Desembarco de los 33 OrientalesEn esta ocasión compartimos la columna del periodista uruguayo Hugo Machín Fajardo en referencia a la gesta histórica conocida como “El Desembarco de los 33 Orientales” en la playa de la Agraciada.

Así lo refiere Machín:

Nunca fueron 33 Orientales, fueron 42. El propio Juan Antonio Lavalleja modificó la nómina, pero siempre mantuvo el número masónico. El motor de la cruzada libertadora fue la «Sociedad Los Caballeros Orientales», formada en Montevideo en 1823 a instancias de la porteña Logia Lautaro.

Se conoce la peripecia de la mayoría de ellos, hay destinos ignotos y los hay trágicos.

De acuerdo a datos recopilados por diferentes historiadores, fueron 42 expedicionarios, de los cuales 27 eran orientales (nueve de ellos del departamento de Canelones), ocho argentinos, cinco guaraníes y dos africanos.

En 1946 el investigador Jacinto Carranza, sostuvo que existían 17 listas diferentes con 59 nombres en total, pero Aníbal Barios Pintos, 30 años después, afirma que las listas serían menos de 16.

«Los 33» fue por más de 40 años un mito de la historia oral del siglo XIX, hasta que el pedagogo Francisco A. Berra, lo escribió por primera vez con fines didácticos en el «Bosquejo Histórico», editado en 1866. Juan Manuel Blanes, a pedido de Máximo Santos, luego presidente entre 1882-1890, los inmortalizó en 1878 en el momento en que se juramentan, recién desembarcados, casi iguales entre sí, en su coraje y vestimenta. De esa forma se los percibe en los años escolares, sin discernir las diferencias sociales ni los distintos intereses económicos y políticos movilizadores de una empresa, cuyos fondos de 166 mil pesos, fueron provistos en su mayoría por acaudalados hacendados porteños, entre los cuales fue decisivo el latifundista argentino, dueño de saladeros, Juan Manuel de Rosas (1793-1877), luego amo absoluto de la provincia de Buenos Aires, dictador, con incidencia directa en los primeros años del Uruguay independiente.

SALADEROS

Rosas en 1824 «con el pretexto de comprar campos (…) recorrió la campaña oriental apalabrando caudillos» y, según su testimonio, llegó a comprometer a Fructuoso Rivera para que «se incorporara la revolución con su regimiento». Rosas representaba la preocupación porteña por «la ruina de la industria saladeril”; de la Banda Oriental, «los privilegios otorgados a los comerciantes y terratenientes brasileños» y el ascenso de la industria saladeril en Río Grande, donde de 13 saladeros existentes en 1817, se pasó a 120 en 1825. Rosas, según su biógrafo inglés John Lynch nunca se había opuesto al régimen colonial. Con 13 año fue voluntario en la defensa de España contra las invasiones inglesa de 1806, pero no acompañó la Revolución de Mayo de 1810.

En 1825 poseía tres estancias y las más grande de ella, Los Cerrillos, abarcaba 300.000 hectáreas, miles de cabezas de ganado y un ejército propio.

Rivera estaba bajo las órdenes del Barón de la Laguna, el portugués Carlos Federico Lecor, gobernador de la Provincia Cisplatina (a este lado del Río de la Plata) y había perseguido con saña a Lavalleja en 1823. Desconfió de Rosas. Pero en 1825, tras el denominado «abrazo del Monzón», Rivera se incorpora a la cruzada libertadora.

Como en 1811 esa comunidad imaginada habitante de las tierras al oriente del río Uruguay, se activaría al impulso de aquellos expedicionarios y enfrentará durante tres años —en 1828 se firmaría la Convención Preliminar de Paz que pondría fin a la guerra entre Buenos Aires y Río de Janeiro, pero librada en el territorio que hoy es Uruguay— a un ejército de 9.000 soldados en parte veterano de las guerras napoleónicas, pertenecientes a un imperio de 20.000 efectivos.

Hasta bien entrado el siglo XX, los historiadores no habían definido si la cruzada de Los 33 fue para desafectar a la Provincia Oriental del imperio de Brasil y reincorporarla a las Provincias Unidas, o para lograr la independencia montevideana del puerto de Buenos Aires.

A LA URUGUAYA

En 1923, el Parlamento realizó un debate, resuelto por mayoría de votos, para discernir si el Uruguay existe como país independiente desde el 18 de julio de 1830 o desde el 25 de agosto 1825. La votación en Diputados fue de 49 votos, de 87, a favor de la fecha de 1825. Votaron afirmativamente los nacionalistas y algunos colorados no batllistas, quienes quedaron en minoría apoyando la fecha de 1830.

El 26 de setiembre del mismo año, el Senado se pronunció en sentido contrario y determinó que el 18 de Julio de 1830 era la fecha de la Independencia Nacional, pero la Asamblea General jamás dilucidó el tema en los 101 años transcurridos.

En 1975, al cumplirse 150 años del 25 de agosto de l825, la dictadura declaró que ése era el «Año de la Orientalidad», en un intento de apropiarse de Los 33 «militares libertadores», para justificar la ruptura institucional de 1973. Es cuando a la avenida

Agraciada que unía la avenida 18 de Julio con la rotonda del Paladio Legislativo se le cambió el nombre por «Brigadier General Juan A. Lavalleja».

El tema tiene otros bemoles que el historiador uruguayo Eugenio Petit Muñoz precisó hace 87 años cuando escribió que la Declaratoria de la Independencia del 25 de agosto de 1825 «es el gran acto de contrición de nuestros próceres. Todos, excepto Artigas, que estaba ya fuera de lo sucesos posteriores a la invasión portuguesa, todos, unos más tarde que otros, habían ido desfalleciendo y claudicando poco a poco (…) Solo la masa anónima había permanecido incontaminada».

La independencia política de Uruguay, innegablemente tuvo como partera a Gran Bretaña. El nuevo país, ex Provincia Oriental, «resultaría como un algodón puesto entre dos cristales, para evitar su fractura», según la frase atribuida al irlandés Lord Ponsomby, diplomático del Reino Unido. La documentación aportada por el caudillo blanco Luis Alberto Herrera, es contundente, según una carta del ex ministro argentino Manuel Dorrego, «el objeto principal de Inglaterra, en su mediación, es la independencia de la Banda Oriental para fraccionar las costas de América del Sur (…) Europa no consentirá jamás que sólo dos estados, el Brasil y la República Argentina, sean dueños exclusivos de las costas orientales de América del Sur, desde más allá del ecuador hasta el cabo de Hornos». El historiador Washington Reyes Abadie ejemplificaba esta peripecia al decir que Uruguay debía llamarse Ponsombylandia.

Ponsomby, a raíz de la solución para la guerra austral también incidió directamente en el nacimiento de Bélgica en 1830, otro estado tapón una superficie de 30 528 km² constituido por tres comunidades, tres regiones y cuatro áreas lingüísticas.

Hugo Machín Fajardo.

@MachínFajardo

Fuente Imagen: Soriano Turismo.