. Además de que, habitualmente, esos mismos productos refuerzan valores sexistas. Está demostrado que las pautas de consumo generadas a temprana a edad tienen fuerte permanencia en el tiempo por lo que no creo que sea correcto someter a nuestros niños y niñas, que son quienes más horas están frente a la TV, a esta construcción de modelos de éxito asociados al consumo.

No se pude eludir el impacto que los medios de comunicación tienen en nuestra sociedad. Pero no se trata de reaccionar ante esto con miedo ni con bronca. Un proyecto de transformación social no puede evitar este latente conflicto. ¿en qué medida se construye la (mal) llamada “opinión pública” desde los medios de comunicación? ¿Qué nivel de manipulación es posible? ¿Cuánto condicionan los auspiciantes los contenidos? Estás, y otras, son preguntas que nos llevan a reflexionar sobre los medios y la política, tan ligados en el afecto como en la aversión.

La política se ha vuelto mediática y esto no es responsabilidad de los medios en sí. Las nuevas tecnologías de comunicación están abriendo novedosos espacios para informarse, para opinar, para entretenerse. Hay quienes visualizan una decadencia de la televisión a mediano plazo, pero sin embargo la discusión ha de continuar. Y sobre todo ha de asegurarse el camino para contar en nuestro país con una legislación en materia de Servicios de Comunicación Audiovisual que deje atrás el escenario actual de escasa transparencia y responsabilidad”.

Fuente: http://mateamargo.org.uy/index.php?pagina=tema_central&nota=132&edicion=6